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“Sonido de libertad”, el clamor de una niñez abandonada

 El tráfico de niños empieza por la pornografía…

Eduardo Verástegui

Sin duda alguna, la película “The Sound of Freedom” (Sonido de libertad), dirigida por Alejandro Monteverde, producida por Eduardo Verástegui y protagonizada por Jim Caviezel, Mira Sorvino y Bill Camp, está batiendo récords de taquilla o audiencia y es uno de los estrenos cinematográficos más comentado por los medios de comunicación social en estos días.

El pasado 4 de julio se estrenó esa película en 2600 cines en los Estados Unidos de Norteamérica con un “modesto” presupuesto de catorce millones de dólares y a la fecha, según agencias internacionales, ha recaudado más de noventa y seis millones de dólares. De acuerdo con la sinopsis oficial del drama en cuestión, más bien tipificado como de acción, nos relata:

Tras rescatar a un niño de unos despiadados traficantes de menores, un agente federal se entera de que la hermana del niño sigue cautiva y decide embarcarse en una peligrosa misión para salvarla. Con el tiempo agotándose, deja su trabajo y se adentra en la selva colombiana, arriesgando su vida para liberarla de un destino peor que la muerte.

Lo interesante de la cinta es que trata un hecho de la vida real ocurrido a un ex agente federal de nombre Timothy Ballard (actual activista, escritor, fundador y CEO de “Operation Underground Railroad” y de “The Nazarene Fund”, entidades que luchan en contra de la trata de niños en el mundo), que renunció a su trabajo en el Departamento de Seguridad Nacional de los Estados Unidos para salvar a un grupo de infantes de la venta y explotación sexual por parte de los carteles de drogas y traficantes de personas.

Ante esta situación planteada por la producción de “The Sound of Freedom”, tres premisas salen a relucir a grandes rasgos de este filme que está generando sendos debates en redes sociales y espacios públicos de carácter político y no menos ideológicos:

En primer lugar, la triste realidad del tráfico de menores que son tratados como pura mercancía para su explotación sexual en pleno siglo XXI y, lamentablemente, desde una buena parte de América Latina.

Un segundo elemento que se puede distinguir en la obra es que saca a luz pública al principal consumidor de sexo con niños y pornografía infantil del entero planeta, los Estados Unidos de Norteamérica.

Y, finalmente, que es lo que más me impacta del mensaje de esa película, es el doloroso abandono moral, espiritual y social de muchos de nuestros niños en el continente.

Este último punto, me hace reflexionar en la importancia y el lugar que ocupa la niñez en el mensaje de Jesús de Nazaret. La gran mayoría de personas han leído o escuchado alguna vez en su vida la celebérrima expresión de Jesucristo registrada en el relato del evangelista Mateo que versa de la siguiente manera:

Entonces le fueron presentados unos niños, para que pusiese las manos sobre ellos, y orase; y los discípulos les reprendieron. Pero Jesús dijo: Dejad a los niños venir a mí, y no se lo impidáis; porque de los tales es el reino de los cielos. Y habiendo puesto sobre ellos las manos, se fue de allí.” (Mateo 19:13-15).

En estos pasajes, Jesús estableció el valor de los niños y destacó otra vez el contraste entre la actitud de los discípulos y la suya en cuanto a la importancia de los infantes.[1] Las Sagradas Escrituras nos dice que muchos padres traían a sus hijos a Jesús para que pusiese las manos sobre ellos, y orase por ellos.

Según el Talmud, los padres demostraban aprecio a un profeta, a un rabí notable u otra persona honorable, llevando a sus hijitos a la sinagoga para que fuesen bendecidos por el personaje de renombre a fin de que esos niños llegasen a ser famosos en la ley, fieles en el matrimonio y abundantes en buenas obras. En este caso los padres llevaron a sus niños a Jesús no sólo por la tradición mencionada sino además porque habían sido testigos de lo que Jesús era capaz de realizar, de lo que las manos de Jesús podían hacer. Poner las manos sobre ellos, era símbolo de pedir una bendición especial, y parecía establecer una relación entre el hombre bueno y el niño bendecido (Gn. 48:14; Nm. 27:18; Hch. 9:17; 13:13; Mt. 9:18).[2]

Sin embargo, los discípulos posiblemente pensaban que los padres hacían perder el tiempo a Jesús. Por ello empezaron a reprender a los que traían a sus niños. Indudablemente, los discípulos habían olvidado lo que Jesús les había dicho antes acerca del valor de los pequeños y lo serio que era ponerles tropiezo (Mateo 18:1–14). Por ese motivo, el Mesías los increpó o reprendió diciéndoles: Dejad a los niños venir a mí, y no se lo impidáis; porque de los tales es el reino de los cielos.

