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La resurrección: el ápice de luz de que «otro mundo» existe

Estas líneas nacen de una pregunta que hace Philip Yancey al final de su libro Dónde está Dios cuando duele: «¿Qué significado tiene para el mundo si Cristo realmente ha resucitado?». Él reflexiona sobre cómo coinciden diferentes culturas y filosofías en que es algo noble pensar que la maldad y el sufrimiento es el designio final para el hombre. En cambio, en sus líneas, él advierte que el cristianismo tiene el valor de confrontar esa idea y decir que la muerte no es el fin, sino que «la Biblia hace referencia a una vida después de la muerte con un espíritu de gozo y expectación, no de turbación» (Yancey, Dónde está Dios cuando duele, 342). También agrega que la resurrección de Cristo ha sido el «destello de luz» que vislumbra virtud, gozo, gloria, belleza, compasión y otras virtudes más que hacen pensar a los cristianos que detrás del dolor y la muerte existe otro mundo. Una realidad en que toda lágrima se enjugará, que todo dolor será sanado y toda necesidad será suplida.

Una tragedia convertida en gozo

Los pasajes que encontramos en el Nuevo Testamento sobre la resurrección y las referencias veterotestamentarias (1 S 2:6; 1 R 17:22; 2 R 4:35; 13:21; Sal 30:3) sobre ese reposo futuro para el pueblo de Dios son las columnas de esperanza para los actuales pesares y sufrimientos. Para los cristianos, las cargas, el dolor y la misma muerte son algo pasajero, aunque parezca difícil de asumirlo. Lo que pasó luego de la cruz del Calvario, tres días después, es la base de la fe cristiana (1 Co 15:14). Nuestras creencias van más allá de un cuerpo clavado en una cruz, un símbolo de tragedia. Nuestra fe hace nido en una tumba vacía, un símbolo de asombro, certeza y de alegría. La tumba no pudo retener a Cristo. Ese lugar quedó vacío y nos trajo la esperanza que toda tragedia que vivimos será convertida en gozo.

La resurrección es el anuncio de un Cristo victorioso, uno que Juan en el Apocalipsis describe sentado en el trono y que por medio de su sangre multitudes innumerables vestidas de túnicas son refugiadas, pastoreadas y guiadas a fuentes de vida (Ap 7:14-17). El evento de la resurrección de Cristo trae esperanza, y no cualquiera, sino una que nos invita a gozar desde ya en ese «otro mundo» (Fil 3:21). Un ejemplo de esto es lo que relata John Stott en su libro Cristo, el incomparable. Allí Stott cuenta sobre Joni Eareckson, una mujer que a la corta edad de 17 años quedó tetrapléjica. Como era de esperar, esto marcó su vida, y luego de superar un tiempo de tristeza, desesperación y depresión encontró consuelo y esperanza en la firme convicción de que su vida luego de este mundo cambiaría y sería transformada.

Lo que ha inspirado a Joni Eareckson es la naturaleza física de la resurrección. Está entusiasmada y escribe: “El cielo es un lugar fantástico… Tendremos tacto y gusto, gobernaremos y reinaremos, nos moveremos y correremos, reiremos y nunca habrá razón alguna para llorar (Stott, Cristo, el incomparable, 195).

Para Joni, la firme creencia en la resurrección cambió la perspectiva de su presente. Descubrió que su futuro es mejor y eso la motiva a no vivir un presente desahuciado, sino uno expectante. Ella comenta:

Yo, que tengo los dedos secos y retorcidos, los músculos atrofiados, las rodillas deformes y no siento nada de los hombros para abajo, tendré un día un nuevo cuerpo ligero, resplandeciente y vestido de justicia: vigoroso y deslumbrante… Ninguna otra religión, ninguna otra filosofía promete nuevos cuerpos, corazones y mentes. Sólo en el Evangelio de Cristo encuentran las personas que sufren una esperanza tan increíble (Stott, Cristo, el incomparable, 194).

En la visión de Juan de Patmos (Ap 7) el centro es la presencia del Cordero, aquel que fue sacrificado para traer redención a muchos (Is 53:6-7). El Cordero, que colgó de un madero, ahora reina, es victorioso e invita a fijar nuestra mirada en él. Su resurrección es la promesa que nosotros resucitaremos. «Porque, si nos hemos identificado con él por una muerte como la suya, también nos identificaremos con él en la resurrección (Ro 6:5 LBNP)». Su victoria es nuestra victoria, «la propia resurrección de Jesús proporciona una poderosa seguridad de la resurrección del cristiano» (James Montgomery Boice, Foundations of the Christian Faith, 729).

