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“Caminante, no hay camino, se hace al caminar”

En tales términos se nos anticipó Antonio Machado a nuestros afanes comunes por mejorar. Y así se lo retransmito a los amigos que tenemos en común a José Antonio Kast en nuestra hermana República de Chile.

Es un mensaje tan estético como enriquecedor, tan oportuno como casi eterno y, sobre todo, tan veraz como alentador…

En las elecciones generales, en Chile, José Antonio Kast se situó en primer lugar entre los candidatos para la presidencia de ese esforzado pueblo, de tantos candidatos sin carácter.

En otra época les hubiera recordado a mis entrañables amigos de por allá su aproximado equivalente en inglés: “Where there is a will, there is a way”.

Pues Kast podría simbolizar para las Américas lo que aquella constelación de estrellas democristianas también significó en sus días en la Europa de la última terrible posguerra mundial.

Me refiero, pues, a que percibo a Kast, desde Guatemala y en cuanto un cubano exiliado, emerger con pasos de gigantes para toda nuestra América de hoy como un equivalente a aquella generación de lúcidos y corajudos estadistas europeos que, en un momento respectivamente análogo, reconstruyeron la Europa hecha pedazos y de lo que fui testigo presencial.

Para mí lo más consolador, después de ello lo más reciente, es que Chile ahora podría estar a punto de recuperar esos índices más positivos del progreso en nuestra América de cuño celtíbero (o también de Inca, o de Maya o de Azteca según las preferencias de algunos de mis continentales compatriotas y a la que nos abriera las puertas Cristóbal Colón en 1492).  

Porque hasta ahora, y casi universalmente, todos hemos vivido unos treinta años de diversos embates de un socialismo relativamente tímido y aguado. Salvo por los infelices ciudadanos de Cuba, Venezuela, Nicaragua y también de aquellos otros que nos son más remotos en la China más roja, en la Rusia Blanca o en la Corea del Norte. Allí donde los embustes de ese otro socialismo han sido más aniquiladores y, por lo tanto, apropiadamente más despóticos.

Una singular presidencia en Chile es ese mismo José Antonio Kast, brillante, corajudo y exquisitamente educado en la Universidad Pontificia de Chile, y al estilo, por cierto, de aquellos famosos “Chicago Boys” de los años setenta que hicieron de Chile el referente universal de todos los amantes de la libertad de mercado.

Y todo ello asimismo me calma, pues es un hombre, símbolo de un posible futuro mejor para todos, dado que siempre se ha mantenido respetuoso del Estado de Derecho y al mismo tiempo no menos fiel a su fe católica. Por ello me apresuro a precisar aquí, de aquel otro gigante moral que hoy recordamos como Juan Pablo II.  

Es decir, que en Kast han confluido las corrientes de pensamiento más fructíferas en torno a la seguridad jurídica de la propiedad, de la prosperidad económica de todos y de la paz mundial.

Kast reitera así el fenómeno de aquellos tantos prohombres y mujeres visionarios al finalizar la Segunda Guerra Mundial Todos sinceros cristianos demócratas, tales como: los franceses De Gaulle, Shuman y Monnet. O los británicos con Churchill, Thatcher y Blair. No menos que los pioneros alemanes del Wirschafts wunder (el “milagro económico”) con Adenauer, Erhard, Koch o hasta incluso esa nuestra contemporánea Angela Merkel. Al igual que los italianos por aquellos mismos años nos regalaron los ejemplos de aquel ramillete de rosas entre las que figuraron Alcides de Gásperi, Fanfani o el más tarde martirizado Aldo Moro.

Y todos ellos aupados al mismo tiempo desde Norteamérica por otra casi milagrosa generación de hombres de sentido común como Harry Truman, Dwight Eisenhower y Ronald Reagan.

Hoy he podido regodearme en la recuperación relampagueante de Corea del Sur, Singapur y hasta Japón, tan golpeado por la historia militar y por tantos sismos y maremotos.

Y ahora parece que nos empieza a llegar desde más al Sur nuestro turno, parecido en la historia universal, con nadie menos que con este otro chileno al frente que se dibuja como nuestra nueva estrella polar: José Antonio Kast.

Y ha habido para él en nuestra América precursores ocasionales como Álvaro Uribe o hasta Mario Vargas Llosa. Pero la fuerza de carácter de Kast la creo sin precedentes.

Y todo ello, lo reafirmo, según lo hubo de anticipar en 1992 el muy perspicaz Francis Fukuyama.   

Quizás alguno piense que al rememorar a tantas personalidades de la historia reciente, derramo por mi parte, demasiada tinta sobre sus respectivos aportes. Pero lo mismo sucedió con otros analistas muy respetados de la historia como Gladstone, Ortega o Toynbee, por mencionar algunos.

Y así en ese último debate televisado preelectoral desde Santiago de Chile entre los candidatos a la presidencia, todos se encarnizaron contra la persona de Kast. Detalle para mí muy común entre los mediocres cuando uno de ellos descuella sobre sus demás competidores.

Y aun algo muy parecido podría decirse de los medios de comunicación escritos o televisados, salvo en este caso particular el del muy prestigioso diario “El Mercurio” de Chile, enconados todos los demás unívocamente en su contra. Cosa a la que ya nos tienen acostumbrados tales medios de “expresión” desde que los mismos empezaran a caer como fichas de dominó uno tras otro en las manos de los nuevos multimillonarios emergidos de la revolución tecnológica contemporánea de San Francisco o de Nueva York.

Siempre he procurado estar atento a los vaivenes más profundos de la actualidad, y por cierto la mayoría de las veces me han deprimido. Pero en otras escasas ocasiones me han alentado y me han devuelto la fe en nuestra común humanidad como ahora.

Que Dios nos ayude a aprender de la historia de este Chile heroico, pues recuerden que según Jorge Santayana “quien no haya aprendido de los errores del pasado está condenado a repetirlo.

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