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Las emociones y la imagen de Dios, parte 2

    Un breve acercamiento de la imago Dei en el ser humano

    Acercamiento histórico 

    Antes de comenzar a hablar de la imago Dei, es necesario entender qué se entiende por la palabra «imagen». En el hebreo, tselem viene de una raíz inusitada que significa «hacer sombra», de donde se derivan sus significados de «fantasma, parecido, figura, ídolo, imagen». En asirio, tsalmu significa «representación, estatua, imagen». En griego se traduce como eikon, que significa: «imagen», que incluye las ideas de «representación y manifestación».[1]

    ¿Y cómo se entendió en la historia esta imagen de Dios en el ser humano? Solo por mencionar a algunos pensadores, san Agustín de Hipona afirmó que la imagen de Dios se halla en todo ser humano. Ella está impresa en el alma humana, aunque de forma distorsionada por causa del pecado. La imagen de Dios se restaura por Cristo en el Nuevo Testamento.[2] Esta imagen que ha sido restaurada en Cristo proporciona al hombre una modificación de conocimiento acerca de Dios. Provee una transformación de mente con la finalidad de imitar el linaje de donde proviene el hombre y, de esta forma, discernir la voluntad de Dios, lo bueno, agradable y perfecto para poder juzgar todas las cosas.[3] El ser humano ha sido creado con la imagen de Dios, no según su forma corpórea, sino por su alma racional.[4]

    Para Anselmo de Canterbury la imagen de Dios indica totalmente la racionalidad del humano. Debido al pecado está oscurecida y limitada y, por lo tanto, no puede cumplir aquello para lo que ha sido diseñada. Para Anselmo, la racionalidad y la voluntad del hombre es la imagen de Dios en el propio humano.[5] Por otro lado, para Tomás de Aquino la imagen de Dios que se representa en el humano es totalmente imperfecta, ya que el texto indica «a imagen de Dios», en donde la preposición «a» indica la posibilidad de que exista esto entre cosas distantes. La perfecta imagen de Dios es la que cumple a cabalidad las condiciones esenciales, es decir, su Hijo, ya que él es imagen y no a imagen. Por lo tanto, el humano es imagen por la semejanza y por la imperfección de la semejanza es a imagen.[6] Para Aquino solo las criaturas que son intelectuales son hechas a imagen de Dios. Esta imagen es una aptitud natural para conocer y amar a Dios. El ser humano logra esto a través de la vía de la imagen que posee de Dios, lo cual resulta de la semejanza de la gloria.[7]

    Para Martín Lutero toda la imagen de Dios estaba en el hombre antes de la caída. Aunque después del pecado la imagen tuvo una malformación, esta no se perdió en su totalidad. El Reformador indica que la condición natural del hombre es una condición débil, de indignación divina y de un mísero estado.[8] Juan Calvino, por otro lado, rechaza la idea dualista escolástica de la imagen de Dios. Él indica que la imagen de Dios permanece aún después de la caída, y que su lugar propio es el alma. También afirmó que el término «imagen» está fusionado con el término «semejanza», lo cual da a entender que el humano sería una representación de Dios, es decir, una imagen que imprimiría sus semejanzas en ella. Sin embargo, ya que se corrompió y sufrió un quiebre en Adán, la restauración de esta imagen se realiza mediante la salvación que el humano tiene en Cristo.[9]

    Acercamiento bíblico y teológico 

    En el pasaje de Génesis 1:26 se menciona literalmente la imago Dei en la humanidad y la semejanza que tendrá el ser humano con Dios. En relación a esto, Pikaza adjunta algunos significados:

    1. El hombre es a imagen de Dios porque habla, colaborando así en la creación […]. Dios crea a través de la palabra […], el hombre ha de crear de igual manera. 2. Es imagen de Dios porque sabe mirar como mira Dios, descubriendo que las cosas eran y son buenas. 3. Es imagen de Dios porque domina: Dios preside de su palabra y su mirada sobre todo lo que existe […]. El hombre preside sobre los sobrevivientes de su entorno […]. 4. Es imagen de Dios porque puede descansar, participando así del sábado divino […]. Sólo el hombre sabe y puede guardar el sábado, imitando así a Dios […]. 5. Es imagen de Dios porque forma parte de una creación gratuita, siendo así gracia. El hombre es imagen de Dios porque es un ser de presencia responsable y arriesgada, gozosa y fuerte, con quien Dios mismo se implica.[10]

    «El hombre es, por tanto, la criatura que mejor representa, en su grado más alto, al Dios creador».[11] El ser humano es el único al que se le confiere el estatus de ser creado a imagen de Dios, porque ni los ángeles, ni los animales son creados a esta imagen.[12] Esto significa, entonces, que esta imagen y semejanza de Dios «es una cualidad natural propia y, por tanto, indeleble de la esencia humana. Dado que el mundo está ordenado al hombre, éste debe entenderse así mismo como centro y fin de la creación».[13]

    Cabe destacar que en esta creación existe igualdad ante Dios entre el hombre y la mujer, porque tanto uno como el otro son hechos partícipes de la imagen y semejanza divina en el acto de la creación,[14] porque por «voluntad de Dios, el hombre no ha sido creado solitario, sino que ha sido llamado a decirse –tú– con el otro sexo».[15] Es necesario mencionar que esta imagen y semejanza a Dios en el Antiguo Testamento pasa a concebirse en el Nuevo Testamento de una manera cristológica y escatológica. Esto significa que en la condición terrenal el ser humano lleva la imagen de Adán, pero en Cristo se obtendrá de forma escatológica, porque llevará la imagen de un ser humano celeste debido a que Cristo resucitó.[16] Por tal razón, según David Atkinson, para poder «contemplar claramente la imagen de Dios, debemos mirar a Jesucristo. Lo que vemos los unos en los otros es un reflejo poco claro, porque nuestra relación con Dios dista mucho de ser perfecta».[17] Para finalizar, es menester citar a Wolfhart Pannenberg para concluir con estas bellas palabras:

