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Sobre el aborto

Sobre el aborto, parte 1*

Escribí esto en 1989, en mi libro El humanismo del futuro. Ahora ha quedado del pasado…

Con el término «aborto» nos estamos refiriendo, en este contexto, a la expulsión voluntaria de un feto no maduro. Ello es distinto, pues, de la expulsión involuntaria de un feto no maduro (esto es, antes del séptimo mes completo) y de la expulsión provocada, con fines médicos, de un feto ya maduro, lo cual es aceleración del parto. 

Nuestra tesis es la siguiente: el aborto, en el sentido referido, es un asesinato, dado que el ser humano es tal desde el primer momento de la concepción. Por ello, este delito cae totalmente dentro de aquello que la ley humana debe prohibir, dado que es una grave violación del derecho a la vida.

Como puede observarse, la clave para demostrar que el aborto es un asesinato consiste en la demostración de la siguiente premisa: el ser humano es tal desde el primer momento de la concepción. Para ello utilizaremos dos vías: la primera será científico-positiva, utilizando los actuales conocimientos biológicos [, y la segunda abordará la cuestión filosófica].

Vía científico-positiva

En primer lugar, la teoría genética actual nos dice que en el huevo fertilizado o cigoto se encuentra un código genético que permite diferenciar a un individuo de otro. Ese código está presente desde el momento de fusión entre las informaciones genéticas del óvulo y el espermatozoide. Luego, desde el primer momento de la unión entre el gameto femenino y el masculino está presente un individuo específicamente distinto de otro individuo. Consecuencia adicional de esto es que no hay posibilidad de confusión biológica entre el cuerpo del nuevo ser y el cuerpo de la madre que lo está gestando, cuyo código genético es otro. No puede decirse, pues, que el huevo fecundado es «parte del cuerpo de la madre» o expresiones por el estilo. También se infiere de lo anterior que el individuo es genéticamente el mismo desde su primer instante de vida hasta su muerte. Las diferencias son las diversas etapas de desarrollo de los caracteres contenidos en su genotipo.

Si se intentara rebatir lo anterior diciendo que en un tumor la carga y estructura cromosómica es distinta, lo cual sería un caso similar al crecimiento de un embrión, ello es falso. En el caso de un tumor canceroso, se trata de una división celular desordenada a partir de una o varias células diploides (esto es, con el total de cromosomas de la especie); mientras que en el caso del embrión, se trata de una división celular ordenada fruto de la unión de dos células haploides (esto es, que contienen la mitad de cromosomas de la especie). Esto constituye una esencial diferencia. 

Para estar en presencia de esta individualidad genética no es necesario, pues, que el embrión sea «viable», o que se instale en el útero materno, etc. Dichas cuestiones son accidentales a la individualidad genética del huevo fecundado. 

Ahora bien, la epistemología contemporánea, sobre todo a través de Popper y Lakatos, ha establecido muy claramente que, en las ciencias positivas, la certeza total es imposible, y lo máximo que podemos alcanzar son conjeturas corroboradas hasta el momento o, en lenguaje lakatosiano, núcleos centrales de un programa de investigación progresivo. Hasta ahora, el programa de investigación de la genética actual es progresivo.[1] Esto implica que estamos diciendo todo esto según el estado actual de la ciencia. Por eso debemos ir hacia nuestra segunda vía, menos sometida a la contingencia de las ciencias positivas, que es la vía filosófica.[2]

