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Vive tu vida, yo vivo la mía

    En mi país, y quizás en algún otro, existe una frase altamente aceptada por la sociedad: “Vive tu vida, que yo vivo la mía”. Esta frase promueve un sentido de respeto a la individualidad y toma de decisiones de cada persona. Implica también que los individuos no deben opinar o intervenir en situaciones que conciernen a la vida de otras personas. 

    Lo cierto es que, aunque parezca una afirmación inofensiva que conlleva respeto a la vida de otra persona, hay otros factores que se desprenden de la frase. Básicamente quiere decir: “No tienes permiso sobre mi vida”, “No intervengas”, “No te metas”. En cuanto a los discípulos de Jesús se refiere, esta frase no parece concordar con la vida cristiana  tal como es descrita en la Biblia, y no es un buen consejo si queremos seguir los pasos de Jesús.

    Lamentablemente esta afirmación ha ganado aceptación entre muchos creyentes, que simplemente prefieren seguir este pensamiento porque les puede librar de experimentar situaciones de rechazo, estrés, desaprobación, conflictos y cualquier otra cosa que perturbe la vida tranquila que buscan tener. Frecuentemente he tenido la oportunidad de observar personas con este pensamiento. No muchos están dispuestos a intervenir o a ser parte en la vida de otros creyentes, e incluso de no creyentes. ¿Por qué? Porque cada uno “sabe” las decisiones que toma, “conoce” las consecuencias y, a fin de cuentas, es su vida. Veo esta tendencia sobre todo en los jóvenes universitarios, que también suponen que no intervenir en la vida de alguien más equivale a respetar y valorar a esa persona, su individualidad, sus derechos y sus decisiones.

    Como seguidores de Jesús, debemos dirigirnos a lo que él ha dejado plasmado en su Palabra, permitiendo que esta sea ejemplo y guía para nosotros. Podemos pensar en el proverbio que dice: “Como el hierro se afila con hierro, así un amigo se afila con su amigo” (Pr 27:17 NTV). Hay un beneficio mutuo en rozar dos láminas de hierro: los bordes se hacen más afilados, haciendo que los cuchillos, por ejemplo, sean más eficientes en su tarea de cortar. Este proverbio también indica la necesidad de la comunión con los demás.

    El hombre no fue hecho para estar solo, pues Dios mismo lo dijo antes de la caída (Gn 2:18). ¡Cuánto más ahora tenemos la necesidad de juntarnos con nuestros hermanos y hermanas en Cristo para momentos de comunión! Si un cuchillo no está afilado, sigue siendo un cuchillo, aunque es menos eficaz, menos útil. Así que, nuestra tarea es animarnos a pasar juntos más tiempo, exhortando, animando, orando, amonestando, compartiendo la palabra de Dios, involucrándonos en la vida de otros creyentes, para que así, como láminas de hierro, seamos más afilados en el ministerio que el Señor nos ha asignado, siendo eficaces. Esto no debemos confundirlo con el tiempo de comunión que se vive en la iglesia moderna, que frecuentemente se centra en la comida y la diversión, y no en afilarnos unos a otros con la palabra de Dios.

    De igual forma, podemos ver el ejemplo de David y Jonatán, el hijo de Saúl. Cuando David estaba siendo perseguido por Saúl, Jonatán buscó a David y “fortaleció su mano en Dios” (1 S 23:16). También el apóstol Pablo dice que debemos llevar y compartir las cargas que enfrentamos diariamente (Gá 6:2), cumpliendo así la ley de Cristo.

    Con su ejemplo, el mismo Jesús mostró la necesidad imperante de que las personas se interesen y se involucren en la vida de los demás, pues esto les puede traer cambios eternos y una perspectiva de vida completamente diferente. El caso de la mujer samaritana es una buena ilustración donde Jesús no solo descubrió su vida frente a sus ojos, sino que también hizo que la viera desde otra perspectiva y, como consecuencia, esta mujer experimentó cambios en su cosmovisión y en su vida.

    Claramente el sentido de involucramiento en la vida de otros también fue visto por los creyentes de la iglesia primitiva, los cuales “perseveraban en la doctrina, la comunión, el partimiento del pan y la oración” (Hch 2:42-47), actividades que proporcionaban oportunidades para afilarse mutuamente.

    El escritor de Hebreos lo sintetiza cuando dice: “Y considerémonos unos a otros para estimularnos al amor y a las buenas obras; no dejando de reunirnos, como algunos tienen por costumbre, sino exhortándonos; y tanto más, cuanto veis que aquel día se acerca” (Heb 10:24-25). El cuerpo de Cristo está interconectado, y tenemos el deber los unos para con los otros de edificarnos mutuamente.

    En este mismo sentido, Santiago implica responsabilidad cuando dice: “Por tanto, confiésense sus pecados unos a otros, y oren unos por otros para que sean sanados. La oración eficaz del justo puede lograr mucho” (Stg 5:16). Rendir cuentas puede ser útil en la batalla para vencer el pecado. Cada cristiano debe considerar tener un compañero responsable que pueda estar ahí para animar, reprender, orar, hablar, enseñar, regocijarse, llorar y confesar. Todas estas cosas son muestra de un involucramiento activo de cada creyente en la vida de otros creyentes y no de un cristianismo individual y apático.

    La afirmación mencionada al inicio, “vive tu vida, que yo vivo la mía”, no es aplicable a la vida cristiana, ya que esta no ha sido concebida para ser vivida aisladamente. La salvación es individual, sin embargo, vivir la vida cristiana jamás será algo individual, pues necesitamos unos de otros para amarnos, edificarnos con los dones espirituales y ayudarnos en el proceso de santificación. Hierro con hierro de afila.

    De acuerdo a Pr 27:17, que dice que el hombre aguza el rostro de su amigo, podemos comprender que el semblante de un amigo es una expresión de estímulo y apoyo. El ánimo y apoyo moral de un amigo son a menudo ingredientes necesarios para la lucha en la batalla contra Satanás. Podemos poner en práctica las palabras del proverbio y los muchos ejemplos bíblicos rindiendo cuentas, orando y siendo de apoyo mutuo

    No sabremos cómo podemos impactar la vida de otros si no somos parte activa en su caminar; no sabremos cómo nuestra intervención puede ayudar a otros a salir del camino errado o de perdición, hasta que lo pongamos en práctica. Que nuestra afirmación sea: “Vive tu vida, que yo la vivo contigo”.

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