El Cristo resucitado y victorioso trae esperanza en medio de un mundo lúgubre. La cruz y la tumba fueron un tiempo sombrío, lamentable y efímero, pero el anuncio que Jesús venció la muerte convirtió ese tiempo sombrío en algo inefable que solo se puede comprender, experimentar y gozar por medio de la fe, una fe que nos atestigua que ese otro mundo «existe».

Una invitación a creer en ese «otro mundo»

El apóstol Pablo, magistralmente, nos invita a tener esperanza cuando nos dice lo siguiente: «Considero, por lo demás, que los sufrimientos presentes no tienen comparación con la gloria que un día se nos descubrirá» (Ro 8:18 BLP). La fe cristiana invita a creer que no estamos atados a la corrupción y muerte, sino a una gloriosa libertad (Ro 8:21). En cada pensamiento de tristeza, dolor, desesperación y desaliento hay una invitación a ver ese «otro mundo», un mundo donde la libertad reina, donde los males que nos afligen serán cosa del pasado y el sol brillará en su máximo esplendor. 

Pablo alienta a creer que «No todos dormiremos; pero todos seremos transformados, en un momento, en un abrir y cerrar de ojos, a la final trompeta; porque se tocará la trompeta, y los muertos serán resucitados incorruptibles, y nosotros seremos transformados (1 Co 15:51–52 RV60)». Utilizando la imagen veterotestamentaria de la trompeta como instrumento de reunión, el Apóstol explica el suceso de la resurrección como un momento de transformación, gozo y victoria, e invita a sus lectores a creer en ese misterio y a vivir el presente firme y constante porque el futuro está asegurado.

También, el apóstol Pedro tenía clara esta nueva realidad que ha traído la resurrección. Sin ella, «la muerte señalaría el final definitivo de la existencia humana individual. Con ella, la muerte se convierte en penúltima y provisional» (Cynthia Cheshire, «Resurrection», Dictionary of Christian, 716). La resurrección trae una esperanza viva (1 P 1:3), la cual invita al creyente a no desfallecer, y recuerda que luego de este mundo hay un herencia incorruptible, incontaminada e inmarcesible reservada para aquellos que han puesto su mirada en aquel que fue la primicia de la resurrección (1 P 1:4 y 1 Co 15:20).

Para los discípulos de Jesús la experiencia de la resurrección fue determinante. Interpretaron la cruz como el fin del viejo orden, y la resurrección de Jesús como la irrupción del nuevo. La resurrección se interpretó, en última instancia, como la vindicación de Jesús (David J. Bosch, Misión en transformación: cambios de paradigma en la teología de la misión, 61).

Pedro anima a sus lectores al decir que el poder de Dios nos ha guardado para un fin: «alcanzar la salvación que está preparada para ser manifestada en el tiempo postrero» (1 P 1:5 RV60). ¡Qué gran promesa es esta! Ese otro mundo existe, y es una herencia que alcanzaremos.

Ese «otro mundo»  

Los ojos de la fe nos sostienen, la victoria de Cristo nos alienta en creer en esa nueva realidad. Un futuro donde la muerte no tiene dominio, donde el dolor no hace eco en la vida de los redimidos, en donde Dios consuela y seremos plenamente partícipes de la vida de aquel que venció la muerte. La fe nos recuerda que ese «otro mundo existe» y que toda lágrima será enjugada.

Bienaventurado y santo el que tiene parte en la primera resurrección; la segunda muerte no tiene potestad sobre éstos, sino que serán sacerdotes de Dios y de Cristo, y reinarán con él mil años (Ap 20:6 RV60).

Finalmente, creo que la posible respuesta a la pregunta de Yancey se puede esbozar de la siguiente manera: la resurrección de Cristo da un sentido de esperanza para aquellos que habitan este mundo. El sentido de creer y confiar que hay otra realidad y nos espera. La fe en el Cristo que resucitó es el ápice de luz de que «otro mundo» existe y ha sido dado para nosotros.

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