Vía filosófica

Filosóficamente, debemos distinguir entre una sustancia individual y las potencialidades propias que emergen de esa sustancia.[3] Por ejemplo, un niño de dos meses tiene la potencia de caminar, aunque todavía no la ha desarrollado. Actualizará su potencia al respecto cuando camine. De este modo, conocemos la esencia de una sustancia a través del despliegue y actualización de sus potencialidades específicas. Así, distinguimos una persona humana de lo no humano por sus capacidades típicamente espirituales, como el amar y el conocer, de donde surgen facultades como el habla, el aprendizaje, etc. Cabe destacar que dichas potencialidades son propias del ser humano, pero no son el ser humano; el ser humano es la sustancia individual de donde emergen dichas potencialidades. Todos saben que el recién nacido es un ser humano, aunque todavía no sea capaz de demostrar el teorema de Pitágoras. Esto es: el ser humano es tal, aunque sus potencialidades propias todavía no hayan comenzado a desplegarse y a actualizarse de manera visible. Por lo tanto, las diversas fases del desarrollo de una persona son fases que se encuentran en un nivel accidental, pero no afectan la esencia de la persona que se está desarrollando. Esto es, precisamente, lo que fundamenta todo nuestro respeto a la dignidad de la persona y a la igualdad esencial de los hombres, que debe ser respetada ante la ley, más allá de sus diferencias accidentales.

La persona es esencialmente persona siempre, en todas las fases de su desarrollo. Por lo tanto, su derecho a la vida, que surge de su misma condición de persona, no es afectado por las diversas fases del desarrollo de la persona. No podemos decir que no es una persona aquello que se está desarrollando para actuar como tal. El embrión humano es una persona, aunque todavía no actúe visiblemente como tal (y decimos «visiblemente» atentos a todas las posibles manifestaciones de psiquismo intrauterino). Es decir, si este no fuera una persona, no podría, en el futuro, desarrollarse como tal. Si algo se desarrolla como mosquito, es porque es un mosquito, dado que todo se desarrolla y se despliega según lo que es. Nada se desarrolla a partir de la nada, sino a partir de una realidad ya especificada. Confundir la esencia del ser humano con la manifestación visible de sus potencialidades propias es un grave error; ello justificaría decir que no es una persona quien ha sufrido una lesión irreparable en su lóbulo frontal. El embrión humano es persona desde el primer instante de su crecimiento y desarrollo, esto es, desde el primer instante de la concepción. Que se encuentre dentro de otro cuerpo o que su tamaño sea ínfimo, son todas cuestiones accidentales que no afectan su esencia como persona, la cual debe ser, consiguientemente, respetada desde ese primer momento.

Conclusión

Dado que nada justifica quitar directamente la vida a una persona inocente, el derecho a la vida es inviolable desde el primer momento de la concepción. El fin no justifica los medios (esto es: ninguna conducta contradictoria con el fin último de la vida humana se justifica porque sea idónea para llegar a otro fin); por ende, aunque el fin sea bueno, ese medio (la eliminación directa de la vida de una persona inocente) jamás está justificado.

¿Qué ocurre si el problema no es que se afirme que el embrión no es un ser humano, sino que se dude sobre su real naturaleza?, alguien puede decir. En ese caso, tampoco está justificado quitarle la vida al embrión. Desde el punto de vista ético, la duda sobre si algo es o no una persona lo único que justifica, precisamente, es abstenerse de hacer algo que pueda perjudicar al posible ser humano. Si alguien está cazando y duda sobre si lo que se mueve es un animal o un hombre, debe abstenerse de disparar, obviamente. Lo único que coherentemente justificaría la eliminación directa del embrión es la certeza total de que no es una persona, la cual es una premisa absolutamente falsa, por los motivos vistos.


* Artículo publicado con permiso del autor y dividido en dos partes. Apareció por primera vez en el blog personal del autor el 20-03-2018 y fue republicado en su libro La ideología de género contra las libertades individuales: Hacia la desaparición de la libertad de expresión, de religión y de enseñanza en Occidente (Buenos Aires: Instituto Acton, 2018). 

[1] Véase nuestra monografía predoctoral Epistemología contemporánea y filosofía cristiana, presentada en la Universidad Católica Argentina, Facultad de Filosofía y Letras, en septiembre de 1988.

[2] Dada la importancia que a lo largo de estos años ha adquirido, para nosotros, la epistemología que va desde Popper a Feyerabend, enfatizamos más que nunca que las conjeturas científicas nunca pueden ser la base de las certezas morales en las que se fundamente la defensa de la condición de persona del embrión humano.

[3] Véase Ángel González Álvarez, Tratado de metafísica: Ontología, 2a. ed. (Madrid: Gredos, 1979).

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