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Rodrigo es un joven cristiano apasionado por la música. Trabaja en una escuela del centro de la ciudad enseñando la materia de «expresión artística». La paga mensual que recibe es el salario mínimo establecido por el gobierno de turno, el cual le ayuda a cubrir sus necesidades básicas y le da la oportunidad de pagar un servicio de plataforma digital. Con dicho servicio, Rodrigo, aparte de entretenerse, intenta aprender diariamente sobre diversos temas (por ejemplo, ética, historia, ciencia, música, etc.).
Por otra parte, este joven cristiano asiste todos los domingos a una iglesia pequeña, en donde recibe cierta enseñanza ético-moral. Sin embargo, esta no parece ser tan efectiva como la que aprende en el mundo digital. Cada vez que Rodrigo escucha la disertación del predicador sobre la ética cristiana, su interés no es el mismo como cuando está frente a un monitor viendo una serie de tendencia popular.
Para sorpresa de muchos, casi a todos los coetáneos de Rodrigo les pasa algo parecido: reciben contenidos de todo tipo a través de múltiples plataformas digitales, pero las enseñanzas que valen la pena les aburren o les parecen irrelevantes.
La responsabilidad de aprender
¿Por qué la enseñanza de la iglesia no es tan atractiva como los contenidos digitales? ¿Por qué Rodrigo está dispuesto a pagar parte de su salario por cierta metodología? ¿Qué es lo que marca la diferencia entre una y otra forma de enseñanza? «Estoy convencido de que todos —sin excepción— pueden ser motivados a aprender».[1] De hecho, como bien dice Howard Hendricks: «Aprender es siempre un proceso. Se está realizando todo el tiempo. Cada momento que usted vive, aprende y mientras aprende, vive. Deje de aprender hoy, y dejará de vivir mañana».[2]
La responsabilidad de aprender está en Rodrigo, siempre ha sido así —y así es con todos nosotros también. Él ha tomado la decisión de adquirir conocimientos utilizando una metodología en particular: esa eficaz mezcla de entretenimiento y contenido que ofrece el mundo digital.
La ética en todo
Ningún ser humano puede separar el elemento ético-moral de sus quehaceres cotidianos. Sin importar la creencia de la persona, los dilemas morales forman parte de su vida. Por eso el apóstol Pablo escribía: «Pero todo debe hacerse de una manera apropiada y con orden» (1 Co 14:40 NVI). Es decir, volviendo a lo que hemos dicho anteriormente, el hecho de pagar un servicio y consumir su contenido también tiene implicaciones éticas.
Una gran cantidad de jóvenes cristianos están enganchados y, hasta cierto punto, esclavizados al contenido que ofrecen las plataformas digitales. Estos servicios tienen un precio accesible, sin embargo, el costo a largo plazo no es tan barato. Este no necesariamente tiene que representar el dinero invertido, puede ser el tiempo perdido, el cual pudo ocuparse en cuestiones más importantes, por ejemplo, la extensión del Reino de Dios. Hay que recordar que Cristo es dueño de todo lo que existe en el universo. Por lo tanto, todas las personas somos responsables ente Dios del uso de nuestro tiempo.
Aparte del costo antes mencionado, estas plataformas conllevan un riesgo: la enseñanza que suelen transmitir está basada en una ética humanista ajena y contraria a los principios del Reino de Dios. De hecho, este tipo de moralidad es el motor que mueve a la mayoría de plataformas digitales, las cuales tratan de expandir cierta «agenda globalista». «Los medios de comunicación y el mundo del entretenimiento se están convirtiendo en algo más difícil de navegar para los padres de familia, con contenido y temas que a menudo presentan desafíos y generan sorpresas, particularmente para aquellos que están buscando criar a sus hijos en una cosmovisión bíblica».[3] Es decir, el contenido que nuestros jóvenes cristianos consumen tiene implicaciones éticas profundas, ya que la mayoría de estos shows han sido creados para expandir una moralidad secular muy distante de la moralidad cristiana. Muchas de las comedias de situación, algunas películas de acción y ciencia ficción y ciertos contenidos para niños intentan sustituir los valores judeocristianos, los cuales han sido pilares de Occidente.
Pero no todo está perdido. El único grupo que puede ganarle esta batalla a la cosmovisión humanista es la familia cristiana, ya que esta tiene el deber y la capacidad de instruir a nuestros jóvenes en el dominio propio, virtud que solo se puede perfeccionar a través del Dios de la Biblia.
[1] Howard Hendricks, Enseñando para cambiar vidas (Miami: Unilit, 1990), 122
[2] Ibíd., 48
[3] Billy Hallowell, “Pure Flix vs Netflix: 5 Powerful Reasons You Should Choose Us”, 8 de julio de 2019, https://insider.pureflix.com/news/pure-flix-vs-netflix-5-powerful-reasons-you-should-choose-us
La espiritualidad cristiana, definitivamente, tiene que ver con la totalidad de la vida, es decir, se lleva a cabo y se ejercita en lo individual y en lo comunitario, en la soledad y en lo social. También es cierto que esta tiene un fin: acercarnos más a Dios y a nuestro prójimo. ¿Cuáles son aquellas prácticas que nos ayudan a ser mejores discípulos del Señor? ¿Qué es, realmente, la “espiritualidad cristiana”? ¿Hemos olvidado ejercicios espirituales valiosos? Te invitamos a unirte a esta nueva conversación.
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