William Hendriksen acertadamente comenta que “la razón que da Jesús para ordenar a sus discípulos que dejen de impedir a los pequeños que acudan a él es: porque a los tales —es decir, a ellos y todos los que son como ellos en humilde confianza— pertenece el reino de los cielos”.[3] Y es que el reino no está limitado a los adultos que pueden ser considerados de mayor relevancia que los niños. Cualquiera que venga al Señor en fe es un valioso ciudadano del reino.[4]

En último análisis podemos decir que tal actitud de los discípulos revela que no tenían visión de la importancia de aquellos niños, ni la visión ni el amor de Jesús por ellos. Para El no eran inoportunos ni despreciables, sino joyas preciosas, y por eso les dio tan tierna bienvenida. La lección para nosotros es reconocer la gran importancia que tiene el niño y tratar de llevarlo desde temprano a Jesús por medio de la oración, la fiel enseñanza bíblica y el buen ejemplo.[5]

Finalmente, el Señor tuvo tiempo para todos los niños, porque no se fue de esa región sino hasta que los hubo bendecido a todos (Mateo 19:15). La imposición de las manos, por cierto, era el acto simbólico que indicaba y acompañaba la bendición real que se otorgaba entonces y allí a estos pequeños. La versión de esta escena en Marcos 10:16 nos informa que de manera entrañable el Maestro los había tomado en sus brazos.[6]

En síntesis, Jesús tiene un amoroso interés por darle valor a la niñez de otrora como también de nuestros días. Por ello, felicito a todos los padres de familia que son responsables en proteger y educar moral, espiritual e intelectualmente a sus hijos. Y no menos van mis congratulaciones a todas las comunidades de fe como a la sociedad civil que invierten en la fe, cultura y bienestar de la niñez.

Empero, hago un llamado de atención a todos los hombres y mujeres de bien a considerar el clamor de esos otros niños que no tienen las posibilidades mencionadas en el párrafo anterior y que son abandonados y expuestos a la trata y explotación sexual como al maltrato violento que se les da a diario en nuestros países, a que puedan secar sus lágrimas de dolor no solo con oraciones sino con acciones concretas que les permitan a esos infantes sentir el abrazo tierno de quien dijera: Dejad a los niños venir a mí, y no se lo impidáis; porque de los tales es el reino de los cielos

Termino con una declaración de hace décadas atrás para que usted, estimado lector, pueda apreciar que la falta de cuidado solícito de la niñez sigue siendo una tarea pendiente en pleno siglo XXI:

En una reunión de niños y adolescentes trabajadores de diferentes países de América Latina, como Perú, Chile, Argentina, Brasil, Paraguay y Bolivia, los niños asistentes escribieron una carta de denuncia que muestra su realidad y expresa cómo ellos la sienten. Es bueno transcribir párrafos que pueden ser interesantes: “Esto es algo de lo que vivimos. Que nuestros padres no tienen trabajo. Que la gente desconfía de nosotros porque somos pobres; piensan que somos rateros y nos echan la culpa de todo lo malo. Que vivimos en casas chicas donde no tenemos agua, ni luz y un lugar para jugar. A nosotras las chicas (niñas) nos echan de los trabajos, nos toman como objeto sexual. Trabajamos hasta muy tarde corriendo muchos peligros en las calles. Sabemos que muchas niñas son traídas del campo para trabajar en las casas de los señores con el engaño de que son padrinos o tíos que las van a mandar al colegio, pero no las cumplen, las tratan mal; y es difícil llegar a ellas para organizarlas.” En otro párrafo expresan: “Queremos el apoyo de las autoridades, de los adultos. Que las religiones que apoyan a los niños lo sigan haciendo porque eso nos ayuda. Que las autoridades y los adultos nos acepten y nos escuchen cuando les mandamos nuestras cartas o declaraciones. Queremos que los negociantes no nos anden engañando con los pinbolls y la droga. Queremos que nos escuchen, y que nuestros derechos sean respetados siempre y no sólo a veces”.[7]


[1] Craig S. Keener señala que “los niños eran amados, pero carecían de poder social; el alto índice de mortalidad infantil significaba que también carecían físicamente de poder, y muchos de ellos morían sin llegar a ser adultos. En los lugares más pobres, como Egipto, tal vez la mitad de los que nacían morían antes de los doce años. Las familias gentiles más pobres frecuentemente desechaban a los bebés si pensaban que no los podían mantener.” Craig S. Keener, Comentario del contexto cultural de la Biblia: Nuevo Testamento (El Paso: Editorial Mundo Hispano, 2014), 157.

[2] Asdrúbal Ríos, Comentario bíblico del continente nuevo: San Mateo (Miami: Editorial Unilit, 1994), 225.

[3] William Hendriksen, El Evangelio según San Mateo (Grand Rapids: Libros Desafío, 2007), 756–57.

[4] Louis Barbieri, El conocimiento bíblico, un comentario expositivo: San Mateo, John F. Walvoord y Roy B. Zuck, eds. (Puebla: Ediciones Las Américas, 1995), 13.

[5] Asdrúbal Ríos, Comentario bíblico del continente nuevo: San Mateo, 225.

[6] William Hendriksen, El Evangelio según San Mateo, 757.

[7] James Bartley, Comentario bı́blico mundo hispano: Evangelio de Mateo (El Paso: Editorial Mundo Hispano, 1993), 253.

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