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“Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados” (Mt 5:4). La palabra griega para “llorar” en este texto es “Pentéo” que significa llorar, estar triste, pasar por una pena, estar de luto, llorar o lamentarse por algo. En la cultura judía, el luto generalmente estaba asociado con el arrepentimiento o con la pérdida de un ser querido. Teniendo en cuenta el contexto literario e histórico en el que es predicado el Sermón del Monte, probablemente Jesús esté haciendo referencia al dolor causado por la pérdida y la opresión,[1] al dolor provocado por las aflicciones del mundo [2] o por el hambre de justicia.[3]
El consuelo prometido en esta bienaventuranza se puede entender de diferentes maneras. Por un lado, como el consuelo salvífico para el tiempo en que Dios restaurará a su pueblo (Isa. 40:1; 49:13; 51:3, 12; 52:9; 54:11; 57:18; 61:2; 66:13).[4] Por otro lado y sin obviar lo anterior, también se puede entender como la liberación de la pobreza, injusticia y opresión que sufren los que lloran. La voz pasiva del “serán consolados” nos indica que alguien hará esa tarea desde afuera. Ese “alguien” es Dios, como en todas las demás bienaventuranzas. El término “consuelo” se puede relacionar con el Consolador prometido, el Espíritu Santo, quien nos asiste y nos ayuda.[5]
Las mujeres y el llanto
La percepción de que las mujeres lloran más que los hombres está ampliamente extendida. De hecho, hay estudios que demuestran que las mujeres adultas lloran cuatro veces más que los hombres. Lloran por cosas diferentes que los hombres y encuentran alivio en el llanto. Mientras que las mujeres tienen una conciencia natural de sus emociones, los hombres tienden más a racionalizar sus sentimientos.[6]
En su libro “Ciudad de las Damas”, Cristine de Pizán, en diálogo con su interlocutora “Razón”, sostenía lo siguiente:
Señora mía, los hombres guardan en su panoplia un dicho que encierra los mayores reproches hacia nosotras. “Dios creó a la mujer para llorar, charlar e hilar”. Querida Christina, este dicho lleva su verdad, pero dígase lo que se quiera, ahí no queda motivo para el reproche. Que Dios les haya dado tal vocación es algo excelente, porque muchas se salvaron gracias al llanto, el huso y las palabras. A quienes se lo reprochan recordaré que Cristo, que lee en las almas el más recóndito pensamiento, jamás se hubiera rebajado para verter Él mismo lágrimas de compasión, lágrimas de su cuerpo glorioso, cuando vio llorar a María Magdalena y a Marta por la muerte de su hermano Lázaro, a quien resucitó, si hubiera creído que las mujeres lloran sólo por debilidad o estupidez. ¡De cuántos dones al contrario ha colmado estas lágrimas de mujer! (…) Cuentan las Sagradas Escrituras muchos otros milagros – la lista sería muy larga – que hizo Dios, movido por lágrimas de mujer.[7]
Lo que entendieron en su época
Recordemos que el Sermón del Monte fue pronunciado en las cercanías del mar de Galilea, zona agrícola sometida al Imperio Romano, donde la mayoría de las personas vivían en pobreza generalizada. Las mujeres en esta sociedad se veían doblemente afectadas; por la escasez de recursos y por ser mujeres.[8] Si las mujeres tienen una tendencia natural a llorar, esto se acentúa aún más si viven en condiciones de inseguridad, opresión, abuso y pobreza, como presumiblemente era el caso de la mayoría de las mujeres que escuchaban a Jesús.
Como adelantaba Cristina de Pizan, encontramos en los evangelios varios relatos de mujeres que lloran. ¿Cuál era la respuesta de Jesús a su llanto? Veamos algunos ejemplos. Cuando Jesús se encontró a la viuda de Naín llevando a su hijo a sepultura, se conmovió por su llanto y resucitó a su hijo (Lc 7:11-15). A diferencia de los hombres que estaban con él, no rechazó ni despreció a María Magdalena cuando ésta ungió sus pies con perfume y los lavó con sus lágrimas. Por el contrario, la puso como ejemplo para quienes lo escuchaban y le perdonó sus pecados (Lc 7:38-50). Jesús se conmovió profundamente cuando vio llorando a María y Marta (junto a muchos otros) por la muerte de Lázaro. De hecho, Jesús también lloró y finalmente resucitó a Lázaro de los muertos. (Jn 11:33-36).
