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Hace un tiempo escuché a una persona contar una historia. Contaba que su padre había respondido a una pregunta compleja concerniente a un asunto profundo de familia, con una afirmación: “yo no seré como Lot”.
Esto me hizo reflexionar muchísimo a la luz de lo que la Palabra de Dios enseña en una historia muy interesante que relata la relación de Dios con Abraham.
Génesis 18 nos cuenta que tres hombres fueron a visitar a Abraham cuando este vivía en el encinar de Mamre. Durante esta visita inesperada y bañada de confianza, El Señor confirma y asegura que Abraham y Sara tendrían un hijo; el hijo de la promesa. Sin duda, lo que más captura mi atención es la relación tan cercana, cariñosa y vulnerable que Dios tiene con su amigo Abraham.
Después de haber comido y platicado e incluso bromeado, los tres hombres se levantaron para ir a cumplir la misión que tenían para ese momento (v 16). La Biblia relata que esta misión consistía en destruir las ciudades de Sodoma y Gomorra, ya que había subido hasta su presencia un clamor por el pecado que se practicaba en esas ciudades. Así que, dejando a un lado la posibilidad de que esta conversación fuera algún tipo de casualidad, Dios comparte esta misión a Abraham, conociendo su corazón como un genuino intercesor. Inmediatamente, Abraham reaccionó e intercedió delante de Dios por estas dos ciudades, apelando a la bondad y justicia de su buen Padre. Y, es en este punto exacto de la historia donde comienza ese baile de confianza, presentado como una negociación, que me hace meditar y reflexionar en lo que estaba sucediendo en la mente y en el corazón de Abraham. Unos versículos antes (v 19) Dios mismo hace una declaración en cuanto a la paternidad de Abraham que, de paso, debería ser el anhelo de todos aquellos que tenemos el privilegio de haber sido escogidos por Dios para criar y cuidar a su herencia, nuestros hijos.
“Porque yo sé que mandará a sus hijos y a su casa después de sí, que guarden el camino de Jehová, haciendo justicia y juicio, para que haga venir Jehová sobre Abraham lo que ha hablado acerca de él.”
Génesis 18:19 RVR1960
Debemos poner mucha atención a estas palabras, ya que es la misma razón por la que Abraham se atreve a interceder por Sodoma y Gomorra. Él tenía un sobrino llamado Lot, que vivía en la ciudad de Sodoma, y por lo que se nos relata en el Capítulo 19, él tenía una posición importante dentro de su comunidad ya que solo los hombres influyentes se sentaban a las puertas de las ciudades a discutir asuntos relevantes. Es así como Abraham, apelando a la responsabilidad y privilegio que tiene un padre responsable que ha conocido a Jehová como verdadero Dios, asume que Lot habría podido transmitir su fe a su familia y a una parte de su comunidad.
“Y se acercó Abraham y dijo: ¿Destruirás también al justo con el impío? Quizá haya cincuenta justos dentro de la ciudad: ¿destruirás también y no perdonarás al lugar por amor a los cincuenta justos que estén dentro de él? Lejos de ti el hacer tal, que hagas morir al justo con el impío, y que sea el justo tratado como el impío; nunca tal hagas. El Juez de toda la tierra, ¿no ha de hacer lo que es justo? Entonces respondió Jehová: Si hallare en Sodoma cincuenta justos dentro de la ciudad, perdonaré a todo este lugar por amor a ellos. Y Abraham replicó y dijo: He aquí ahora que he comenzado a hablar a mi Señor, aunque soy polvo y ceniza. Quizá faltarán de cincuenta justos cinco; ¿destruirás por aquellos cinco toda la ciudad? Y dijo: No la destruiré, si hallare allí cuarenta y cinco. Y volvió a hablarle, y dijo: Quizá se hallarán allí cuarenta. Y respondió: No lo haré por amor a los cuarenta. Y dijo: No se enoje ahora mi Señor, si hablare: quizá se hallarán allí treinta. Y respondió: No lo haré si hallare allí treinta. Y dijo: He aquí ahora que he emprendido el hablar a mi Señor: quizá se hallarán allí veinte. No la destruiré, respondió, por amor a los veinte. Y volvió a decir: No se enoje ahora mi Señor, si hablare solamente una vez: quizá se hallarán allí diez. No la destruiré, respondió, por amor a los diez. Y Jehová se fue, luego que acabó de hablar a Abraham; y Abraham volvió a su lugar.”
