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El aborto: ¿un derecho fundamental? Lo que responderían los primeros cristianos

Para los que aún no lo saben, en el estreno de la presidencia francesa de la Unión Europea, el presidente Emmanuel Macron propuso que el aborto sea establecido como “un derecho fundamental” de la comunidad europea.[1] Ya lo dijo bien G. K. Chesterton, en su obra The Innocence of Father Brown (La inocencia del padre Brown): “Los hombres podrían mantener una especie de nivel de bondad, pero ningún hombre ha sido capaz de mantenerse en un solo nivel de maldad. Ese es un camino que baja y baja incesantemente”.

En el caso de los proabortistas, y en concordancia con la realidad atemporal de lo dicho por Chesterton, parece que su sendero busca descender hasta lo más bajo. No dan tregua en su búsqueda de volver lo infame, por inverosímil que esto parezca, aceptable y moralmente normal dentro de nuestra sociedad actual. ¿El aborto como “un derecho fundamental”? ¡Qué desfachatez! Frente a semejante escollo, los primeros cristianos tendrían una posición muy clara y definida: ¡no lo aceptarían!

El aborto en la antigüedad

Vale la pena aclarar que la expulsión voluntaria del feto humano no es algo reciente. “No hay nada realmente nuevo bajo el sol” (Ec 1:9). La despreciable práctica del aborto era común en el mundo antiguo y ha existido durante milenios.[2] Tanto entre mujeres casadas como entre solteras, especialmente entre las prostitutas, se encontraban aquellas quienes al enfrentarse a un embarazo no deseado recurrían a medicamentos abortivos, químicos a base de hierbas, que inducían el aborto espontáneo. De hecho, aun en las altas esferas de la sociedad y la cultura se podían encontrar posiciones favorables al aborto. Está el caso muy conocido de los ilustres Platón (Rep. 5.9) y Aristóteles (Pol. 7.14.10), por citar algunos ejemplos, quienes no dudaron en sugerir la práctica como una forma de limitar el número de hijos.

Por otro lado, también hay registros antiguos de diferentes culturas y autores que muestran animadversión hacia el aborto. En el juramento hipocrático, por ejemplo, se observa una oposición a la práctica: “no le daré a una mujer un remedio abortivo (pesson phthorion)”. Además, y a pesar de que en la República romana tardía y el Imperio romano temprano se generalizó el aborto (según el derecho romano, el feto no era una persona), “la mayoría de las demás culturas se regían por códigos legales que establecían severas represalias por matar a un feto mientras aún estaba en el útero”.[3]

Hubo escritores de renombre que también se opusieron al aborto. Musonius Rufus (Discurso 15), por ejemplo, argumentó valientemente en contra de la práctica. Cicerón (En defensa de Cluentius 32), por su parte, llegó al punto de exigir la pena capital por abortos intencionales. No obstante, los estudiosos sostienen “que la oposición ocasional de griegos y romanos al aborto no se basaba en una preocupación por el feto individual sino por el bienestar del Estado”.[4]

Lo que pensaban los primeros cristianos sobre el aborto

Las referencias escritas más antiguas sobre la posición de las primeras generaciones de cristianos hacia el aborto se encuentran en la Didaché y la Epístola de Bernabé. Estas obras fueron escritas probablemente entre finales del primer siglo y principios del segundo. Siguiendo una antigua manera de argumentar y enseñar, conocida como el sistema de los dos caminos, la vida y la muerte o la luz y las tinieblas, estos escritos enseñan que la persona que anda en el camino de la vida no mata y, en consecuencia, nunca terminará con la vida de un feto a través del aborto (Didaché, 15–17; Epístola de Bernabé, 19.5). ¡Las dos obras rechazan con vehemencia el aborto!

En el caso del autor de la Didaché, su posición es bastante clara. En su exposición sobre el segundo mandamiento más importante, “Ama a tu prójimo como a ti mismo”, da una lista de prohibiciones que incluye el asesinato, el adulterio, la sodomía, la fornicación, el robo, la práctica de la magia y la hechicería, el infanticidio y el aborto. Literalmente, declara: “No matarás a un niño mediante el aborto”.[5]

La Epístola de Bernabé, en sus primeras páginas, proporciona una serie de recomendaciones para aquellos que quieren andar en el camino de la luz. Interesantemente, luego de animar a amar al prójimo (el autor agrega “más que a tu propia vida”), de manera escueta pero clara, recomienda: “No matarás a un niño por aborto, ni lo matarás cuando nazca”.[6] En este tratado teológico de los primeros años del cristianismo es bastante claro el rechazo al aborto, sobre todo, por ser contrario al amor que se debe dar al prójimo. El feto es visto, entonces, no como parte del cuerpo de su madre, sino más bien como su prójimo.

