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Bienaventuradas: las bienaventuranzas desde una perspectiva femenina,
parte 1

“Poco se ha escrito desde una perspectiva evangélica acerca del papel de la mujer – de las mujeres – como personaje público y, consecuentemente, como artesana de una manera distinta de comprender y expresar la experiencia humana en sus múltiples dimensiones.”[1] Darío López.

Pienso que es acertado “escribir desde una perspectiva femenina”, porque el ser mujer y el ser hombre, hoy, ya no son conceptos universales o claramente definidos. Por esta razón considero necesario explicar que al hablar de “perspectiva femenina”, en este texto, estaremos hablando de la perspectiva que resulta de aquellas percepciones, comportamientos, inclinaciones, vivencias, etc., que en promedio caracterizan a una mujer en su diferencia con el hombre. Normalmente, estas diferencias están basadas en aspectos fisiológicos y neurológicos, y seguramente han influido en el rol social que la mujer tradicionalmente ha tenido y tiene.

Hombres y mujeres son diferentes, eso no es nada nuevo, pero aun así muchas veces no somos conscientes de hasta qué punto esto es así. Además de las diferencias anatómicas y fisiológicas, también encontramos diferencias de aspecto psicológico, cognitivo y social. Estas diferencias son comparables a las variaciones culturales respecto de, por ejemplo, sentimientos, comprensión, interpretación y comunicación. A modo de ilustración y sin pretensión de ser exhaustiva, mencionaré algunas a continuación. En líneas generales, los hombres valoran el poder, la competencia, la eficiencia y la realización. Normalmente se interesan más en los objetos y en las cosas que en la gente y sus sentimientos. El hombre es iniciador y activo, la parte de su cerebro dedicada a la acción y agresión es dos veces y medio más grande que en la mujer. Las mujeres, por su parte, tienden a cultivar valores como la armonía, la comunidad y la cooperación afectuosa. Son comunicadoras hábiles y expresivas. Por naturaleza son más empáticas e intuitivas, para percibir las necesidades de los demás, que los hombres. Ofrecer ayuda y asistencia es una forma de demostrar amor. A diferencia de los hombres, para ellas, necesitar ayuda no es un signo de debilidad.

Aunque en ocasiones generen dificultades, estas diferencias son, en realidad, una excelente noticia. Aplicado al estudio de la Biblia, las mujeres entienden e interpretan de forma diferente los textos que los hombres. Probablemente las figuras con las que empaticen y los aspectos de las historias que captan y enfaticen sean diferentes a los de los hombres. Esto hace que las lecturas de ambos se complementen y se confronten y juntos formen una imagen más completa e integral de las enseñanzas de las Escrituras.

Sin embargo, históricamente la enseñanza en las iglesias y comunidades de fe ha estado a cargo casi exclusivamente de los hombres. Prácticamente todos hemos sido instruidos por hombres, con enseñanzas que posiblemente reflejaban sus propias interpretaciones e inclinaciones hacia el texto bíblico. En muchas de nuestras iglesias a las mujeres no les es permitido enseñar. Entre otros factores, esto contribuye a que haya mucho menos mujeres que hombres acercándose a los textos bíblicos y compartiendo sus reflexiones. No estoy diciendo que las enseñanzas que hemos recibido sean equivocadas, pero quizá sí sesgadas o incompletas. Debemos reconocer que el aporte de las mujeres en la interpretación bíblica y la reflexión teológica es valioso e importante.

Mi objetivo aquí es animar a las mujeres a leer la Biblia con lentes de mujer y animarse a interpretarla y compartir sus ideas con los demás. Debemos dejar de ver a la mujer que enseña o lidera como una versión o alternativa inferior del hombre, de la que se esperan aportes con formas masculinas. Tenemos que comenzar a escuchar a la mujer como mujer, validarla en su ser mujer y en su singular manera de ver, interpretar y comunicar su mundo. No porque para ello se requiera un esfuerzo adicional, sino porque no estamos acostumbrados a hacerlo. Las mujeres tienen un aporte valioso que dar y en muchos aspectos encarnan de forma natural los valores del reino de Dios. Recordemos que el mismo Jesús valoró a la mujer, confió en ella y la trató con dignidad en medio de una sociedad que la marginaba y menospreciaba.[2]

Las bienaventuranzas

Conocemos por “las bienaventuranzas” la sección introductoria del Sermón del Monte en Mt 5:3-10. Se trata de ocho versículos que siguen la siguiente estructura: “Bienaventurados los que…, pues ellos.” Cada bienaventuranza tiene tres partes: 1) la condición propia expresada por la palabra “bienaventurados”, 2) una descripción de la persona que es bienaventurada (ciudadano del reino); y 3) la razón de la bienaventuranza. Las ocho bienaventuranzas expresadas en esta sección son paradojas. A primera vista parecen contradicciones, recién dejan de serlo cuando entendemos la enseñanza detrás de ellas.

