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Consolados para consolar

    La aflicción y el desánimo siempre se presentan a nuestra vida de manera inesperada.  Dificultades económicas, enfermedades, problemas familiares, conflictos laborales o la muerte de un ser amad o; la lista puede llegar a ser interminable. Estas situaciones nos hacen sentir abrumados, incluso hasta llegar al punto de perder la esperanza en Dios y perder el gozo de nuestra salvación.

    ¿Cuántas veces no nos hemos sentido desanimados, sin la motivación para seguir adelante por el sufrimiento que alguna vez hemos experimentado en este mundo caído? Quizás el recuerdo de algún momento doloroso o la vivencia de alguna experiencia frustrante hizo que en determinado momento sintiéramos que nada en esta vida tuviera sentido. O tal vez ahora mismo estemos atravesando por una situación difícil y parezca que es casi imposible salir de ella.

    Sin embargo, es importante recordar que Dios, en medio de nuestro sufrimiento, por más doloroso que sea, siempre tiene un propósito glorioso.

    El apóstol Pablo escribía lo siguiente a la iglesia de Corinto: «Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordias y Dios de toda consolación, el cual nos consuela en todas nuestras tribulaciones, para que podamos también nosotros consolar a los que están en cualquier tribulación, por medio de la consolación con que nosotros somos consolados por Dios» (2 Co 1:3-4).

    El concepto “consuelo” (paraklesis) y “consolar” (parakaleo) aparecen 10 veces en la sección de 2 Co 1:3-7.[1] Estas dos palabras aparecen 31 veces con este sentido en el Nuevo Testamento, y 25 se hallan en los escritos de Pablo. De estas 25, 17 figuran en 2 Corintios; y de estas 17, 10 están en esta breve introducción.[2] Si Pablo es el apóstol del consuelo en el Nuevo Testamento, 2 Corintios es la carta del consuelo, y 1:3-7 es el párrafo del consuelo.

    Ahora, la palabra “consuelo” en latín significa “llamado a su lado”. De ahí procede nuestra palabra “conforte”, que significa “hacerse fuerte conjuntamente”.[3] Esta palabra muestra un aspecto relacional y derriba toda idea de individualismo. Esto implica que una parte fortalece y anima a la otra, ayuda a aquellos que se enfrentan a la prueba, la derrota o el desánimo.

    Entendiendo esto, entonces, debemos tener la seguridad de que en los momentos difíciles Dios está de nuestro lado consolándonos para que nosotros también podamos consolar a los que están en cualquier tribulación. Cuando alguien necesita consuelo, nosotros, como consolados, podemos dárselo de una manera más efectiva, sabiendo que Dios ya nos ha consolado primero; ya hemos estado donde esa persona está ahora. Dios usa a personas, sobre todo creyentes, para llevarnos a la consolación. 

    El consuelo de nuestro Dios muestra nuestra condición y nos manifiesta el poder y fortaleza del santo Consolador (Parakletos). Nos muestra que en el proceso del dolor él estará allí acompañándonos y ayudándonos a enfrentar cualquiera que fuera la situación.

    Por tanto, debemos de recordar que en medio de nuestra aflicción no estaremos solos. Y, por ende, el consolado debe de ser esa compañía y esa ayuda que acompañe a otros en el proceso del dolor. Recordemos que Jesús es quien nos consuela. Él es quien nos da su gracia para poder seguir cada día. Jesús entiende nuestro dolor. Él no es un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestros sufrimientos (Heb 4:15). Dios no es ajeno a nuestro dolor, y en medio de la prueba él nos permite ser consolados para consolar.


    [1] Alfred E. Tuggy, Léxico griego-español del Nuevo Testamento (Mundo Hispano, 1996), 690.

    [2] Scott J. Hafemann, Comentario biblico con aplicación NVI: 2 Corintios (Vida, 2016), 56. 

    [3] José Del Col Juan, Diccionario auxiliar español-latino para el uso moderno del latín (Instituto Superior “Juan XXIII”, 2007), 921.

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