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Mente racional y Evangelio

¿Qué sucede con aquellas personas que parecen saber mucho de religión, leen la Biblia, son estudiosos, pero parece que se resisten al evangelio en términos de transformación integral?

No hay duda de que el ser humano tiende a ser más racional, de hecho, es una cualidad creada y dada por Dios para su gloria. Sin embargo, si esa capacidad no es dependiente del Espíritu Santo no hay cantidad de información que logre maravillarnos y despertar la fe.

De nada sirve saber mucho si esto no conduce hacia una vida que anhela permanecer en el evangelio de Jesucristo. Toda especulación y todo razonamiento se debe a la obediencia a Cristo (2 Co 10:5).

Conocer

Hablar de belleza y asombro en el mero saber de hechos no sostiene la fe. El solo creer no tiene connotaciones del mero saber, debe estar acompañada del conocer. En la carta de Santiago se dice: “Tú crees que Dios es uno; bien haces. También los demonios creen y tiemblan” (Stg 2:19).

Respecto a esto es importante aclarar que el uso de la mente para aprender, profundizar en la palabra de Dios, explicar el evangelio y conocer más de Cristo sí juega un papel muy valioso y esencial en el despertar de la fe. Sin embargo, si se queda ahí difícilmente podrá ver y contemplar a Jesús como infinitamente maravilloso.

Experiencia

Imagina a una persona a quién admiras por sus cualidades, por su carácter y su bondad. Un día esta persona decide invertir de su tiempo en enseñarte, dirigirte o aconsejarte y desarrollas un afecto especial hacia esta persona. Te atrae su creatividad, sus capacidades, su paciencia y amor para enseñarte. Quieres ser como él o ella. Un día, esta persona por algún motivo ya no está, pero te dejó escrito todo aquello que necesitas saber para vivir en plenitud.

Cuando lees nuevamente las palabras de esta persona no lees meramente teoría o palabras persuasivas. Detrás de esas letras ves reflejada la esencia de aquella persona a quién admiras, la esencia de una persona asombrosa que merece tu atención y confianza. Eso genera que el impacto de sus textos sea recibido en tu mente y en tu corazón con una fuerza y una certeza que de seguro generará un cambio en tu manera de ver la vida y hacer las cosas.

Lo mismo sucede con el evangelio. La mente necesita ser iluminada por medio del Espíritu Santo para contemplar y maravillarse de la persona a quién apunta el evangelio. La Palabra dice que Satanás ha cegado la mente de los que no creen (2 Co 4:4-6). Pero Dios también prometió la luz en la oscuridad y que esta luz brillará en el corazón para conocer la gloria de Dios reflejada en el rostro de Jesús.

El Evangelio

Ningún razonamiento o argumento histórico puede producir por sí solo la visión espiritual en los ciegos. Sin embargo, para que la mente sea iluminada debe estar primero expuesta al evangelio para contemplar aquello que exhibe. John Piper comentó en su libro Piense: “Debido a que nuestros corazones ahora ven a Cristo como infinitamente valioso, nuestra resistencia a la verdad es vencida. Nuestro pensamiento ya no es esclavo de los deseos engañosos, porque nuestros deseos han cambiado. Ahora Cristo es el tesoro supremo. Así que el pensamiento ha de ser dócil al evangelio. No lo llamamos tonto. Lo llamamos sabiduría, poder y gloria”.

En otras palabras, la fe se sostiene a través de la gloria de Cristo vista en el evangelio. Poder ver requiere que Dios abra los ojos del corazón. Esto promueve un cambio profundo en la naturaleza para recorrer un camino más integral.

Conclusión

Una forma práctica que puede ayudar para este balance es meditar en las Escrituras. Por ejemplo, en el Sermón del monte, la primera bienaventuranza en Mateo 5:3 dice: “Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos”. Pobre en espíritu es todo aquel que reconoce la necesidad tan grande que tiene de Dios en cualquier aspecto de su vida: personal, laboral, ministerial, familiar, etc.

Nadie, por más inteligente que sea, podrá ver los tesoros escritos en la Biblia sin reconocer a Dios para que seamos partícipes de la revelación. Que Dios nos enseñe a tener un corazón humilde, que nos ayude a entender la necesidad que tenemos de él y que se muestre a aquellos que persisten y permanecen en la fe, porque separados de Cristo nada podemos hacer.

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