
“Decidir” Entraña carácter
La formación del carácter debería constituir el objetivo último de todo proceso educativo, o sea, de nuestra preparación para cada uno de los múltiples desafíos a los que inevitablemente nos enfrentaremos.
La formación del carácter debería constituir el objetivo último de todo proceso educativo, o sea, de nuestra preparación para cada uno de los múltiples desafíos a los que inevitablemente nos enfrentaremos.
En los Estados Unidos de América, dentro del marco de un desplome generalizado de la vida en familias nucleares…el cansancio se evidencia en la fe religiosa de muchos hoy y de la desorientación cada vez más generalizada sobre nuestras respectivas identidades sexuales que tantos ahora pretenden sublimar bajo los términos embusteros del “orgullo gay”.
Siempre he procurado estar atento a los vaivenes más profundos de la actualidad, y por cierto la mayoría de las veces me han deprimido. Pero en otras escasas ocasiones me han alentado y me han devuelto la fe en nuestra común humanidad como ahora.
Pero lo peor nos sobreviene cuando basados exclusivamente en tales corrientes muy probablemente falseadoras de la verdad juzgamos, condenamos y hasta a veces absorbemos o justificamos hechos y actitudes reprensibles de otros y aun de nosotros mismos.
Las redes sociales: Somos los testigos de una genuina revolución informática pero por primera vez de talla simultáneamente planetaria. Sin embargo, ¿por qué habríamos de preocuparnos tanto por esta preponderancia de las técnicas de la información tan súbitas e inesperadas, y desde hace tan solo medio siglo?.
Muchísimo más hondo, quedo a la espera de un retorno mundial a la fe en Dios, esto es, a un absoluto desde el cual podamos medir lo relativo de nuestra moral y de nuestras decisiones. Pero ¿cuál Dios? ¿El que nos habla cada día muy en silencio? ¿O el muy estruendoso con cada tragedia global? Yo siempre me regreso al mismo con el que desde niño mis padres me familiarizaron: ese Dios absoluto del perdón, de la verdad, del amor, de la justicia y el de ese que nos ha ofrecido un plan bien en concreto frente al triste mundo del pecado.
1984 de George Orwell es una novela de distopía cuya trama ocurre hipotéticamente en Oceanía, un país a su turno supuestamente sometido a un gobierno totalitario que mantiene bajo constante control a sus ciudadanos e, incluso, hasta en sus pensamientos más íntimo, para mantener un orden social nunca antes vivido.
Nos aguarda ahora una vez más otra pausa prolongada para restañar heridas del pasado o para llenar vacíos de nuestra sabiduría. Pero nada de esto nos deja espacio para que nos podamos relajar irresponsablemente, según aquella advertencia de Pablo de Tarso a los efesios: “Mirad, pues, con diligencia cómo andéis, no como necios sino como sabios, aprovechando bien el tiempo, porque de todas maneras se avecinan días malos”.
Lo que me entristece sobremanera es la forma cada vez más grotesca e intimidante con que un creciente número de homosexuales pretenden imponer sobre todo entre la niñez su aceptación pública como un estilo de vida perfectamente normal y tolerable…
Hoy me encuentro aturdido por el sesgo explícitamente homosexual por el que parece haber optado encima buena parte de la opinión pública en muchos rincones del mundo. Y así, un problema antaño eminentemente clínico y muy privado ha pasado a ser muy público y hasta motivo de orgullo para mentalidades que se dicen muy progresistas y con una mayor amplitud de criterios.