Bienaventurados. El término “bienaventurados” es la traducción al castellano más ampliamente usada de la palabra griega makários. Otros traducen “dichoso” o “feliz”. Sin embargo, posiblemente la palabra “bendito”, en sentido de aprobación de Dios, sería la traducción más acertada. Podríamos decir, entonces, que la palabra “bienaventurados” se refiere a una condición abundantemente feliz por causa del favor divino. No se trata de una felicidad o dicha producida por un sentimiento interior de bienestar, sino aquella felicidad basada en la recompensa de Dios.

Estructuralmente, las bienaventuranzas están contenidas en un inclusio, es decir, una figura literaria que consiste en empezar y terminar una sección de texto con la misma frase. Todo lo que queda en el medio debería tomarse como parte o ampliación sobre el tema de las frases que enmarcan el inclusio. En este caso, la frase repetida entre v.3 y v.10 es “de ellos es el reino de los cielos.” Entonces se entiende que el tema principal del texto es el reino de los cielos y todas las bienaventuranzas que quedan en el medio hacen referencia al mismo de alguna manera.

Desde el ángulo que hemos propuesto, con ojos de mujer, se pueden hacer varios acercamientos a las bienaventuranzas. 1) ¿Qué les dicen las bienaventuranzas a las mujeres del tiempo de Jesús y qué nos dicen a nosotras hoy? 2) ¿Cómo interpretamos nosotras, las mujeres, las bienaventuranzas, en contraposición o adición a la interpretación masculina? A su vez, en el primer enfoque podemos posicionarnos de dos formas: como aquellas que se identifican con quienes sufren o han sufrido opresión o como aquellas que se sienten confrontadas o desafiadas por las bienaventuranzas porque entienden que no han sufrido opresión.

¿Qué les dicen las bienaventuranzas a las mujeres del tiempo de Jesús y qué nos dicen a nosotras hoy?

En las bienaventuranzas, Jesús resume el mensaje del reino que vino a anunciar e inaugurar. Son parte de su respuesta al sufrimiento de las personas, ocasionado por la injusticia de aquel tiempo. En la sociedad patriarcal del primer siglo, las mujeres eran consideradas propiedad de sus padres o esposos, descartables, infravaloradas, prescindibles y de escaso valor.

¿Qué significaba el mensaje del reino para las mujeres que lo estaban escuchando? Significó en primer lugar una buena noticia: trajo “liberación, la cual niveló las relaciones mujer-hombre, forjando una comunidad de iguales, una comunidad horizontal en la sociedad piramidal de aquel tiempo. Jesús desmanteló con palabras y gestos visibles de liberación, las diversas formas de violencia social, cultural y religiosa que relegaban y confinaban a las mujeres a la escala más baja de la pirámide social.”[3] Más adelante veremos cómo se refleja esto en las bienaventuranzas caso a caso.

Desde el punto de vista doctrinal, Jesús se alejó por completo de la mentalidad patriarcal de su tiempo, que condenaba a la mujer a la función social de ser esposa y madre exclusivamente.[4] Además, cruza todas las barreras sociales y religiosas al interactuar con ellas, tocarlas y sanarlas. Jesús las trata con dignidad.

Aunque aún hoy en día, en casi todas las culturas la mujer corre con desventajas con relación al hombre, ha habido cambios en los últimos 300 años. Con el nacimiento del feminismo surgió también la lucha por condiciones de vida equitativas para hombres y mujeres. Las mujeres han empezado a salir al espacio público y adquirido derechos de voz y voto, de trabajar y de un ingreso digno e igualitario, etc. En muchos sentidos, la vida se ha tornado más amena, también para las mujeres. Ante este panorama, ¿qué le dicen las bienaventuranzas a las mujeres que consideran no sufrir opresión? Posiblemente ellas se sienten desafiadas y confrontadas por las bienaventuranzas, debiendo hacer un esfuerzo adicional para entender y aplicar el mensaje a sus vidas. También analizaremos las bienaventuranzas a la luz de esta perspectiva.

¿Cómo interpretamos nosotras, las mujeres, las bienaventuranzas?

¿Qué significa pobreza para una mujer y cómo le afecta? ¿Por qué llora una mujer y qué significa el llanto para ella? ¿En qué situaciones particulares las mujeres tienen fuertes deseos de justicia y qué dicen las bienaventuranzas al respecto de esto? ¿Qué se puede decir de conceptos como mansedumbre, humildad, misericordia, herencia, etc., desde perspectiva femenina? ¿Cuál es la relación entre la enseñanza de Jesús en este texto y la respuesta que el feminismo hegemónico ofrece al tema de la opresión y marginación? Preguntas como estas nos permitirán aplicar las bienaventuranzas a nuestras vidas como mujeres y compartir nuestras conclusiones con los demás. De esta manera, podemos aportar a una comprensión más amplia e integral de esta porción del texto bíblico.

En mi siguiente escrito hablaremos de “Bienaventuradas las pobres en espíritu…” y lo que significa para nosotras.


[1] Darío López R., Discípulas de Jesús: De invisibilizadas a protagonistas (Lima: Puma, 2023).

[2] Lecturas para profundizar en este tema: “Discípulas de Jesús: De invisibilizadas a protagonistas” de Darío López; “Jesus and Marginal Women: The Gospel of Matthew in Social-Scientific Perspective” de Stuart Love.

[3] López, Discípulas de Jesús.

[4] Ibíd.

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