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Ecología y medio ambiente, ¿mandato bíblico u opción humana?

La conexión entre la ecología y el medio ambiente se ha vuelto un tema central en las discusiones contemporáneas, generando así preguntas teológicas, como el hecho de si la protección ambiental es simplemente una opción humana o un mandato divino. Desde mi perspectiva bíblica, argumento que la responsabilidad hacia la ecología es, de hecho, un mandato bíblico que se ha transmitido a la humanidad desde el principio.

El relato de la creación en Gn 1:26 establece el fundamento para comprender la relación especial entre la humanidad y la creación: “Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y señoree en los peces del mar, en las aves de los cielos, en las bestias, en toda la tierra, y en todo animal que se arrastra sobre la tierra”. Este versículo destaca la creación del ser humano a imagen de Dios, otorgándole un papel único como administrador y cuidador de la tierra, convierte al hombre en su representante ante la creación.

La expresión “a nuestra imagen” sugiere una conexión intrínseca entre la humanidad y el Creador, estableciendo una base teológica sólida para la responsabilidad humana hacia la creación ya que implica ser una figura representativa. El mandato de “señorear” no implica un dominio opresivo o abusivo, sino más bien una administración sabia y compasiva. Este versículo fundamenta la idea de que la ecología, aunque es un vocablo moderno, no es simplemente una opción humana, sino un mandato divino arraigado en la creación misma.

Así mismo, a lo largo del Pentateuco podemos encontrar pasajes que contribuyen significativamente al entendimiento bíblico de la ecología y la responsabilidad ambiental.[1] Por ejemplo en Lv 25:4-7 se establece el concepto del año sabático, un período en el que la tierra debe descansar: “Pero el séptimo año la tierra tendrá descanso, reposos para Jehová; no sembrarás tu tierra, ni podarás tu viña” (v. 4). Este pasaje aborda la sostenibilidad agrícola y también enfatiza la importancia de la justicia social y la equidad en la gestión de los recursos naturales “en honor del Señor…” (Lv 25:4 DHH).

El año sabático garantizaría la renovación de la tierra y las disparidades económicas al proporcionar alimentos a los necesitados. La conexión intrínseca entre la justicia social y la ecología refleja un mandato bíblico integral que reconoce la interdependencia de todas las formas de vida. La ecología, entonces, se convierte en una expresión práctica de la justicia divina que busca restaurar tanto la tierra como a aquellos que dependen de ella, sean hombres u otros seres vivos.

Por otro lado, Dios se revela a través de la creación. El Salmo 19:1 proclama: “Los cielos cuentan la gloria de Dios, y el firmamento anuncia la obra de sus manos”. Este versículo resalta la idea de que la creación misma revela la grandeza y el cuidado de Dios. La creación es el libro de Dios. La ecología, vista a través de esta lente, se convierte en una manifestación tangible de la obra divina, y la responsabilidad humana hacia ella se convierte en una respuesta natural a la revelación de Dios en la creación, que es obra de las propias manos de Dios.

La comprensión de que la naturaleza proclama la gloria de Dios refuerza la idea de que cuidar la creación es un acto de adoración y obediencia. El medio ambiente deja de ser simplemente un conjunto de recursos utilitarios y se convierte en un testimonio visible de la sabiduría y la bondad de Dios. Esta perspectiva amplía el mandato bíblico más allá de una obligación meramente ética, convirtiéndolo en un acto de adoración y reconocimiento de la majestuosidad de Dios.

Ahora bien, en el Nuevo Testamento a Jesús se le presenta como el Señor de la creación. Como indica Christopher Wright “La tierra le pertenece a Jesús, nosotros somos inquilinos y administradores de su propiedad”.[2] En Colosenses 1:16a, se dice: “porque en Él fueron creadas todas las cosas, las que hay en los cielos y las que hay en la tierra, visibles e invisibles”. Este versículo subraya la supremacía de Cristo como el Creador de todo lo que existe. La implicación es que todas las cosas, incluyendo el medio ambiente, tienen su origen en Dios y existen para su propósito.

Esta perspectiva amplía la comprensión de la responsabilidad humana hacia la creación. Si todas las cosas fueron creadas por Cristo y para Él, entonces el cuidado de la creación se convierte en una colaboración con un propósito trascendental y espiritual. Somos llamados a ser administradores responsables y participantes activos en el plan redentor de Dios para toda la creación, arrepintiéndonos por nuestro rol en la destrucción y tomando responsabilidad.

Por último, en Ro 8:19-21 podemos observar una imagen poderosa de la creación esperando su redención. Este texto proporciona una perspectiva cósmica de la redención, involucrando no solo a la humanidad, sino a toda la creación. “Porque sabemos que toda la creación gime a una, y a una está con dolores de parto hasta ahora” (v.22), la metáfora “gime” y “dolores de parto” de la creación refuerzan la idea de que la ecología es una preocupación humana y la creación misma anhela su restauración.

La responsabilidad humana hacia la creación es un acto de colaboración con el plan redentor de Dios, donde participamos en la liberación de la creación de la corrupción y la restauración a la libertad gloriosa hasta que Cristo venga.

Por lo tanto, la ecología y el medio ambiente no son simplemente opciones humanas, sino mandatos divinos que se encuentran arraigados en las Sagradas Escrituras. Al reconocer nuestra responsabilidad hacia la creación, honramos el llamado de Dios y aseguramos un futuro sostenible para las generaciones venideras. La ecología, lejos de ser una causa secundaria, se convierte así en una expresión concreta de nuestra obediencia a un mandato divino que nos llama a ser cuidadores responsables de la maravillosa obra de Dios, hasta que Él venga.


[1] Véase: Lv 25:13-17; 23:22; Éx 23:19; Dt 14:22-28.

[2] Christopher Wright, The mission of God and the task of the church: integral mission and the great commission (2006), 16.

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