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DOMINANDO AL MONSTRUO DE LA IRA

Recientemente escuché una noticia que conmocionó a todos en mi país. Un hombre le quitó la vida a otro en su oficina de trabajo. Ahora, se sabe que esto no es noticia nueva, que cada día personas cometen asesinato en las más diversas circunstancias; sin embargo, lo que esta vez asombró a todos fue el hecho de que la víctima y el asesino eran amigos desde su juventud. Y lo más sorprendente de todo es que la causa de este hecho fue un ataque de ira totalmente descontrolado. ¡Es increíble pensar que la ira puede llevar a alguien a cometer hechos tan espeluznantes! Este y otros sucesos similares nos llevan a reflexionar y a hacernos preguntas sobre este tema. ¿Soy una persona iracunda? ¿Qué tanto estoy permitiendo que la ira me domine al punto de llevar a cabo actos que quizás nunca pensé cometer? ¿Cuáles cosas me provocan a ira? ¿Cómo demuestro ira? ¿Qué dice la Biblia?

Debemos entender que la ira no siempre es pecado. La Biblia por un lado nos dice que quitemos de nosotros toda ira, toda amargura, todo enojo, y por el otro lado nos dice “enójense y no pequen” (Efesios 4:26), esto es porque hay diferencias.

Hay un tipo de ira que la Biblia aprueba. Si nos vamos a la Biblia vemos, por ejemplo, a Dios airado (Salmos 7:11; Marcos 3:5), y vemos también que a los creyentes se les permite estar airados (Efesios 4:26). Bíblicamente la ira es una energía que Dios da con la intención de ayudarnos a resolver problemas. Algunos ejemplos de ira aprobada incluyen la confrontación de Pablo a Pedro por su mal actuar (Gálatas 2:11-14). Encontramos también a David cuando escuchó la historia de injusticia contada por el profeta Natán (2 Samuel 12); y a Jesús airado al ver cómo algunos judíos habían corrompido la adoración en el templo de Dios (Juan 2:13-18). Podemos notar que ninguno de estos ejemplos de ira involucró una auto defensa, sino la defensa de otros, o de un principio.

Algunas diferencias entre la ira justa y la ira pecaminosa son:

  • La ira justa está desprovista de egoísmo, se dirige a actos pecaminosos o situaciones injustas, en cambio la ira pecaminosa es egoísta (Santiago 1:20) y surge cuando los deseos, necesidades o ambiciones personales se ven frustradas, cuando no se cumplen las expectativas, cuando nuestro bienestar se ve amenazado, cuando se ataca nuestra autoestima, cuando nos sentimos despreciados y algo nos molesta. Entonces, perdemos el control, hacemos y decimos cosas de las cuales después nos arrepentimos. En vez de utilizar la energía generada por la ira para atacar el problema en sí, la persona es atacada en su lugar.

  • La ira justa no está provocada por resentimiento o por maldad, ni busca venganza. En cambio, la ira pecaminosa aloja amargura y busca desquitarse, queremos que quien que nos ofendió pague por lo que hizo. Motivados por esto, tratamos de usar palabra sarcásticas y cortantes, muchas veces nos transformamos en personas violentas físicamente, pisoteamos, hacemos un tratamiento silencioso, ignoramos o nos alejamos de la situación para castigar a la otra persona; la ira pecaminosa trata de herir y destruir.

La ira se vuelve pecado cuando permitimos que se desborde sin ningún impedimento (Proverbios 29:11), lo cual trae como consecuencia que todos sean heridos, usualmente de formas irreparables. La ira también se vuelve pecado cuando el airado rehúsa ser tranquilizado o lo guarda todo en su interior lo cual se transforma en rencor (Efesios 4:26-27). Esto puede causar depresión e irritabilidad por cosas pequeñas, que con frecuencia no tienen relación alguna con el problema de fondo.

La ira puede destruir la comunicación, romper las relaciones y arruinar tanto el gozo como la salud de muchos. Lamentablemente tenemos la tendencia de justificar la ira, en vez de aceptar nuestra responsabilidad. Todos luchamos en diferentes grados contra ella, pero afortunadamente, la Palabra de Dios provee la luz que puede ayudarnos a manejarla correctamente. Algunos principios para manejar la ira de una manera piadosa son:

  • Reconocer y admitir nuestra ira egoísta y el mal manejo de ella como un pecado (1 Juan 1:9). Debemos confesar tanto a Dios como a aquellos a quienes hemos herido con nuestra ira. No debemos minimizar este pecado excusándonos o echando la culpa a otros.
  • Dejar lugar para la ira de Dios. Esto es importante sobre todo en casos de injusticia. Confiemos en que Dios, quien es recto y justo, actuará con justicia (Génesis 18:25; Romanos 12:19).
  • No devolver mal por mal (Romanos 12:21). Aquí es donde nuestra ira se transforma en amor. Así como actuamos según lo que hay en nuestro corazón, también nuestros corazones pueden ser alterados por nuestras acciones. Esto incluye: Ser honestos y hablar la verdad en amor, sin asumir que los demás saben lo que hay en nuestra mente (Efesios 4:15, 25).
  • Ser oportunos. No debemos permitir que lo que nos está molestando crezca hasta perder el control. Además debemos atacar el problema, no a la persona (Efesios 4:26-31).

Junto con esto, debemos recordar la importancia de mantener bajo el volumen de nuestra voz (Proverbios 15:1); actuar, no reaccionar. Debido al pecado en nosotros, generalmente nuestro primer impulso es uno pecaminoso. Debemos hacer una pausa y reflexionar sobre la manera amable de responder, recordándonos a nosotros mismos cómo se debe usar la ira para resolver problemas y no para crear unos mayores (Proverbios 15:18).

  • Debemos actuar para resolver nuestra parte del problema (Romanos 12:18). No podemos controlar la manera en que los demás actúan o responden, pero sí podemos hacer los cambios necesarios de nuestra parte. Podemos dominar y vencer la ira a través de la oración a Dios rogando por su ayuda, el estudio de la Biblia, el confiar activamente y permitir al Espíritu Santo trabajar en nosotros.

Así como hemos permitido que la ira haya hecho nido en nuestras vidas, debemos practicar el actuar de forma correcta hasta que esto se convierta en el hábito que reemplace a las viejas y malas actitudes. Proverbios 25:28 nos deja un gran reto: dominar nuestro espíritu. Si no lo hacemos, la Biblia dice que somos como ciudad invadida y sin murallas: totalmente desprotegidos, indefensos y sin esperanza. Procuremos airarnos por las cosas que Dios se aíra, lo demás hay que desecharlo.

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