
Dominando al monstruo de la ira
La ira puede destruir la comunicación, romper las relaciones y arruinar tanto el gozo como la salud de muchos. Lamentablemente tenemos la tendencia de justificar la ira, en vez de aceptar nuestra responsabilidad.
La ira puede destruir la comunicación, romper las relaciones y arruinar tanto el gozo como la salud de muchos. Lamentablemente tenemos la tendencia de justificar la ira, en vez de aceptar nuestra responsabilidad.
Pero ¿por qué huye Jonás? ¿Por qué pide que lo echen al mar cuando está en el barco y la tormenta arrecia? Las respuestas pueden ser variadas, pero hasta ese momento en la historia Jonás no nos da una razón. Pero algo es seguro en el corazón del profeta, él quiere la destrucción de sus enemigos a toda costa, no quiere que tengan una oportunidad de arrepentimiento. Sin embargo, Dios tiene otros planes.
Existe una cultura de amor propio, de ser feliz a cualquier costo, de amarse a uno mismo para poder amar a los demás, entre otras muchas afirmaciones. ¡Se nos está entregando en bandeja de plata el control de nuestras vidas! Eso parece fantástico, pero ¿cuál es el problema? El problema está en que con esta entrega se nos está llamando a tener un exagerado amor por nosotros mismos, a buscar nuestro bienestar sin importar a qué tengamos que recurrir para lograrlo y, más que todo, a poner a Dios fuera de la historia.
El hombre no fue hecho para estar solo, pues Dios mismo lo dijo antes de la caída (Gn 2:18). ¡Cuánto más ahora tenemos la necesidad de juntarnos con nuestros hermanos y hermanas en Cristo para momentos de comunión! Si un cuchillo no está afilado, sigue siendo un cuchillo, aunque es menos eficaz, menos útil. Así que, nuestra tarea es animarnos a pasar juntos más tiempo, exhortando, animando, orando, amonestando, compartiendo la palabra de Dios, involucrándonos en la vida de otros creyentes, para que así, como láminas de hierro, seamos más afilados en el ministerio que el Señor nos ha asignado, siendo eficaces.