    La imagen de Dios no se realizó plenamente desde los comienzos en la historia de la humanidad. Su plasmación se halla todavía en proceso. Y esto no sólo afecta la semejanza, sino, con ella, también a la misma imagen. Pero, puesto que la semejanza es indispensable en una imagen, la creación del hombre a imagen de Dios ha de hallarse implícitamente referida a una plena configuración de la semejanza con la imagen. Su plena realización es el destino del hombre que ha irrumpido ya históricamente con Jesucristo y en el que han de participar los demás hombres por su transformación en la imagen de Cristo.[18]

    Conclusiones

    El hombre y la mujer han sido creados a imagen y semejanza de Dios. Esto implica, según lo que hemos visto, que somos la representación más alta de Creador, tenemos un estatus especial, participamos de la sabiduría y la justicia de Dios y somos gobernantes y representantes de Dios en la creación. Sin embargo, cabe aclarar, esta imagen y semejanza no puede ni es idéntica por los matices conceptuales y las preposiciones «a» y «según». Tenemos un parentesco con relación a la naturaleza divina.

    Debido a Adán y a Eva, la caída tuvo y sigue teniendo repercusiones fuertes en el ser humano y la creación. Pero este hecho no quita que el ser humano ha sido creado a imagen y semejanza del Creador. Aunque distorsionada, los hombres y mujeres, a pesar de la caída, siguen mostrando la imagen de Dios con la que fueron creados.

    Por lo tanto, ¿puede el ser humano llegar a controlar sus emociones por ser imagen y semejanza de Dios? «Numerosas pruebas anatómicas y fisiológicas demuestran que pensar y sentir, es decir, el cerebro racional y emocional, forman una unidad inseparable».[19] Con este acercamiento y con los fundamentos que hemos presentado, se puede comprender, entonces, que la capacidad de razonar, de pensar de la imago Dei que posee el ser humano, lo faculta para tener la aptitud de controlar sus emociones, usando la razón y todo lo que la imago Dei le proporciona. Para este fin, Grün indica lo siguiente:

    Ver las emociones como fuente de vitalidad de la persona y de la propia actividad. Solo con un análisis y una comprensión cuidadosa se pueden clarificar y transformar. Y para transformarlas es importante manifestarlas a otro, bien presentándolas en la oración a Dios, bien abriendo nuestras vivencias en diálogo con otra persona.[20]

    Es necesario entender que «las emociones no son sólo el combustible que impulsa el mecanismo psicológico de una criatura racional, son parte, una parte considerablemente compleja y confusa, del propio raciocinio de esa criatura».[21]


    [1] “Imagen de Dios”, Gran diccionario enciclopédico de la Biblia, ed. Alfonso Ropero (Barcelona: CLIE, 2013), 1224.

    [2] P. E. López, Tratados sobre la gracia, en tomo VI de Obras de san Agustín (Madrid: La Editorial Católica, 1949), 769.

    [3] Agustín de Hipona, Confesiones de san Agustín (Madrid: Apostolado de la Prensa, 1951), 382-383.

    [4] L. Arias, Tratado sobre la santísima Trinidad, en tomo V de Obras de san Agustín (Madrid: La Editorial Católica, 1956), 671-673.

    [5] Hubert, El enigma del hombre según Anselmo de Canterbury: Teología y vida, 109.

    [6] Barbado Viejo, Tratado del hombre, en tomo III de Suma teológica de santo Tomas de Aquino (Madrid: La Editorial Católica, 1959), 567-569.

    [7] Ibíd., 575.

    [8] Martín Lutero, La voluntad determinada, en tomo IV de Obras de Martín Lutero  (Buenos Aires: Paidós, 1976), 254-255.

    [9] Juan Calvino, Institución de la religión cristiana: cómo era el hombre al ser creado. Las facultades del alma, la imagen de Dios, el libre albedrío y la primera integridad de la naturaleza, https: //cristianohoy.files.wordpress.com/2009/04/calvino-institucion-de-la-religioncristiana- seleccion-de-capitulos.pdf

    [10] X. Pikaza, Antropología bíblica: Tiempos de gracia (Salamanca: Sígueme, 2006), 37.

    [11] M. A. Tábet, Introducción al Antiguo Testamento, Pentateuco y libros históricos (Madrid: Palabra, 2008), 98.

    [12] D. Atkinson, Comentario Antiguo Testamento: Génesis 1-11 (Barcelona: Andamio, 2010), 54.

    [13] G. L. Müller, Dogmática: Teoría y práctica de la teología (España: Herder, 2009), 112.

    [14] Tábet, Introducción, 98.

    [15] G. von Rad, El libro del Génesis (Salamanca:Sígueme, 1977), 70.

    [16] L. F. Ladaria, Introducción a la antropología teológica (España: Verbo Divino, 1996), 63.

    [17] Atkinson, Comentario Antiguo Testamento, 53.

    [18] W. Pannenberg, Teología sistemática (Madrid: Universidad Pontificia Comillas, 1996), 2:235.

    [19] Märtin y Boeck, Qué es inteligencia emocional: Cómo lograr que las emociones determinen nuestro triunfo en todos los ámbitos de la vida (Madrid: Edaf, 2001), 35.

    [20] A. Grün, La escuela de las emociones (España: Sal Terrae, 2014), 13.

    [21] M. C. Nussbaum, Paisajes del pensamiento: La inteligencia de las emociones (Madrid: Paidós, 2008), 23.

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