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El día que a la mujer se le reconozca, teórica y prácticamente, en todos los lugares e instituciones, toda la dignidad que le corresponde, simplemente por ser persona, el mundo será también más digno, más pacífico, más bello y más habitable. Todo lo demás es dar rodeos, entre caireles y volantes.
Amable Sánchez
Este ocho de marzo la mayoría de naciones civilizadas conmemora la incorporación definitiva de la mujer en las diferentes esferas de la sociedad.
El “Día Internacional de la Mujer” celebrado en diferentes contextos y espacios geográficos formalmente desde 1909 hasta nuestros días nos recuerda la tenaz lucha de las mujeres en la historia y en especial en el siglo XIX por el reconocimiento de su dignidad en cuanto personas y también por la incorporación meritocrática en la división del trabajo.
Esta celebración en la actualidad ha tomado diferentes configuraciones tanto de carácter político-ideológico como eco-antropológico. Por ejemplo, el énfasis de las Naciones Unidas al reconocer la festividad antes mencionada es: “Igualdad de género hoy para un mañana sostenible”.[1]
No quiero adentrame en los debates contemporáneos sobre movimiento sociales que nos plantean nuevas premisas en relación al significado de ser “mujer”, más bien deseo reflexionar brevemente sobre el punto de partida teológico en relación al tema que nos convoca.
En primer lugar, no podemos olvidarnos de que, tanto hombres como mujeres, son creados a “imagen de Dios” y, ambos, son vocación por naturaleza y están llamados a desempeñar una misión en el mundo (Gn 1:26-28). Para Reinhardt:
«La condición de imagen de Dios hace de la persona una criatura excepcional. El cristianismo levanta sobre esta base una antropología que despliega ante el individuo panoramas de belleza y grandeza de vida».[2]
Por tanto, concluimos que Dios hizo a la mujer a Su imagen, y una de las características más nobles de la semejanza divina en la mujer es su capacidad para reflexionar, crear cultura y expresarse a través de la estética.
En segundo lugar, debemos recordar que el mensaje de Jesús de Nazaret reivindica en su totalidad a la mujer en cuanto a persona y propósito. Su enseñanza rompió con todos los paradigmas de la cultura greco-latina, donde la mujer era tratada como un objeto sexual, una cosa sin dignidad moral y espiritual o una simple esclava al servicio del hombre.
Jesús les vuelve a dar lo que nunca se tuvo que haber perdido, esto es, su dignidad en cuanto mujer y su relevancia en el entero Cosmos.
Por eso Pablo pudo concluir al escribirle a los Gálatas la siguientes palabras:
Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús.
Galátas 3:28
¡Felíz Día de la Mujer!
[1] “Día Internacional de la Mujer”, https://www.un.org/es/observances/womens-day (Consultado 8 de Marzo, 2022).
[2] Reinhardt, E. (2006). La dignidad del hombre en cuanto a imagen de Dios: Tomás de Aquino ante sus fuentes, Scripta Theologica, 302-303.
La espiritualidad cristiana, definitivamente, tiene que ver con la totalidad de la vida, es decir, se lleva a cabo y se ejercita en lo individual y en lo comunitario, en la soledad y en lo social. También es cierto que esta tiene un fin: acercarnos más a Dios y a nuestro prójimo. ¿Cuáles son aquellas prácticas que nos ayudan a ser mejores discípulos del Señor? ¿Qué es, realmente, la “espiritualidad cristiana”? ¿Hemos olvidado ejercicios espirituales valiosos? Te invitamos a unirte a esta nueva conversación.
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