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Amor propio, una mentira bien vendida

Si estás en las redes sociales o has asistido a una que otra reunión de algún grupo, seguro has visto o escuchado algunas de estas afirmaciones:

  1. Tú puedes  hacer y ser todo lo que quieras.
  2. En ti está la fuerza.
  3. Nuestro coraje nos da la libertad de escribir nuestras propias reglas.
  4. Te lo mereces. 
  5. Crea una mejor versión de ti mismo. 
  6. Haz realidad lo que tanto has deseado.
  7. Tú eres lo más importante. Si te sientes bien contigo mismo, no importa lo que digan los demás. No se trata de ellos, se trata de ti.
  8. Eres perfecto, maravilloso.

¿Te parece familiar? Existe una cultura de amor propio, de ser feliz a cualquier costo, de amarse a uno mismo para poder amar a los demás, entre otras muchas afirmaciones. ¡Se nos está entregando en bandeja de plata el control de nuestras vidas! Eso parece fantástico, pero ¿cuál es el problema?

El problema está en que con esta entrega se nos está llamando a tener un exagerado amor por nosotros mismos, a buscar nuestro bienestar sin importar a qué tengamos que recurrir para lograrlo y, más que todo, a poner a Dios fuera de la historia. Cuando vemos anuncios que nos dicen que tenemos el poder de definir nuestra identidad, nuestro propósito y nuestro valor, nos están tratando de convertir en Dios. Este culto a la autoafirmación, promovido por gurús y expertos en autodesarrollo, nos lleva a la supremacía del yo, que pasa a convertirse en dios y promete mantener el control de nuestra vida (autonomía) y el ser verdad para nosotros mismos (autenticidad). Nos predican que si algo es verdad para ti, entonces es bueno y no importa lo que digan los demás. Nos animan a alejarnos de las personas “tóxicas”, quienes muchas veces son esas que nos muestran el mal que estamos haciendo, es decir, nos dicen la verdad.

Es tentador decir que soy suficiente, que soy fabuloso, que soy asombroso. Nosotros como seres humanos, somos criaturas caídas, pecadoras, corruptibles y engañosas, creaciones de un Dios santo que exige no solo nuestra adoración y respeto, sino también nuestra obediencia. La Biblia predica lo que es contrario a lo que promueve esta cultura. Para los cristianos, uno de los pilares de nuestra fe es precisamente la abnegación. Cristo debe ser elevado y el hombre humillado. Como seres humanos caídos nuestro primer instinto es amarnos verdadera y completamente, ser egoístas y velar por nuestros propios intereses. Sin embargo, la Biblia nos llama a desechar la vieja naturaleza pecaminosa con todo lo que ella encierra (Ef 4:22).

Jesús dijo que amemos a nuestro prójimo como él nos ha amado (Jn 13:34). Aquí la medida no es el amor a nosotros mismos, sino su amor para con nosotros. Mateo nos dice que el primero y más grande mandamiento es amar a Dios (Mt 22:36-37). Si esa es nuestra prioridad, entonces aprenderemos nuestro verdadero valor, reconoceremos nuestra necesidad de él y nos veremos como él nos ve.

Gálatas 2:20 dice claramente que somos nuevas criaturas cuando conocemos a Dios y que Cristo ahora vive en nosotros. Contrario a lo que predica la sociedad, nuestra vida no es nuestra y no podemos vivir como queramos. El verdadero amor propio encuentra su sentido en la cruz, cuando reconocemos que nuestro valor fue pagado a precio de sangre. La razón por la cual debemos amarnos es porque apreciamos a Cristo en nosotros. Lo bueno que hay en nosotros ha sido puesto por Dios, quien nos hizo a su imagen y semejanza (Gn 1:26). La Biblia nos invita a amar a otros y no centrarnos en nosotros mismos, lo cual es egoísmo (1 Co 13:4-5).

Debemos tener mucho cuidado con lo que estamos creyendo. Es una gran mentira creer que la solución de nuestros problemas y situaciones difíciles, o la proyección positiva de nuestra vida, recae en nosotros mismos. ¡No! Nosotros somos el problema, y jamás seremos la solución. Es incoherente pensar que podemos tomar control correcto de nuestra vida. Es mejor dejar que Dios la dirija, seguir sus patrones y preceptos. Esto va a garantizarnos una vida plena y va a desarrollar en nosotros un correcto acercamiento al amor propio, pues saldrá de una plena conciencia sobre quién es Dios y lo que ha hecho en nosotros.

Si nosotros mismos somos la fuente de la depresión, desesperación, inseguridad o miedo, no podemos ser también la fuente de nuestra realización final. De hecho, si nuestra propia naturaleza es nuestra peor enemiga, ¿cómo podríamos siquiera amarnos así de fuerte? Realmente no podemos. Dios creó un sistema de valores absolutos, una ley moral. Sin un código moral, tendremos una sociedad que se basa en sentimientos y emociones en lugar de la moralidad. Por ejemplo, la mayoría de la gente puede estar de acuerdo en que el asesinato está mal. Pero ¿por qué es así? ¿Qué autoridad moral ha considerado esto así? ¿Qué hay dentro de nosotros que grita en voz alta que el asesinato es moralmente incorrecto? Sin embargo, muchas personas asesinan constantemente y no ven ningún problema en ello (piensa en la historia). Entonces, si basas la ley o la sociedad en los sentimientos, terminarás con personas que hacen lo que quieren, cuando quieren, porque se “siente bien”. Podría sentirse bien, pero no necesariamente será moralmente correcto. ¿Captas la idea? Nuestra autonomía y autenticidad deben estar sujetas al estándar de Dios, de lo contrario solo son excusas baratas para pecar. La obediencia es la clave en el cristianismo, tenemos un estándar objetivo, que no cambia ni está sujeto a emociones. Jesús lo dice muy claro: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame” (Mt 16:24).

Nuestra meta debe ser siempre amar a Dios sobre todas las cosas, encontrar en él nuestro propósito, identidad y valor. Debemos vernos a la luz del espejo de la cruz y reconocer que no somos suficientes, nunca lo seremos, y eso está bien, porque él sí lo es, y en él está nuestra identidad.

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