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Hoy en día en nuestras comunidades eclesiásticas predomina el espíritu del anti-intelectualismo. El mundo moderno estimula el pragmatismo. De hecho la primera pregunta acerca de cualquier idea no es: ‘¿Es verdad?’ Sino ‘¿Da resultado?’ Las nuevas generaciones tienden a ser activistas, sostenedores de una causa. El problema es que rara vez averiguan con seriedad si esa causa es un fin digno de preocuparse o si su acción es el mejor medio para lograrlo.
Jhon Stott afirmó que: Muchos tienen celo sin conocimiento, entusiasmo sin instrucción. Es bueno el entusiasmo. Pero Dios quiere ambas cosas: entusiasmo dirigido por conocimiento, y este, inflamado por el entusiasmo. Tal cual como lo expresó Juan A. Mackay la entrega sin reflexión es fanatismo en acción. Pero la reflexión sin entrega es la parálisis de toda acción.[1]
Muchos estudiantes de teología en la actualidad cierran su mente junto con sus libros, convencidos de que el intelecto debe desempeñar sólo una pequeña parte de la vida cristiana. Lo que Pablo dijo acerca de los judíos incrédulos de sus días, podría decirse también de algunos creyentes cristianos en nuestros tiempos: Porque yo soy testigo de que tienen celo por Dios, pero no conforme al verdadero conocimiento (Romanos 10:2).
Mordecai Richler dijo con franqueza sobre esta cuestión: “Lo que me asusta de esta generación es la medida en que se refugia en la ignorancia. Si el no saber nada sigue mucho más allá, no faltará que alguien descubra la rueda.[2] Sin duda este fantasma del anti-intelectualismo surge periódicamente para amenazar a la iglesia cristiana. Considera a la teología con desagrado y desconfianza.
Por eso en la actualidad muchos cristianos hacen de la experiencia el principal criterio de la verdad. Para este tipo de personas lo que importa en último término no es la doctrina sino la experiencia. Esto equivale a poner nuestra experiencia por encima de la verdad revelada de Dios. Otros dicen creer que Dios da deliberadamente a las personas manifestaciones ininteligibles a fin de pasar por sobre su orgullo intelecto y así humillarlos. Sin duda, Dios humilla el orgullo de los hombres; pero no desprecia la mente que él mismo ha creado.[3]
Tal cual como o he dicho en algunas de mis clases: “Vivimos en una ambiente profundamente religioso, ardientemente bíblico pero teológicamente híbrido.”[4] Por esto:
La teología evangélica está en una encrucijada. Estamos frente al ineludible deber de escudriñar las Escrituras para asegurar que nuestra fe es realmente una fe evangélica (no en el sentido confesional) y no solamente un rígido escolasticismo protestante. Tenemos que escuchar y evaluar las nuevas ideas, con una mente suficientemente humilde y profundamente crítica.[5]
Un ejemplo de la criticidad, lo podemos encontrar en el pensamiento de Merleau-Ponty en su fenomenología de la percepción, y su análisis crítico a la filosofía atomista interpretada por John Locke. Ponty cree que la percepción tiene una dimensión activa, en la medida en la que representa una apertura primordial al mundo de la vida y las ideas. Ante esta perspectiva es menester saber tal cual como lo expresó Jüngel que:
La libertad de la teología es la exigencia de atreverse a creer (credere aude), de atreverse a afirmar (assedere aude), de atreverse a pensar (sapere aude) de atreverse a discernir los espíritus (disernere aude) de atreverse a la fe y al discernimiento pensado.[6]
[1] John Stott, Creer es también pensar, trad. Adam Sosa (Buenos Aires: Ediciones Certeza, 2004), 9.
[2] Mordecai Richler, en John Stott, Creer es también pensar, 10.
[3] John Stott, Creer es también pensar, 10.
[4] Juan Stam, “Ética y estética del discurso teológico”, en Haciendo teología en América Latina, ed. Arturo Piedra (San José: Universidad Bíblica Latinoamericana, 2004) 1:23.
[5] Juan Stam, “Los toros que son y la puerta que es”, en Haciendo teología en América Latina, 1:22.
[6] E. Jüngel, Enteschprechungen: Got-Wahrheit-Mensch (München: 1986), 15-17, en Olegario González de Cardenal, El quehacer de la teología (Salamanca: Ediciones Sígueme, 2008), 9.
La espiritualidad cristiana, definitivamente, tiene que ver con la totalidad de la vida, es decir, se lleva a cabo y se ejercita en lo individual y en lo comunitario, en la soledad y en lo social. También es cierto que esta tiene un fin: acercarnos más a Dios y a nuestro prójimo. ¿Cuáles son aquellas prácticas que nos ayudan a ser mejores discípulos del Señor? ¿Qué es, realmente, la “espiritualidad cristiana”? ¿Hemos olvidado ejercicios espirituales valiosos? Te invitamos a unirte a esta nueva conversación.
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