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… y el reto para los que nos mantenemos varoniles, parte 2

La homosexualidad no fue problema alguno para las sociedades paganas, incluidos aquellos tiempos que le fueron contemporáneos a Jesús de Nazaret. Aunque ya antes se habían proferido las primeras condenas morales y enérgicas entre los profetas del Israel de los tiempos babilónicos, o sea, desde al menos unos 1300 años antes de esta era que hoy nos es común de polo a polo. Por lo tanto, el rechazo a la homosexualidad fue excepcionalmente un gesto típicamente mosaico.

Historia bíblica

En Gn 19:5 se relata que cuando unos ángeles visitaron a Lot bajo figuras humanas masculinas los habitantes paganos de su entorno, en Sodoma, le manifestaron querer abusar sexualmente de ellos. Práctica, reitero, tolerada por el paganismo de aquellos tiempos.

Pero muchos siglos después, y ya en la inmediata postrimería de los tiempos de Pablo de Tarso, a finales de la década de los cincuenta del primer siglo según nuestra manera hodierna de contar el tiempo, ese apóstol lamentó que:

Pues sus mujeres invirtieron las relaciones naturales por otras contra la naturaleza; igualmente los hombres, abandonando el uso natural de la mujer, se abrasaron en deseos los unos por los otros, cometiendo la infamia de hombre con hombre, recibiendo en sí mismos el pago merecido de su extravío (Ro 1:26-27).

Por lo tanto, con toda claridad, para la Iglesia de Pablo la homosexualidad ya era una infamia, en contraste, repito, con el mundo pagano que la circundaba.

La primera gran diferencia que me permitiría observar aquí es la de aquellos tiempos calificados de paganos y los posteriores que hoy entendemos por cristianos. Así se evidencia que esa enérgica condena paulina de la homosexualidad, y tan en consonancia con el resto del mensaje evangélico que por lo tanto a su vez hemos asumido como parte integral del orden natural, de pronto nos ha resultado ahora una “injusticia” deliberada en contra de los derechos más elementales de todos los hombres y mujeres del entero planeta. Revolución instantánea de ciento ochenta grados en nuestra tabla axiológica y por voluntad de unos pocos.

Historia actual

Todo esto último podría considerase, a su turno, como un triunfo adicional de ese positivismo jurídico imperante en todos nuestros ámbitos a expensas de lo que por muchos siglos se había considerado el orden de lo común y de lo acostumbrado.

También me atrevería a reformular ese giro tan violento de estos días como otra victoria más del secularismo subvertor de todos los valores del monoteísmo, lo que calificó Federico Nietzsche como Die Umwertung Aller Werte, es decir, “la transvaluación de todos los valores”.

Esto puede parecer un comentario demasiado simplista a los ojos contemporáneos de quienes por estos días rutinariamente abogan en favor de la preeminencia exclusiva del derecho positivo sobre cualquier otro derecho, ya sea el natural o el consuetudinario.

O asimismo, desde otro ángulo meramente histórico, como el de un menosprecio total hacia aquel desplazamiento radical de las normas civiles y canónicas de sello cristiano ocurrido a partir de la imposición autoritaria del código civil napoleónico de 1804.

Y ahora, a propósito del homosexualismo, recogemos estas sus últimas reverberaciones.

Y por lo tanto, en nuestros días, aquel bíblico contraste radical entre los hombres y las mujeres tan opuesto a la homosexualidad se les hace a algunos cada vez más irritante, de tal manera que quienes hoy quisieran hacer desaparecer de una vez por todas el cristianismo se valen de esas protestas en favor de la homosexualidad como el último ariete para la supresión definitiva de la Fe en la persona de Cristo y de su mensaje.

Tal es la magnitud de este desafío al que repentinamente hoy nos enfrentamos.

Y así, por ejemplo, respecto a las elecciones presidenciales en los Estados Unidos del 3 de noviembre, en aquellos distritos electorales de predominancia demócrata tal como el de aquellos de San Francisco de California o Portland, Oregón, se oyen más proclamas en pro de los homosexuales que en esos otros del predominio de lo tradicionalmente judeocristiano como, por ejemplo, en Alabama o Arkansas.

También me permito recordar aquí que el detonante inicial para el polémico contraste de hoy en torno a la homosexualidad lo creo haber sido históricamente aquel tan resonante caso del gran escritor irlandés radicado en Londres, Oscar Wilde, allá por las postrimerías del siglo XIX.

El autor del celebérrimo Retrato de Dorian Grey hubo de encaminarse hacia el exilio francés tras cumplir dos años en prisión por la práctica, según rezaba su condena judicial, de la sodomía, y que hubo de poner un definitivo paro a su hasta ese momento muy excepcionalmente exitosa carrera literaria.

Con la excepción de una misiva privada a su entonces amante Alfred Douglas y que él intituló elegantemente De Profundis, casi inmediatamente anterior a su muerte en 1900.

Por cierto, ese bello Salmo traducido al latín en favor piadoso de los moribundos, era para aquel entonces parte obligada de las exequias entre los cristianos, tanto los católicos como los anglicanos. Y por esa razón me permito reproducirlo aquí según la traducción al castellano de la Biblia de Jerusalén:

Desde lo más profundos grito a ti, Yahveh:

¡Señor, escucha mi clamor!

¡Estén atentos tus oídos a la voz de mis súplicas!

Si en cuenta tomas las culpas, oh Yahveh,

¿Quién, Señor, resistirá?

Mas el perdón se halla junto a ti, para que seas temido…

Sal 130

Un giro histórico

Tan solo después de la Segunda Guerra Mundial (1945), y en la consiguiente guerra fría entre el Occidente democrático y el bloque soviético, se suprimió la ley en Inglaterra según la cual los actos de sodomía habían sido declarados ajenos al derecho penal en 1967.

Desde entonces hemos sido testigos de una avalancha creciente de propaganda en favor de la homosexualidad, protagonizada por homosexuales militantes públicamente identificables como tales. Para mí lo más trascendente en este caso es el ataque implícito a la fe cristiana que por dos milenios había sentado el criterio moral en torno a la homosexualidad en el entero Occidente.

Incluso desde mi punto de vista, este también constituye hoy el desafío más peligroso para la práctica de la fe monoteísta.

Y encima, lo que me entristece sobremanera es la forma cada vez más grotesca e intimidante con que un creciente número de homosexuales pretenden imponer sobre todo entre la niñez su aceptación pública como un estilo de vida perfectamente normal y tolerable, pues en absoluto no lo es, aunque los dueños de los lucrativos medios de comunicación, tanto los escritos como los televisados, y la industria cinematográfica de Hollywood insistan con ligereza inaudita en todo lo contrario.

(Continuará)

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