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El maravilloso milagro de la encarnación

El maravilloso milagro de la encarnación: reflexiones pasadas y presentes

La palabra «Navidad» es una abreviación de «natividad», y ese término se deriva del vocablo «natalicio», el cual significa «nacimiento». Eso indica que la fiesta navideña tiene como propósito formal celebrar un nacimiento: el nacimiento de Cristo.[1]

Justo L. González nos dice:

Cuando celebramos la Navidad celebramos, entre muchas otras cosas, la revelación de Dios en el niño que nació en Belén, y el hecho glorioso e increíblemente sorprendente de que Dios es amor. Celebramos a este Dios cuya omnipotencia se refleja y se conoce, no en las palabras de los entendidos ni en los tronos de los poderosos, sino en un pesebre fuera del mesón.[2]

Es por eso que Juan Crisóstomo, llamado el «boca de oro», nos dice con mucha prontitud que «la Navidad es la principal fiesta de todas».

Ireneo de Lyon lo expresa de esta manera:

El Hijo de Dios se hace hijo de David e hijo de Abraham para cumplir las promesas y recapitularlas en sí mismo con el fin de restituirnos la vida; el Verbo de Dios se hizo carne por el misterio de la virgen a fin de desatar la muerte y vivificar al hombre, porque nosotros estábamos encadenados por el pecado y destinados a nacer a través del régimen del pecado y a caer bajo el imperio de la muerte.[3]

Ireneo parece ser el primero en expresar lo que después vino a ser tradición común, que los dones que los magos le ofrecieron al niño tenían un significado simbólico:

Después conducidos por la estrella a la casa de Jacob hasta el Emmanuel, hicieron ver, por los presentes que le ofrecieron, quién era el que estaba siendo adorado: la mirra significaba que era el que por nuestra raza humana mortal moriría y sería enterrado; el oro, que era el rey cuyo reino no tendría fin; el incienso, en fin, que era el Dios que venía a hacerse conocer en Judea y manifestarse a los que no le buscaban.[4]

En un mundo lleno de guerra y maldad se había dado, 700 años antes de la encarnación, esta hermosa profecía: Nacería el Príncipe de paz (Is 9:6). Dios vino a este mundo muerto en sus delitos y pecados con el propósito de traer redención. No cabe la menor duda de que el acontecimiento más maravilloso fue que el Hijo de Dios pisara la tierra.

«La bisagra de la historia está en la puerta de un establo de Belén» (Ralph W. Sockman)[5]

«Nos da vértigo pensar que el Creador y Sustentador del universo entró en la historia humana no como un héroe militar conquistador, sino como un pequeño bebé. Pero esta es la verdad de la encarnación».[6]

Este niño nace para morir, y cualquiera podría decir que todos los seres humanos nacemos para morir; pero la diferencia radica en que este niño es el cordero pascual que quita el pecado del mundo (Jn 1:29). Él era el cumplimiento de la profecía de Abraham, cuando su hijo le preguntó: «He aquí el fuego y la leña; mas ¿dónde está el cordero para el holocausto? Y respondió Abraham: Dios se proveerá de cordero para el holocausto, hijo mío» (Gn 22:7-8). En otras palabras: sin pesebre no hay cruz, sin cruz no hay muerte, sin muerte no hay tumba, sin tumba no hay resurrección, y sin resurrección no hay salvación.

De ningún otro personaje se registra que con siglos de anticipación se presagiara su nacimiento, ni aun de los famosos «iluminados» o fundadores de religiones. Sin embargo, las profecías del nacimiento del Salvador del mundo se anuncian 700 años antes de su llegada. Aun el lugar de su nacimiento lo da Mi 5:2. De igual forma, el plan glorioso de la redención se dio antes de la fundación del mundo, tal como lo menciona 1 P 1:20-21 y Ap 13:8. La encarnación no fue un acontecimiento que ocurrió por casualidad, sino un plan perfecto del Padre (Gá 4:4). Jesús es el plan perfecto de Dios para salvar al hombre del pecado.

Este magno personaje es quien divide la historia. Esta no se cuenta desde Alejandro Magno, Napoleón, Sócrates, Aristóteles, Anaxágoras, Homero, ni por nadie más. Es en ese Verbo encarnado que se divide la historia de la humanidad: Jesús.

Algunas analogías que demuestran que el niño de Belén es Dios

Nace en un mísero pesebre (Lc 2:7) y muere en una horrenda cruz (Mt 27:35). Cuando nace suceden fenómenos sobrenaturales: los cielos se abren y las huestes angelicales cantan (Lc 2:9, 13-14) y una estrella guía a magos del oriente (Mt 2:2). De igual forma, cuando murió el velo del templo se rasgó de arriba abajo, la tierra tembló, las rocas se partieron y se abrieron sepulcros (Mt 27: 51-52).

El mejor regalo que la raza humana jamás haya experimentado es Cristo Jesús. La necesidad más grande de este mundo no era social, de haber sido esa nos hubiera enviado Dios a un sociólogo; no era política, pues Dios nos hubiera mandado un estadista; no era psicológica, pues nos hubiera enviado un psicólogo; no era económica, pues se nos hubiera dado a un economista. La necesidad más grande era de salvación, y por eso el amor de Dios fue tan grande que dio a su Hijo unigénito para salvarnos (Jn 3:16).

Que el Espíritu del Señor humille nuestros corazones y nos lleve al agradecimiento por este milagro glorioso que celebramos hoy: la encarnación. Las buenas nuevas de salvación y vida eterna se han manifestado en el Hijo de Dios. «¡Gracias a Dios por su don inefable!» (2 Co 9:15).

¡Feliz Navidad!


[1] Alex Donnelly, “La Navidad: ¿Fiesta cristiana o pagana?”, 26 de julio de 2016, http://iglesiadeciudadreal.es /tematica/mensajes-biblicos/81-la-navidad-fiesta-cristiana-o-pagana

[2] Justo L. González, La Navidad: Origen, significado y textos (El Paso: Mundo Hispano, 2015), 134.

[3] Alfonso Ropero, Lo mejor de Ireneo de Lyon (Barcelona: CLIE, 2003), 681.

[4]González, La Navidad, 49.

[5] David Jeremiah, ¿Por qué el nacimiento de Jesús? (Tyndale House Publishers

2006), 43.

[6] William MacDonald, Comentario bíblico (Barcelona: CLIE, 2004), 612.

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