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Sócrates y Policarpo: La búsqueda de la verdad en un mundo posverdad

El mundo de la posverdad se caracteriza por la relativización de la verdad, donde la veracidad es a menudo sacrificada en el altar de la conveniencia política, la manipulación mediática y la percepción emocional. En esta era, donde la objetividad y la veracidad son a menudo subordinadas a las emociones y las creencias personales, la historia de la filosofía y el cristianismo ofrecen figuras que han desafiado las convenciones de sus épocas en busca de lo que consideraban la verdad y nos pueden ser muy útiles.

Sócrates y Policarpo de Esmirna adquieren una relevancia renovada. Sus vidas y muertes en defensa de la verdad contrastan marcadamente con una cultura contemporánea donde la verdad es a menudo relativa y manipulable. Las concepciones de la verdad de estos personajes con el mundo de la posverdad pueden arrojar luz en el camino que un cristiano debe seguir en este contexto secular.

 Sócrates

Sócrates nació en Atenas alrededor del año 470 a.C., en una época de esplendor cultural y político para la ciudad. Como figura central en la filosofía occidental, Sócrates es conocido por su método dialéctico de indagación, que buscaba definir conceptos morales como la justicia, la belleza y el bien. Para Sócrates la verdad era algo que debía ser descubierto a través del diálogo racional y el cuestionamiento constante. Su enfoque epistemológico veía la verdad como un conocimiento objetivo que se obtenía mediante la razón y que guiaba la virtud y la conducta humana.

Sócrates fue juzgado y condenado a muerte en el 399 a.C. bajo los cargos de corromper a la juventud de Atenas y de no creer en los dioses de la ciudad. Su decisión de aceptar la condena y beber la cicuta, en lugar de huir, simboliza su compromiso con la verdad y la justicia. Sócrates consideraba que vivir de acuerdo con la verdad era una virtud en sí misma, y su muerte fue un testimonio de su integridad filosófica.

Policarpo de Esmirna

Policarpo de Esmirna, discípulo del apóstol Juan,[1] vivió en una época de creciente persecución contra los cristianos bajo el Imperio Romano. Nacido alrededor del año 69 d.C., Policarpo se convirtió en obispo de Esmirna y fue una figura clave en la consolidación de la fe cristiana en la región. Para Policarpo la verdad no era simplemente un concepto epistemológico, sino una realidad ontológica encarnada en la persona de Jesucristo. La verdad era Cristo mismo, y vivir en la verdad significaba seguir a Cristo y sus enseñanzas.

En su vejez fue arrestado y llevado ante el procónsul romano, quien le ofreció la oportunidad de renunciar a su fe para salvar su vida. Policarpo se negó, declarando: “He servido a Cristo (quien afirmo ser la Verdad) durante 86 años, y Él nunca me ha hecho ningún mal. ¿Cómo puedo blasfemar contra mi Rey y Salvador?”[2] Fue condenado a morir quemado en la hoguera, y su martirio fue visto como un testimonio de su fe y su compromiso con la verdad. 

Comparación de sus concepciones de la verdad

Sócrates y Policarpo compartían la convicción de que la verdad era algo por lo que valía la pena morir, pero sus concepciones de esta eran fundamentalmente diferentes. Para Sócrates, la verdad era una cuestión de conocimiento racional y virtud. Su método dialéctico y su búsqueda constante del conocimiento reflejan una devoción a la verdad objetiva. Para Sócrates, la verdad era una búsqueda racional del conocimiento que guiaba la virtud y la conducta ética. La muerte dramatiza su devoción a una vida de reflexión filosófica y cuestionamiento moral.

En nuestra época los hechos son a menudo distorsionados para encajar narrativas personales o políticas, el compromiso socrático con la razón y el diálogo racional es profundamente relevante ya que nos recuerda la importancia de la indagación crítica y la necesidad de sostener estándares objetivos de verdad.

Policarpo, por otro lado, veía la verdad como una realidad encarnada en Cristo, no como un concepto abstracto. En un tiempo donde la fe cristiana enfrentaba persecución, Policarpo defendió la verdad de Cristo hasta su martirio. Para él, la verdad era ontológica y se manifestaba en la persona de Jesucristo. Su vida y muerte no solo reflejan una adhesión a una serie de enseñanzas, sino una relación personal y transformadora con la verdad divina.

La verdad para Policarpo era una realidad viva y trascendente que demandaba lealtad y sacrificio total y su devoción a esta verdad ontológica y trascendente nos desafía a considerar la profundidad y la constancia de nuestra fe.

El camino para los cristianos

En el espíritu de este siglo, donde las creencias personales pueden eclipsar las realidades objetivas, ¿qué camino debe seguir un cristiano?

Buscar la verdad epistemológica

Inspirados por Sócrates, los cristianos deben ser defensores de la verdad objetiva y el conocimiento racional. Esto implica una dedicación a la educación, el pensamiento crítico y el diálogo honesto. La fe cristiana no teme a la razón, y los cristianos deben estar preparados para dar razones de su fe (1 Pedro 3:15).

Vivir la verdad ontológica

Siguiendo el ejemplo de Policarpo, los cristianos deben vivir de manera que su fe en Cristo se refleje en todas las áreas de su vida. La verdad de Cristo no es solo una creencia intelectual, sino una realidad vivida, por lo tanto, los cristianos deben demostrar con su vida la profundidad y la constancia de la verdad en Cristo.

Resistir la posverdad

Esto significa rechazar las medias verdades y las falsedades convenientes, incluso cuando son culturalmente aceptadas o políticamente ventajosas. Los cristianos están llamados a ser luz en un mundo oscuro, lo que implica un compromiso inquebrantable con la verdad, tanto en palabra como en acción.

Conclusión

Sócrates y Policarpo, aunque separados por siglos y contextos culturales diferentes, ofrecen modelos contrastantes pero complementarios de compromiso con la verdad. En la era de la posverdad, sus vidas y muertes nos desafían a ser buscadores incansables de la verdad epistemológica y a vivir una verdad ontológica que trasciende las circunstancias temporales. Sus legados perduran como testimonios de la profundidad y el poder de la verdad en sus diversas manifestaciones.

Para los cristianos esto implica un doble compromiso con la razón y la fe, con la búsqueda del conocimiento y la vivencia de la verdad de Cristo. En contraste con este mundo donde la verdad es a menudo distorsionada, la integridad y la constancia de estos mártires nos ofrecen una guía poderosa para navegar la era de la posverdad.

Insiste, alma mía, y presta gran atención;

Dios es nuestro ayudador;

Él nos ha hecho, no nosotros a nosotros.

Presta atención,[3] mira por dónde amanece la verdad.[4]


[1] Según nos cuenta Ireneo de Lyon en, Contra las herejías 3.3.4.

[2] Martirio de Policarpo, 9.3.

[3] En cursiva una adición personal para lograr una mejor armonía con la traducción literal.

[4] San Agustín, Confesiones II, 27, 34 (Madrid: BAC, 1979), II 494.

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