La palabra «estrés» es reciente en nuestro vocabulario. Hemos usado palabras como «ansiedad», «afán», «preocupación», «tensión emocional» y otras parecidas. Sin embargo, «estrés» parece ser la palabra que mejor expresa todas esas en una sola. Bueno, ¿por qué estoy escribiendo sobre este tema? No soy psicólogo ni consejero profesional, pero he ejercido el ministerio de consejería en diversos contextos (eclesiales, educacionales, laborales, etc.) por más de 40 años, así que, aunque no manejo los aspectos técnico-científicos como los profesionales, algo he aprendido y quiero compartir algunas ideas ahora que más se necesitan.
No solamente la experiencia de haber ejercido el ministerio de consejería, sino las experiencias mismas de vida de unos y otros también ayudan. En esta crisis todos estamos experimentando estrés en diferentes grados. Seguramente los profesionales de las ciencias de la conducta humana ya están pensando en estudiar, describir y sugerir cómo enfrentar este nuevo tipo de estrés. Ya hay recursos disponibles que ayudan a entender esta nueva realidad de estrés. ¿Por qué nos sentimos más cansados y abrumados después de una sesión en Zoom? ¿Por qué muchos ya están llegando a un nivel peligroso de agotamiento? ¿Por qué padres y niños ya están hastiados y aburridos de las clases virtuales? ¿Por qué las reuniones virtuales de trabajo son aún más agotadoras? Este teletrabajo no es tan bonito después de todo. Después de varios meses de cuarentena y confinamiento, parece que todos estamos diciendo: ¡ya basta! No todos manejan ni procesan de la misma manera este estrés. En mi caso, entre otras causas, produjo una crisis de salud, y, seguramente, eso ha pasado con otros también. ¿Qué hacemos? No tengo respuestas definitivas, pero, siguiendo mi estilo, las ideas aquí vertidas podrán orientarnos un poco.
Un poco de historia
Las ciencias de la conducta humana son relativamente recientes, así que no hay muchas referencias históricas de cómo se describían y trataban los problemas emocionales en tiempos antiguos. Lo que sí tenemos en abundancia son descripciones y orientaciones desde la fe cristiana. Si comparamos los problemas graves de hoy con los de la antigüedad notaremos que los de antes causaban más dolor y más daño, aunque no eran tan extensivos. Las guerras eran más físicas, los desastres naturales afectaban poblaciones con menos habitantes, porque no había tanta población, y las pestes, muchas veces, estaban concentradas en lugares específicos. Sin embargo, el temor (y muchas veces el terror), la incertidumbre, la ansiedad y la desesperación estaban presentes y siempre ha habido necesidad de atenderlas.
Por ejemplo, se dice que la peste negra del siglo XIV afectó de tal manera la psiquis de las personas que el miedo a Dios y al futuro se apoderó de los individuos y de las sociedades. Tanto es así que aún en nuestros días se observa la herencia de ese miedo a un Dios castigador y al futuro entre nosotros. En muchos casos los líderes religiosos de aquella época no fueron parte de la solución, sino del problema, incrementando los temores y la incertidumbre. La reforma protestante del siglo XVI vino a liberar a un sector de la iglesia de esa mentalidad, produciendo una especie de «salvación emocional». El mundo católico romano siguió con la mentalidad medieval, y esa fue la cultura que nos llegó a nosotros en América Latina. En parte eso explica las emociones de hoy frente a la pandemia que estamos viviendo. Sin embargo, hoy tenemos muchas más herramientas médicas, psicológicas y pastorales para atender el estrés causado por la pandemia.
0 comentarios