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Identidad en el nuevo milenio

El ritmo de vida del nuevo milenio puede resultar abrumador. La interacción humana ha sido redefinida por la interacción digital. De hecho, la interacción digital ha sido planteada como un sustituto perfecto de la convivencia interpersonal. Nos desenvolvemos en una sociedad globalizada, abstracta y líquida: donde la inmediatez y el alcance de las telecomunicaciones nos redirigen de tendencia en tendencia, de noticia en noticia, de evento en evento.[1] Es aquí donde construir una identidad sólida en Cristo se hace una necesidad. Sin importar la edad que tengamos, ni la etapa de vida en la que nos encontremos, examinar el ministerio de Jesús provee una brújula firme en un mundo de saturación mediática y subjetividad.

El ministerio de Jesús tuvo a Galilea como epicentro en sus inicios. Un sitio de encuentro de diferentes pueblos, culturas y lenguajes que comerciaban entre sí. Adicionalmente, un sitio con acceso al mar. Este aspecto es clave desde un punto de vista geopolítico, puesto que, desde un principio, Él modeló la naturaleza multicultural del reino de los cielos. Nos dejó la ruta, el medio (overseas) y el alcance que diseñó para su iglesia al dejarnos la Gran Comisión.[2] Jesús planteó la verdadera justificación de la globalización y del afán migratorio. La gran comisión es la motivación fundamental detrás del corazón inquieto y curioso que se deleita en las ansias por lo inexplorado.

Este aspecto me parece rico en simbolismos y aplicaciones para comprender cómo navegar el mar de las relaciones interpersonales en la sociedad líquida y digital. El modus vivendi del cristiano se está adaptando a entornos mediáticos con mayor exposición, donde se necesita vivir de manera más transparente, realista y abierta: sin dejar de enunciar la verdad encarnada en nuestro comportamiento.

En nuestro contexto las redes sociales son tratadas como un acto de rebeldía en contra del olvido. Hay un afán inherente al ser humano por trascender y construir un legado. Estamos conscientes de nuestra propia transitoriedad. Nuestro mero instinto de supervivencia es una muestra biológica de que nos resistimos a nuestra impermanencia.

¿Qué puede enseñarnos un Jesús que se expuso abiertamente desde los inicios de su ministerio a la dureza de su ciudad? Jesús es la respuesta de cómo manejar el reto de pertenecer a una comunidad con la fricción de coexistir con una variedad de opiniones encontradas. Jesús anticipa de alguna manera lo que afrontamos en una sociedad globalizada. Su mensaje puede responder a cómo enunciar el evangelio en un mundo de relaciones frágiles, donde la tensión y la competencia son elementos subyacentes. Sobre todo, podemos obtener de él algunas instrucciones de cómo manejar la irascibilidad de la oposición.

Cómo

Por una parte, las figuras literarias fueron recursos predominantes usados por Jesús durante sus predicaciones. Incluso hoy nos identificamos con la parábola de la moneda perdida, con los sentimientos del hijo pródigo y comprendemos hasta con mayor detalle botánico y biológico la parábola del sembrador. Jesús se expresó estratégicamente para transmitir la objetividad de sus mensajes a una audiencia heterogénea, sabiendo que en ese contexto internacionalista sus palabras podrían ser fácilmente sacadas de contexto, o no comprendidas. Las parábolas contribuyeron a construir una imagen mental para que incluso los extranjeros y gentiles comprendieran la naturaleza del reino de Dios.

Qué

En segundo lugar, Jesús enunció abiertamente las injusticias de las dinámicas sociales y religiosas que estaban normalizadas (como la indiferencia hacia el prójimo y el legalismo rígido del Sabbath).[3] No obstante, lo hizo desde una posición de gracia y perdón. Sus críticas estuvieron acompañadas de una oferta de redención, donde la prueba de sus palabras fue el poder que demostraba sobre la enfermedad y las entidades demoníacas. Cabe destacar que las sanidades de Jesús no solo aparecen en la biblia, sino, también en otras fuentes fidedignas de la época como el Talmud.[4] La habilidad discursiva de Jesús es objeto de otro escrito; pero la calidad de sus argumentaciones no tuvo contrincante. Algunos podrían no creer en Él, pero sus palabras fueron infalibles y concluyentes. Sus construcciones lógicas estaban llenas de objetividad y empatía; y aunque críticas, ofrecían soluciones prácticas y no condenación.