Es también una mujer que llora, la primera persona a quién Jesús resucitado se revela. Según el relato de Juan (Jn 20), María Magdalena es quien descubre la tumba vacía y avisa a Pedro y Juan de su descubrimiento. Los dos discípulos, habiendo revisado la tumba y confirmado lo dicho por María, regresan a su casa. Pero María Magdalena, no se va, permanece llorando frente a la tumba. Es entonces cuando aparecen los dos ángeles en la tumba y, poco después, el mismo Jesús se muestra a María, preguntándole ¿Por qué lloras? ¿A quién buscas? Ella, asumiendo que le estaba hablando un jardinero, le explica lo mismo que a los ángeles (el cuerpo de Jesús ha desaparecido y no sé dónde lo han puesto). En ese momento Jesús se le da a conocer, llamándola por su nombre propio en su idioma materno. ¡Miriam![9]
Si bien no se nos dice por qué Jesús y los ángeles decidieron mostrarse a María y no a los discípulos, me gustaría arriesgar algunas especulaciones. Mientras que los discípulos llegaron a la tumba, comprobaron que estaba vacía y regresaron, María se quedó allí. Posiblemente esperando a encontrar respuestas respecto de la desaparición del cuerpo, quizá buscando sentir la cercanía de su Señor en el lugar en el que estuvo al final, quizá por simple desesperación. Se quedó allí, llorando. Y en ese permanecer, en ese esperar, Jesús resucitado se revela a ella, transformando su llanto en alegría y eligiéndola primer testigo ocular de su resurrección. ¡La que lloraba recibió consolación! María mostró su amor y lealtad a su maestro, primero acompañándolo al pie de la cruz y luego a la entrada de su tumba vacía. Estaba decidida a servirle hasta el final y más allá, sus lágrimas conteniendo todo su dolor y todo su amor. Seguramente no fue el llanto en sí que movió a Jesús a mostrarse a María, pero quizá sí lo que ese llanto manifestaba.
Con los ejemplos mencionados anteriormente donde Jesús se conmovía por el llanto de las mujeres y actuaba en su favor ¿Estamos diciendo que Jesús era víctima de un cierto tipo de manipulación por parte de las mujeres? No. Jesús veía a las mujeres en su dolor y respondía al quebranto de su corazón. Él se conmovía por el sufrimiento de su llanto, ya sea pérdida, injusticia, rechazo, desesperación o culpa. Y, se agradaba que exteriorizaran su dolor sin reprimirlas, sin miedo a mostrarse vulnerables y necesitadas.
¿Qué nos dicen las bienaventuranzas a nosotras hoy?
“Las mujeres ya no lloran, las mujeres facturan”, reza un reciente hit de la cantante Shakira, “Te creíste que me heriste y me volviste más dura”. Mientras que Jesús llama bienaventuradas a las que lloran, aquí hay un evidente rechazo hacia el lloro. Llorar se presenta como una debilidad, inclinación natural de la mujer, característica despreciable. Pero ¿es el lloro realmente una debilidad? Mientras que aparentemente tanto el machismo como el feminismo desprecian el llanto como debilidad, Jesús muestra una alternativa, validando las lágrimas y prometiendo consuelo.
En los evangelios encontramos muchos más relatos de mujeres que lloran, que de hombres. Esto no es de extrañarse, teniendo en cuenta la tendencia de las mujeres a llorar con más frecuencia. Pero, si Jesús llama bienaventurados a quienes lloran, y si, como dice Christine de Pizan, a las mujeres se les ha dado por naturaleza la “vocación” de llorar, ellas pueden hacer un valioso aporte a una comprensión más amplia de esta bienaventuranza.
No estamos haciendo aquí apología al lloro ni terapia del llanto. Estamos hablando del lloro que es producto y expresión del dolor humano. Jesús nos ve en nuestro dolor. Jesús valida y valora que expresemos nuestro dolor y que esperemos con fe en su consuelo, no endureciendo nuestro corazón. Tengamos el valor de mirarle a los ojos al dolor, al propio y al ajeno. Tengamos el valor de mostrarnos vulnerables y expresarnos al Señor y esperar de él consuelo. Finalmente, no solo aprendamos a expresar nosotros nuestro dolor, sino que también seamos parte de la promesa de consuelo para nuestros hermanos. Escuchemos y acompañemos a aquellos que sufren dolor.
[1] Craig Keener, Comentario del Contexto Cultural de la Biblia: Nuevo Testamento (El Paso: Mundo Hispano, 2017), 48.
[2] Ulrich Luz, Mt 1-7, tomo 1 de El Evangelio según San Mateo (Salamanca: Sígueme, 2005).
[3] David Suazo Jiménez, La Justicia del Reino: Un Comentario al Sermón del Monte (Guatemala: Instituto Crux, 2020), 39-40.
[4] Keener, Comentario, 48.
[5] Suazo, La Justicia del Reino. 39-40.
[6] Mauricio Palchik, “Nuestra terapia por el llanto: El llanto nos redimirá”, Revista Médica de Rosario 73 (2007).
[7] Christine de Pizán, La Ciudad de las Damas (Lectulandia), 33.
[8] Para leer más sobre el contexto en el que se ubica el Sermón del Monte y la realidad de la mujer en ese tiempo, le invito a leer mis artículos anteriores “Bienaventuranzas: Leyendo las bienaventuranzas desde una perspectiva femenina” y “Bienaventuradas las pobres en espíritu”.
[9] William Hendriksen, El Evangelio según San Juan (Grand Rapids: Libros Desafío, 1981).