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La Navidad: ¿una historia de adopción?

    Cuando hablamos de adopción, la mayoría de los cristianos estamos familiarizados con pasajes como aquel de Ro 8:15-17, en cuyo corazón se halla la sublime declaración de Pablo: “… el Espíritu que los adopta como hijos y les permite clamar: «¡Abba! ¡Padre!»”. Y es que, cuando pensamos en adopción, es natural que pensemos en el hecho de que nosotros mismos estábamos muertos en delitos y pecados, “sin esperanza y sin Dios en el mundo” (Ef 2:1-12); pero fue el gran amor de Dios, manifestado en la obra salvífica de Cristo Jesús y sellado en nosotros por el Espíritu Santo, el que nos otorgó una nueva identidad: hijos “adoptivos” de Dios todopoderoso.

    Sin embargo, ¿alguna vez te detuviste a pensar que este Dios de la adopción también fue adoptado por un padre terrenal? Antes de escandalizarte por esta afirmación, déjame elaborar a qué me refiero y permíteme brindarte una nueva perspectiva de los primeros capítulos de Mateo.

    Una virgen embarazada

    En Mt 1:18-25 encontramos el relato del nacimiento de Jesús. Mateo lo presenta desde la perspectiva de José (a diferencia de Lucas quien se enfoca mucho más en María). En esta versión del relato hallamos a José, “un hombre justo”, quien estaba comprometido para casarse con María, una joven de la aldea.

    Sin embargo, sucedió que, “antes de unirse” José a María,[1] resultó que ella estaba embarazada. El lenguaje griego de este pasaje expresa el hecho de que el embarazo de María era ya visible e imposible de esconder. Como explica Donald Carson, “la frase afirma que el embarazo de María fue descubierto mientras aun (sic) estaban comprometidos… su embarazo se hizo obvio”.[2] Esto no significa que María haya estado activamente ocultando el embarazo, sino simplemente que ahora el embarazo era evidente a la vista de todos.[3]

    Ante esto, José queda en una disyuntiva: divorciarse de María o seguir adelante con un matrimonio que significaría aceptar a una mujer embarazada. La primera reacción de José es natural y comprensible, decide romper el compromiso con María y seguir adelante. Sin embargo, tras recibir una visión en sueños (ver Mt 1:20-21), José decide obedecer la orden de Dios y tomar a María por esposa.

    Un hijo ajeno

    Ahora bien, para nosotros es muy fácil aceptar el hecho de que José tomara a María por esposa, ya que los cristianos entendemos la identidad de Jesús como el Hijo de Dios y salvador del mundo. Pero, antes de volcar la página en tu Biblia, te invito a ponerte en los zapatos de José. En una sociedad ultraconservadora, como lo era la sociedad judía del siglo I, el casarse con una mujer embarazada de “otro” no era nada fácil. Aún hoy, en nuestra sociedad supuestamente liberal y progresista, ¿cuántos varones estarían dispuestos a llevar adelante una boda con una novia embarazada por una tercera persona?

    Toma en cuenta que la sociedad circundante no iba a aceptar fácilmente la historia de que “María había quedado embarazada por obra del Espíritu Santo”. En su comentario a Mateo, Craig Keener dedica toda una sección a analizar la oposición que el nacimiento virginal recibe hasta el día de hoy. Luego de analizar la diversidad de argumentos en contra de este hecho, el autor concluye que los ataques contra el nacimiento virginal resaltan el coraje de José y María.[4] En otras palabras, José y María, los padres terrenales de Jesús, tuvieron que lidiar con el hecho ineludible de que en casa estaban criando al “hijo de ella”, que definitivamente no era “de él”. Más aún, José no solamente decide aceptar a María como esposa, sino que respeta su virginidad “hasta que dio a luz un hijo” (Mt 1:25).[5]

    Un padre adoptivo

    Ahora bien, podría argumentarse que José llevó adelante la boda y guardó la virginidad de María por temor a la visión del ángel, al final de cuentas, ¿quién querría hallarse peleando con Dios? Sin embargo, hay dos detalles en el evangelio mismo de Mateo que nos hacen notar la cualidad de José como padre adoptivo de Jesús.

    El primer hecho sobresaliente se encuentra inmediatamente después en el capítulo 2, cuando Herodes decide matar a todos los niños menores de dos años en Belén. Nuevamente, vemos a José dispuesto a sacrificarlo todo por proteger al niño y su madre. Tras una orden del ángel de Dios, José abandona su tierra y sale huyendo con rumbo a Egipto para resguardar la salud del niño.

