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La tierra es de todos: ética ecológica judeocristiana

En Guatemala el conflicto de tierras persiste desde la época prehispánica. La ocupación y posesión de estas las llegó a regir la ley del más fuerte, se basó en el ejercicio de la autoridad y coacción estatal.[1] Las políticas económicas basadas en una filosofía de «conquista» han propiciado la profanación de la tierra, es decir, la han convertido en instrumento para marginar a las grandes mayorías, exterminar a pueblos enteros y destruir el medio ambiente inmisericordemente.[2] Dicho conflicto se acrecienta desde una mirada ecológica, pues el cuidado de un territorio se ignora o se evita por causa de una propiedad.

A la luz de la realidad ecológica y económica de nuestros pueblos, esta problemática puede ser expuesta según la ética judeocristiana, pues tanto en los pueblos indígenas como en la historia del pueblo de Israel el sentido y cosmovisión de la tierra es mayor del que se supone hoy en día. En el AT «tierra» puede significar la creación, un territorio en sentido político o puede representar una alianza. Por ejemplo, la tierra prometida significaba el cumplimiento de las promesas de Dios, era parte del pacto a Abraham y a su descendencia. Esto cobra relevancia al concebir el sentido de tierra y propiedad, posesión y herencia, en la historia judeocristiana. Yahvé, al ser el Creador y dueño de todo, ordena y reparte la tierra para su pueblo.

Hay dos pasajes en la Biblia donde se muestra la intervención de Dios sobre el concepto «tierra»: Nm 27:1-11 y 2 P 3:13.

Distribución de Yahvé: el caso de las hijas de Zelofejad

Al llegar los israelitas a la tierra prometida, Yahvé les dio instrucciones específicas sobre la repartición del territorio. Este sería repartido en heredad y según el número de nombres registrados (Nm 26:52-53). Es decir, a la tribu más numerosa le correspondía una heredad más grande, y a la tribu menos numerosa se le daría la heredad más pequeña (26:54). En este contexto es que entran en escena las hijas de Zelofejad, las cuales pertenecían a los clanes de Manasés (27:1).

Ellas se presentaron ante Moisés, el sacerdote Eleazar y los jefes de toda la comunidad (27:1-2) para hacer una petición (27:3-4). Básicamente lo que solicitaron era tener una heredad entre los parientes de su padre, ya que su nombre sería borrado de su clan por no haber tenido hijos varones. En otras palabras, las hijas de Zelofejad quieren evitar que su familia sea extinguida de la tierra. Esta narración revela la destreza de estas mujeres al exponer su causa ante los líderes.

Lo que escuchó Moisés era una cuestión sin precedentes, por lo que decidió apelar al Soberano, al creador y dueño de la tierra (27:5). Yahvé afirmó que las hijas de Zelofejad estaban en lo correcto, lo que ellas pedían era justo y debían recibir una propiedad entre sus parientes (27:6-7). La ley que se derivó de esta situación marcó un nuevo punto de partida en Israel y en los derechos y privilegios concedidos a las mujeres. Dios había intervenido a favor de ellas, hecho relevante dentro de una sociedad donde a la mujer no se le contaba entre el censo y, por lo tanto, no tenía derecho a reclamar heredad. Este caso, en términos jurídicos, permite comparar cómo las leyes han sido interpretadas y han dado lugar tanto al bienestar social como a una ecología social estable. Teológicamente marca un sentido particular en la escena de los israelitas, sobre todo «en el ámbito del derecho de propiedad».[3]

Lo anterior sugiere que pueden crearse nuevas leyes, como en el caso bíblico, cuando no existan estatutos que regulen cierto orden sin precedente alguno, permitiendo derechos a los desposeídos. El tener acceso a un legado en la tierra es parte del orden de los seres y su entorno social y natural, «pues si la tierra produce vida, el no tenerla produce la muerte».[4]

Concepción de una nueva tierra en 2 P 3:13

En el pasaje de 2 P 3:13 el concepto «tierra» apela a la esperanza judeocristiana de un cielo nuevo y una tierra nueva, en los que habite la justicia. Basado en Is 65:17-25, en esta nueva creación no habrá lamento, sus habitantes plantarán viñas y comerán de su fruto, cada persona disfrutará de la obra de sus manos y no trabajará en vano. Pedro recuerda en este pasaje que el futuro es prominente en el Señor: la justicia habitará allí para siempre, no habrá desigualdad ni desheredad para aquellos que le pertenecen. Dios es quien actúa en justicia en contraste con los seres humanos. La ley se cumplirá en la misma palabra de Yahvé, en su promesa de una nueva creación donde la injusticia no prevalecerá.

Los creyentes somos llamados a ser testimonio de la justicia. Si esta es parte del quehacer de cada creyente, entonces se transformará en el bien para su propio mundo. El cumplimiento de la nueva tierra, que ya de por sí conlleva una esperanza anhelada, puede ser realidad en el presente a través del testimonio y la proclamación profética de la Iglesia de hoy.


[1] Ernesto Palma Urrutia, “Una mirada a la historia agraria de Guatemala”.

[2] Roy H. May, Tierra: ¿Herencia o mercancía?; Justicia, paz e integridad de la creación (San José: Departamento Ecuménico de Publicaciones, 1993), 43.

[3] Philip J. Budd, Numbers, Word Biblical Commentary 5 (Dallas: Word, 1984), 303.

[4] H. May, Tierra: ¿Herencia o mercancia?, 25.

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