Los primeros apologistas cristianos también elaboraron elocuentes argumentos que evidencian un claro sentido del respeto absoluto por la vida de los no nacidos. Atenágoras, por ejemplo, diría: “aquellas mujeres que usan drogas para provocar el aborto cometen asesinato. Y también decimos que tendrán que dar cuentas a Dios por el aborto”. Este apologista se pronunció, además, contra el infanticidio: “Porque no pertenece a la misma persona considerar al mismo feto en el útero como un ser creado (y por lo tanto un objeto del cuidado de Dios) y, sin embargo, cuando ha nacido proceder luego a matarlo. También enseñamos que está mal abandonar a un infante. Porque quienes los abandonan son culpables de asesinato de niños”.[7]

Tertuliano es, quizás, uno de los apologistas que más se pronunció contra el aborto. Con su particular estilo, argumentó: “Pero, entre nosotros [los cristianos], el asesinato está prohibido de una vez por todas. No se nos permite destruir ni siquiera el feto en el útero…”. Para este autor “evitar el nacimiento de un niño es una forma más rápida de asesinar. No importa si uno destruye un alma ya nacida o interfiere con su nacimiento. Es un ser humano y uno que va a ser hombre [o mujer]”, porque, según Tertuliano, “todo el fruto ya está presente en la semilla”.[8] Esto último deja en claro que para este apologista no había diferencia entre quitarle la vida a uno que ya nació y uno que aún no ha nacido: “el que será persona después ya lo es ahora”.[9]

Se podría incluir muchos otros ejemplos sobre la posición contraria al aborto por parte de los primeros cristianos.[10] Pero basta con decir que, para todos los padres de la iglesia, griegos y latinos, “el aborto era moralmente un pecado y jurídicamente un delito, porque implicaba la injusta muerte de una vida humana que estaba, desde su comienzo, bajo la protección del amor providencial de Dios”.[11] Sus escritos muestran que los cristianos veían al feto como una creación de Dios y por ello insistieron en que la destrucción de este debía ser considerado como un asesinato. Todo parece indicar, además, que para estos autores antiguos el acto de abortar, además de ser una grave falta de amor al prójimo, era ante todo una ofensa a la ley de Dios, precisamente porque destruye a una de sus criaturas.

Y nosotros, los cristianos del siglo XXI, ¿qué posición asumiremos?


[1] Virginie Malingre, “Emmanuel Macron veut inscrire le droit à l’avortement dans la Charte des droits fondamentaux de l’Union européenne”, Le Monde, 20 de enero de 2022, https://www.lemonde.fr/politique/article/2022/01/19/union-europeenne-emmanuel-macron-veut-inscrire-le-droit-a-l-avortement-dans-la-charte-des-droits-fondamentaux_6110146_823448.html (21 de enero de 2022).

[2] Konstantinos Kapparis, Abortion in the Ancient World (Londres: Duckworth, 2002), 7.

[3] Edwin M. Yamauchi, “Abortion”, Dictionary of Daily Life in Biblical & Post-Biblical Antiquity (Peabody: Hendrickson, 2014), 5.

[4] Ibíd., 7.

[5] Joseph Barber Lightfoot y J. R. Harmer, The Apostolic Fathers (London: Macmillan and Co., 1891), 230.

[6] Ibíd., 286

[7] Atenágoras, Plea for the Christians 35, trad. B. P. Pratten, ANF 2:147.

[8] Tertullian y Minucius Felix, Apologetical Works and Octavius, trad. Rudolph Arbesmann et al., The Fathers of the Church 10 (Washington: The Catholic University of America Press, 1950), 31–32.

[9] Ibíd., Cf. Tertuliano, On Exhortation to Chastity 12, trad. S. Thelwall, ANF 4:57; ídem., A Treatise on the Soul, trad. Peter Holmes, ANF 3: 217-18.

[10] Cf. David W. Bercot, ed., “Abortion, Infanticide”, A Dictionary of Early Christian Beliefs: A Reference Guide to More than 700 Topics Discussed by the Early Church Fathers (Peabody: Hendrickson, 1998), 2–3.

[11] Bonifacio Honings, “Abortion”, Encyclopedia of Ancient Christianity (Downers Grove: IVP Academic, 2014, version Logos), 11.

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