    Nota la fe, amor y obediencia de este varón. No solamente se limita a aceptar a María embarazada y tomarla por esposa, haciendo a un lado el oprobio que esto significaría en su cultura y contexto, sino que ahora, además, debe dejarlo todo atrás e irse a una tierra extranjera a empezar de nuevo. Todo sea por el amor de un padre hacia su esposa y el hijo de ella. Todo sea por obedecer al Señor. Más adelante un ángel del Señor ordenaría a José volver a hacer maletas y retornar a Israel con el niño y su madre.

    Después del capítulo 2, Mateo no vuelve a mencionar a José por nombre. Sin embargo, un segundo hecho sobresaliente es mencionado de pasada, haciendo referencia a la cualidad de la relación entre José y Jesús. En el contexto de la incredulidad de los vecinos de Jesús, en la tierra en la que él creció, Mt 13:55 comienza con una pregunta interesante. La gente del pueblo donde Jesús creció afirman: “¿No es acaso el hijo del carpintero?”. Nota esta sutil pero importante afirmación, Jesús había crecido como el hijo de José.

    Es interesante observar que aquí Mateo decide introducir un breve cambio con relación a la versión de Marcos. En Mr 6:3 la pregunta es “¿no es este el carpintero?”, pero en la versión de Mateo se afirma “¿no es acaso el hijo del carpintero?”. Carson explica correctamente que “lo uno y lo otro son correctos en una época en la que la mayoría de los muchachos seguían el oficio  de sus padres”.[6] Sin embargo, el cambio sutil no es insignificante. Mateo decide enfatizar el hecho de que Jesús había crecido como el hijo de José, en otras palabras, a pesar de que María y José habían concebido otros hijos (tal como afirma este mismo pasaje), José había tratado a Jesús como su primogénito, enseñándole el oficio de la casa. Tal era su relación que la gente del pueblo se refiere a Jesús como “el hijo del carpintero”. Y es que a pesar de que José se casó con María embarazada, él crio al hijo como suyo propio.

    Dios tuvo un padre adoptivo

    Al principio de este artículo te mencioné que Dios fue adoptado por un padre terrenal. Espero que ahora entiendas a lo que me refiero. No, definitivamente no estoy procurando avanzar una nueva teología ni mucho menos algún tipo de herejía. Me refiero al hecho de que el Dios encarnado, la segunda persona de la Trinidad en el momento en el que descendió a la tierra y se hizo hombre, conoció en su vida humana el cuidado y amor de un padre adoptivo.

    Este no es un hecho insignificante. Se trata de un hecho hermoso que denota una cualidad importantísima del amor de Dios. Él se identifica con los más necesitados en medio nuestro. Cuántas veces la ley divina en ambos testamentos nos recuerda el mandato de cuidar del “huérfano y la viuda”.[7] Luego, en el Nuevo Testamento, ese mismo Dios afirma reiteradamente que él es nuestro padre adoptivo (Ro 8:12-17; Gá 4:4-5; Ef 1:3-10; etc.). Desde una perspectiva espiritual todos fuimos huérfanos de padre en algún momento, pero Dios nos adoptó en su familia por medio de Cristo.

    Sin embargo, esta adopción tiene también un componente terrenal, un llamado a restaurar en esta tierra lo que el pecado ha querido quebrantar. El Dios-hombre conoció el amor de un padre terrenal adoptivo, quien lo recibió, le enseñó el oficio de la casa y lo crio como suyo propio. Hoy la iglesia de Cristo tiene esa misma misión de ser familia para quien no la tiene, de aceptar al huérfano como un hijo propio y de participarle en vida el ejemplo del amor divino. La Navidad es una historia de redención eterna, la redención obrada por Dios en favor de la humanidad. Sin embargo, así como Dios se identificó con los seres humanos, haciéndose semejante a nosotros, hoy él también invita a su iglesia a identificarse con la causa del necesitado y a brindarle amor y el calor de un hogar.


    [1] Esta expresión hace referencia a la unión conyugal en la noche de bodas. Ver Craig L. Blomberg, Matthew, en The New American Commentary, vol. 22, ed. David S. Dockery (Nashville: B & H Publishing, 1992), 57, versión Kindle; además, D. A. Carson, Mateo, en Comentario bíblico del expositor, ed. Frank E. Gaebelein (Miami: Vida, 2004), 83.

    [2] Carson, Mateo, 83.

    [3] Ibíd.

    [4] Craig S. Keener, A Commentary on the Gospel of Matthew (Grand Rapids: Eerdmans, 1999), 86, versión Kindle.

    [5] Como explica Carson, Mateo, 90, “la cláusula ‘hasta’ naturalmente significa que María y José disfrutaron relaciones conyugales normales después del nacimiento de Jesús (cf. más adelante en 12:46; 13:55)”.

    [6] Ibíd., 378.

    [7] Una búsqueda simple arroja datos como Dt 10:18; Sal 68:5; 82:3; 146:9; Stg 1:27, etc.

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