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Los pobres… la gran paradoja del reino

En una sociedad que exalta el ego, la posición, la riqueza y el domino, pensar en pobreza es pensar en lo contrario de la posición social que una persona desea. Sin embargo, al examinar las palabras de Jesús en el Sermón de Monte encontramos que una de las características que deben tener sus seguidores es la pobreza. «Ser pobres» es lo que demanda Jesús de aquellos que se han acercado e identificado como sus discípulos (Mt 5:1). Los que han venido a escuchar su enseñanza ahora se encuentran con la gran paradoja… «a los pobres les pertenece el reino». Pero ¿qué significa esto? ¿De qué «pobres» habla? En las siguientes líneas pretendo hacer un esbozo de lo que podría significar esta bienaventuranza.

Ya antes hemos concluido que una persona bienaventurada es aquella que recibe una felicitación de Dios por su comportamiento o situación, es decir, los macarios son aquellos que se convierten en benditos del Padre. Ahora, Jesús llama a estos pobres en espíritu.

Μακάριοι οἱ πτωχοὶ τῷ πνεύματι, ὅτι αὐτῶν ἐστιν ἡ βασιλεία τῶν οὐρανῶν.

[Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos]

Al tratar de entender quiénes eran los pobres,[1] nos encontramos que en el mundo griego πτωχοὶ [pobres] tiene el sentido de alguien que mendigaba, una persona que había perdido todo, una persona en un estado de indigencia total, alguien reducido a la mendicidad. En general los mendigos eran personas despreciadas, pero se les daba pequeños donativos, Homero incluso refirió que a veces esos donativos vienen de Dios.[2] En el AT el término tiene sentido de debilidad física y/o infortunio. También significa mendigo o persona muy pobre, pero con el matiz religioso de alguien que es humilde ante Dios.

En los libros proféticos de las Escrituras se ve una defensa hacia el pobre. En los Salmos el sentido de pobres se va ampliando; un pobre no siempre está bajo castigo divino, un pobre no necesariamente es alguien que tiene dificultades económicas sino alguien que sufre alguna opresión y por lo tanto necesita protección o el favor divino.[3]  Ahora, la expresión τῷ πνεύματι [en espíritu] se presenta como un dativo de esfera y al ser πτωχοὶ [pobres] la palabra que se relaciona con el dativo, esta se incorpora dentro de la esfera o región del dativo. Por ende, se debe entender a los pobres en la esfera del espíritu.[4] Entonces, la mejor forma de entender la expresión pobre en espíritu es como una condición que lleva a depositar la entera confianza en Dios, es decir depender totalmente del Padre.[5] Para W. Barclay el pobre en espíritu es el:

…que tiene un claro sentido de su miserable pobreza delante de Dios; el hombre que no sólo siente mera insatisfacción, sino el que dice: ‘Dios, sé propicio a mí, pecador’. Pero también significa: bienaventurado el hombre que, teniendo este claro sentido de su condición misérrima, pone toda su confianza en Dios. Así, pues, la bienaventuranza expresa: bienaventurado el hombre que es consciente de su desesperada necesidad y que está completamente cierto de que en Dios, y sólo en Dios, esa necesidad puede ser satisfecha.[6]

La razón por la cual se les llama bienaventurados es porque de ellos es el reino de los cielos.[7] El verbo presente ἐστιν [es] denota el cumplimiento de esta promesa aquí y ahora. Grant Osborne refiere que en el evangelista presenta una tensión (escatología inaugurada) entre el ya y todavía no.[8] Entonces, aquella persona que reconoce su condición de pobre, sabiendo que no tiene nada por sí mismo y, que está consciente que su dependencia, su socorro proviene de Dios, es la que tiene ya su herencia, es decir, el reino de los cielos. Y que esta pertenencia tendrá su totalidad en la instauración final del reino, es decir, la segunda venida de Jesús.

El poseer el reino no tiene nada que ver con la condición social del individuo, pero no se puede obviar que alguien que ha tenido una vida marcada por las limitaciones económicas en esta vida entenderá mejor lo que significa depender de Dios. Esto va más allá de ser humilde -como se entiende en el presente-, ya que la acepción de ese término no le hace justica al sentido de πτωχοὶ (pobre). La persona que participa del reino es la que sabe que en sí misma no hay nada; ni su propia vida como tal tiene valor para gozar del reino inaugurado por Jesús.[9] Es aquí donde está la gran paradoja del reino… el que no tiene nada, le pertenece todo.

Serás bienaventurado,

serás un hombre feliz   

si tu promesa es tamiz   

de un corazón despegado.

Si vives esta pobreza.       

de espíritu y corazón,     

ten la segura certeza 

que el reino será tu don.

(José Luis Martínez, Bienaventuranzas)


[1] Lucas omite la expresión pobres en espíritu (Lc 6:20a). Algunos creen que la exclusión de esta frase se debe al énfasis del evangelista Lucas por mostrar que el ministerio de Jesús es hacia las personas “de los márgenes” sociales. Cf. Lc 4:18.

[2] «πτωχός», F. Hauck, CDTNT, 947.

[3] E. Bammel, «πτωχός» ibíd., 950.

[4]  Daniel B. Wallace y Daniel S. Steffen, Gramática griega: Sintaxis del Nuevo Testamento, 93.

[5] Cf. Grant R. Osborne, Matthew en ZECNT, 165–166.

[6] William Barclay, Palabras griegas del Nuevo Testamento – su uso y su significado, (El Paso: Casa Bautista de Publicaciones, 1997), 189-90.

[7] “El reino de los cielos es una expresión semítica, en la que cielos sustituye al nombre divino (ver Lc. 15:18). Como la tradición evangélica muestra que Jesús no eludió sistemáticamente la palabra ‘Dios’, es posible que ‘el reino de los cielos’ sea una expresión propia del medio judeocristiano que conservó la tradición evangélica en Mateo, sin relejar el empleo que hizo Jesús de esa palabra. Es posible que se utilizara ambas expresiones y que los Evangelios, destinados a un auditorio gentil, omitiera la expresión semítica, que hubiera resultado inexpresiva a sus oídos” George Ladd, Teología del Nuevo Testamento (Barcelona: Clie, 2002), 95.

[8]  Osborne, Matthew, 166.

[9] “El peligro que pueden tener esta gente es el de ser tan humildes, el considerarse tan sin méritos propios, que incluso lleguen a pensar que son muy poca cosa para Dios”  José L. Sicre, «Temas selectos del primer evangelio (III) el sermón del monte», Proyección: Teología y mundo actual 163 (1991): 268.

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