Cabe destacar que en esta creación existe igualdad ante Dios entre el hombre y la mujer, porque tanto uno como el otro son hechos partícipes de la imagen y semejanza divina en el acto de la creación,[14] porque por «voluntad de Dios, el hombre no ha sido creado solitario, sino que ha sido llamado a decirse –tú– con el otro sexo».[15] Es necesario mencionar que esta imagen y semejanza a Dios en el Antiguo Testamento pasa a concebirse en el Nuevo Testamento de una manera cristológica y escatológica. Esto significa que en la condición terrenal el ser humano lleva la imagen de Adán, pero en Cristo se obtendrá de forma escatológica, porque llevará la imagen de un ser humano celeste debido a que Cristo resucitó.[16] Por tal razón, según David Atkinson, para poder «contemplar claramente la imagen de Dios, debemos mirar a Jesucristo. Lo que vemos los unos en los otros es un reflejo poco claro, porque nuestra relación con Dios dista mucho de ser perfecta».[17] Para finalizar, es menester citar a Wolfhart Pannenberg para concluir con estas bellas palabras:
La imagen de Dios no se realizó plenamente desde los comienzos en la historia de la humanidad. Su plasmación se halla todavía en proceso. Y esto no sólo afecta la semejanza, sino, con ella, también a la misma imagen. Pero, puesto que la semejanza es indispensable en una imagen, la creación del hombre a imagen de Dios ha de hallarse implícitamente referida a una plena configuración de la semejanza con la imagen. Su plena realización es el destino del hombre que ha irrumpido ya históricamente con Jesucristo y en el que han de participar los demás hombres por su transformación en la imagen de Cristo.[18]
Conclusiones
El hombre y la mujer han sido creados a imagen y semejanza de Dios. Esto implica, según lo que hemos visto, que somos la representación más alta de Creador, tenemos un estatus especial, participamos de la sabiduría y la justicia de Dios y somos gobernantes y representantes de Dios en la creación. Sin embargo, cabe aclarar, esta imagen y semejanza no puede ni es idéntica por los matices conceptuales y las preposiciones «a» y «según». Tenemos un parentesco con relación a la naturaleza divina.
Debido a Adán y a Eva, la caída tuvo y sigue teniendo repercusiones fuertes en el ser humano y la creación. Pero este hecho no quita que el ser humano ha sido creado a imagen y semejanza del Creador. Aunque distorsionada, los hombres y mujeres, a pesar de la caída, siguen mostrando la imagen de Dios con la que fueron creados.
Por lo tanto, ¿puede el ser humano llegar a controlar sus emociones por ser imagen y semejanza de Dios? «Numerosas pruebas anatómicas y fisiológicas demuestran que pensar y sentir, es decir, el cerebro racional y emocional, forman una unidad inseparable».[19] Con este acercamiento y con los fundamentos que hemos presentado, se puede comprender, entonces, que la capacidad de razonar, de pensar de la imago Dei que posee el ser humano, lo faculta para tener la aptitud de controlar sus emociones, usando la razón y todo lo que la imago Dei le proporciona. Para este fin, Grün indica lo siguiente:
Ver las emociones como fuente de vitalidad de la persona y de la propia actividad. Solo con un análisis y una comprensión cuidadosa se pueden clarificar y transformar. Y para transformarlas es importante manifestarlas a otro, bien presentándolas en la oración a Dios, bien abriendo nuestras vivencias en diálogo con otra persona.[20]
Es necesario entender que «las emociones no son sólo el combustible que impulsa el mecanismo psicológico de una criatura racional, son parte, una parte considerablemente compleja y confusa, del propio raciocinio de esa criatura».[21]
[1] “Imagen de Dios”, Gran diccionario enciclopédico de la Biblia, ed. Alfonso Ropero (Barcelona: CLIE, 2013), 1224.
[2] P. E. López, Tratados sobre la gracia, en tomo VI de Obras de san Agustín (Madrid: La Editorial Católica, 1949), 769.
[3] Agustín de Hipona, Confesiones de san Agustín (Madrid: Apostolado de la Prensa, 1951), 382-383.
[4] L. Arias, Tratado sobre la santísima Trinidad, en tomo V de Obras de san Agustín (Madrid: La Editorial Católica, 1956), 671-673.
[5] Hubert, El enigma del hombre según Anselmo de Canterbury: Teología y vida, 109.
[6] Barbado Viejo, Tratado del hombre, en tomo III de Suma teológica de santo Tomas de Aquino (Madrid: La Editorial Católica, 1959), 567-569.
[7] Ibíd., 575.
[8] Martín Lutero, La voluntad determinada, en tomo IV de Obras de Martín Lutero (Buenos Aires: Paidós, 1976), 254-255.
[9] Juan Calvino, Institución de la religión cristiana: cómo era el hombre al ser creado. Las facultades del alma, la imagen de Dios, el libre albedrío y la primera integridad de la naturaleza, https: //cristianohoy.files.wordpress.com/2009/04/calvino-institucion-de-la-religioncristiana- seleccion-de-capitulos.pdf
[10] X. Pikaza, Antropología bíblica: Tiempos de gracia (Salamanca: Sígueme, 2006), 37.
[11] M. A. Tábet, Introducción al Antiguo Testamento, Pentateuco y libros históricos (Madrid: Palabra, 2008), 98.
[12] D. Atkinson, Comentario Antiguo Testamento: Génesis 1-11 (Barcelona: Andamio, 2010), 54.
[13] G. L. Müller, Dogmática: Teoría y práctica de la teología (España: Herder, 2009), 112.
[14] Tábet, Introducción, 98.
[15] G. von Rad, El libro del Génesis (Salamanca:Sígueme, 1977), 70.
[16] L. F. Ladaria, Introducción a la antropología teológica (España: Verbo Divino, 1996), 63.
[17] Atkinson, Comentario Antiguo Testamento, 53.
[18] W. Pannenberg, Teología sistemática (Madrid: Universidad Pontificia Comillas, 1996), 2:235.
[19] Märtin y Boeck, Qué es inteligencia emocional: Cómo lograr que las emociones determinen nuestro triunfo en todos los ámbitos de la vida (Madrid: Edaf, 2001), 35.
[20] A. Grün, La escuela de las emociones (España: Sal Terrae, 2014), 13.
[21] M. C. Nussbaum, Paisajes del pensamiento: La inteligencia de las emociones (Madrid: Paidós, 2008), 23.
0 comentarios