A quién

Así, Jesús inició su ministerio con máxima universal para que fuese la guía de nuestras relaciones. Al establecer un “imperativo categórico” que podría resumir el cómo actuar ante provocaciones y halagos: “Amen a sus enemigos y oren por quienes los persiguen, para que sean hijos de su Padre que está en los cielos. Él hace que salga el sol sobre malos y buenos, y que llueva sobre justos e injustos. Si ustedes aman solamente a quienes los aman, ¿qué recompensa recibirán?”.[5] Jesús anticipaba la oposición porque conocía la naturaleza disruptiva de su Evangelio. Él fue honesto al enunciar que ser su seguidor sería difícil. A pesar de las señales, prodigios y confirmaciones que Jesús realizaba, el corazón de algunos sería endurecido como el de Faraón ante las señales de Moisés. Es aquí donde entra la compasión de Jesús, pues incluso en el momento de su pasión y sufrimiento, se acordó de nuestra naturaleza caída, pecaminosa e imperfecta que era la que nos hacía ser instrumentos para el pecado.

Conclusión

Así, al movernos dentro del mar de la sociedad líquida, podemos tener en cuenta las enseñanzas de Jesús resumidas. Nuestras palabras importan. Nuestra comunicación con otros debe ser simple y clara. Muchas veces esta claridad ameritará el uso de figuras explicativas que apelen a imágenes mentales; porque a veces las barreras del lenguaje pueden volver los asuntos ambiguos. También, debemos usar nuestras palabras sabiamente para enunciar las injusticias sociales. No podemos ser indiferentes o pasivos; pero debemos de aprender a elaborar nuestras críticas desde el amor, desde la serenidad y desde la oferta de la reivindicación. No debemos olvidar que estamos constantemente predicando el evangelio incluso con las más pequeñas acciones. Comprendemos que le hablamos a un mundo caído que podrá llegar a malinterpretar nuestras palabras e intenciones, pero aprendemos a verlos con compasión. Hemos sido “convencidos de pecado” y esto nos añade amor y empatía.

Rick Warren, menciona en su libro Una Vida con Propósito, que uno de los retos y deberes más grandes que enfrentaremos en nuestra vida cristiana es el pertenecer a una iglesia donde todos los miembros (incluidos nosotros mismos) somos pecadores.[6] Ahora imaginemos cómo será desenvolverse en sociedad donde algunos ni siquiera conocen del Señor. Seguro que esta complejidad crece en la medida en la que ahora también poseemos una identidad digital, y, en alguna medida nos congregamos virtualmente. No obstante, relacionarnos con otros es parte del propósito de Dios para nosotros. Nuestro carácter debe ser moldeado, probado y perfeccionado. Eso solo se logra mediante el amor de Dios, traducido en la convivencia con otros. Quizás esta convivencia masiva a la que nos enfrentamos con la tecnología implica un aceleramiento del proceso de formación de carácter. A lo mejor, todo este tiempo hemos estado bajo la voluntad divina y El Señor está respondiendo a las plegarias de aquellos que rogamos “Ven ya, Señor Jesús”.


[1] Zygmunt Bauman, Modernidad líquida (México: FCE, 2003), 34.

[2] Mc 16.14-18; Lc 24.36-49; Jn 20.19-23.

[3] Mc 2:27.

[4] César Vida, Más que un Rabino (Nashville: B&H, 2020).

[5] Mt 5.43-48; Lc 6.27-36.

[6] Rick Warren, Una vida con propósito (Miami: Vida, 2012).

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