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El coraje de pensar

El cristianismo ha sido una fuerza dominante en el mundo de las ideas, moldeando la cultura y la ética occidental. En el contexto actual de pluralidad y secularización, el pensamiento cristiano sigue ofreciendo un marco para la exploración de verdades universales y objetivas. Miguel García-Baró subraya la importancia de narrar la historia del pensamiento: “Cada generación está obligada a narrar la historia del pensamiento. Constituye no sólo una obligación con el pasado, sino un compromiso con el futuro.”

El cristianismo debe narrar su historia del pensamiento para mantener un diálogo abierto sobre las verdades objetivas y universales que se han perdido. Paul Tillich en “Ultimate Concern”, propone una visión del cristianismo que abarca la historia del pensamiento cristiano y se abre a la crítica de los escépticos. Tillich afirma:

En mi pensamiento teológico propongo toda la historia del pensamiento cristiano hasta la actualidad y tomo en cuenta la actitud de aquellas personas que dudan, se separan o se oponen a todo lo eclesiástico y lo religioso, incluyendo el cristianismo. Y debo hablar con ellas.

Esta apertura al diálogo resalta la importancia de las verdades cristianas como principios que deben ser examinados críticamente en el contexto de la experiencia humana universal.

La idea de que la religión propone verdades universales y objetivas es fundamental en el pensamiento cristiano. Estas verdades no son simplemente constructos culturales, sino que proponen un fundamento para sociedades más justas y compasivas. La ética cristiana, con su énfasis en el amor, la justicia y la compasión, ofrece un contrapunto a las tendencias individualistas y materialistas de la modernidad. La universalidad de estas verdades se manifiesta en su capacidad para trascender diferencias culturales y temporales, proporcionando un marco ético relevante hoy en día.

Dietrich Bonhoeffer, teólogo martirizado por su oposición al nazismo, enfatiza la necesidad de que la iglesia se comprometa con el mundo de manera directa y valiente. En una de sus últimas cartas, expresó:

La iglesia debe salir de su estancamiento. Hemos de respirar de nuevo el aire libre de la confrontación intelectual con el mundo. Incluso hemos de arriesgarnos a decir cosas impugnables, si así logramos que sean debatidas las cuestiones de importancia vital.

La confrontación intelectual que Bonhoeffer propugna es crucial para la filosofía. El cristianismo, al insistir en verdades universales, proporciona un suelo fértil para el debate filosófico sobre la naturaleza de la verdad, la ética y la existencia humana. Este enfoque invita a un examen constante de las propias creencias en el espejo de la razón y la experiencia, un proceso central para la tradición filosófica.

En la era moderna, donde el escepticismo y el relativismo desafían las narrativas metafísicas, el cristianismo ofrece respuestas basadas en la fe y en una robusta tradición de pensamiento racional y filosófico. La integración de la fe con la razón es fundamental para enfrentar los retos éticos y existenciales de nuestro tiempo, proporcionando un diálogo desafiante. Este diálogo es vital para abordar crisis contemporáneas como la desigualdad social, la crisis ambiental y los conflictos globales, desde una perspectiva que valora la dignidad individual y el bien común.

Fe y razón

El pensamiento cristiano mantiene la autonomía de la razón dentro de su propio ámbito. Sin embargo, esta autonomía no significa aislamiento de la fe; por el contrario, la razón se ve enriquecida por la revelación divina. Etienne Gilson resalta que la razón, al explorar verdades accesibles a través del pensamiento humano, prepara el camino para una comprensión más profunda que solo la revelación puede proporcionar. Gilson enfatiza el papel de la filosofía cristiana como una defensa de la fe frente a interpretaciones erróneas o “falsas filosofías”. Esto no solo preserva los fundamentos de la fe cristiana, sino que también promueve un diálogo crítico con otras tradiciones filosóficas.

La integración de la fe y la razón ha enriquecido la tradición teológica y ha proporcionado un modelo para el diálogo entre la ciencia y la religión. Esta interacción ha fomentado un ambiente en el cual el pensamiento crítico y la devoción espiritual pueden coexistir y enriquecerse mutuamente. La filosofía cristiana no solo preservó muchas tradiciones filosóficas antiguas, sino que también las renovó, proporcionando bases para el desarrollo de la filosofía y la ciencia en el mundo occidental, preparando el terreno para el Renacimiento y la Ilustración.

Pensar “bien” en Dios o de por qué la idea de Dios importa

Pensar en Dios adecuadamente es esencial. El cardenal Lehmann, en su libro “Es tiempo de pensar en Dios”, refleja una preocupación por cómo la presencia y la comprensión de Dios se integran en nuestras vidas cotidianas y en la esfera pública. Pensar bien en Dios implica considerarlo no solo como un concepto abstracto, sino como el fundamento y fuente de la vida humana, cuyo conocimiento debería influir y enriquecer todas las áreas de la existencia humana. Este pensamiento busca evitar una relación superficial o distorsionada con lo divino.

Joseph Ratzinger también promovió esta visión, centrándose en hacer visible y audible al Dios revelado en Jesucristo, especialmente donde la imagen de Dios podría estar desfigurada. Articuló esta preocupación, destacando la necesidad de un enfoque que no solo aceptara la existencia de Dios, sino que profundizara en la comprensión de vivir en presencia de un Dios que es amor y que se hizo humano.

En el mundo de las ideas la verdad es esencial. No podemos tener una pretensión o discurso si no creemos que las nuestras son veraces, de lo contrario, estaríamos atrapados en la incertidumbre y no podríamos establecer un intercambio de ideas ya que sería infructífero y desgastante. Sobre esto, Wolfhart Pannenberg, en su teología sistemática, insiste en la relevancia de Dios desde el plano de la verdad: “La pretensión de la verdad cristiana es universal. No es solo verdad para aquellos que creen, sino verdad para todos, porque se basa en la realidad de Dios que se ha revelado a la humanidad entera”.

Conclusión

El pensamiento cristiano posee una dimensión profética que busca descifrar y dialogar con las corrientes espirituales y sociales contemporáneas. En un tiempo marcado por el pluralismo religioso y una renovada presencia de lo sagrado en el ámbito público, el pensamiento cristiano no puede permanecer al margen de las discusiones culturales y científicas, y menos aún, alejarse de aquellas que tratan sobre la existencia y relevancia de Dios.

Por lo tanto, el coraje de pensar para el cristiano es aquel que enfrenta las grandes preguntas, que cuestiona las creencias que se ofrecen en la cultura, que mantiene un dialogo abierto, sano y constructivo, que piensa bien de Dios y, sin importar que, mantiene un compromiso con la verdad, entendiendo que Aquel que se llama a sí mismo “la verdad”, es el Dios encarnado.

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