Génesis 18:23-33 RVR1960
Podemos descubrir la confianza y la relación de amistad que había entre Abraham y Dios, la que le permitió tener la osadía de negociar con Él por amor a su sobrino Lot y su familia. Pero es aquí donde el sentimiento comienza a cambiar, porque las cosas con Lot no eran como se esperaban. El número final de la negociación de Abraham con Jehová fue diez, y podría ser que este número tuviera un significado importante. Yo imagino que durante este estira y encoge entre Abraham y Jehová, la mente de Abraham estuvo haciendo números y cuentas en fracciones de segundo. Probablemente, hizo cálculos y se dio cuenta de que no podía tener la certeza de que hubiera un número alto de justos en la ciudad, pero pienso que cuando llegó a diez, se sintió confiado por una razón.
La Biblia nos narra que Lot tenía una esposa, dos hijas y dos yernos (que estaban comprometidos para casarse con ellas) (Cap. 19 v 14). Si hacemos la suma de los integrantes de la familia de Lot, notamos que eran 6 personas; creo firmemente que, Abraham asumió que Lot había guiado a su familia en el temor a Jehová y que esto garantizaba que había por lo menos 6 justos en la ciudad y que como mínimo, Lot había podido influir en la vida de algún criado o amigo dentro de su círculo más íntimo.
De ahí surge esta expresión tan fuerte y confrontativa a la que hacía referencia al principio: “Yo no seré como Lot”. Esta afirmación no tiene como fin hacer un juicio sobre este personaje, pero sí tiene la intención de hacernos reflexionar en cuanto al llamado, a la responsabilidad y al privilegio que tenemos como padres. ¿Escogeremos ser como Abraham o como Lot?
La influencia nos ha sido otorgada, pero el resultado de nuestra familia depende de lo que decidamos hacer con ella. Así que, hoy es el día en el que podemos comprometernos y decir “yo no seré como Lot” que desaprovechó la oportunidad de haber podido influenciar la vida de su familia, no solamente en esta tierra, sino en la eternidad. ¿Será posible que dejemos a los buenos deseos, o a la casualidad, el futuro de la vida espiritual de nuestros seres amados? ¿Será que estamos dispuestos a correr el riesgo de la eternidad de nuestro cónyuge e hijos?
Dios tiene y espera más de nosotros como sus escogidos, Él sabe que tenemos todo lo necesario en Él para poder cumplir con nuestro llamado de la mejor manera. Me emociona pensar que Dios mismo cree en nosotros y confía que hagamos lo que Él nos ha mandado a hacer. Debemos sabernos y sentirnos privilegiados. No despreciemos o menospreciemos este llamado que tenemos.
Yo no seré como Lot, sino que tomaré el ejemplo de Abraham en cuanto al cuidado y guianza de su familia.
Yo no seré como Lot, sino que mandaré a mi casa después de mí, para que guarden el camino de Jehová, haciendo justicia y juicio, para que Él haga venir sobre mí y mi familia lo que tiene preparado para nosotros.
Es necesario reconocer que no somos perfectos y que vamos a fallar muchas más veces de lo que deseamos imaginar, pero también es necesario reconocer que podemos trabajar intencionalmente para construir familias saludables, fundadas en La Roca, es decir, en Jesucristo. Familias que no tienen todo resuelto, pero que buscan con todo su corazón hacer la voluntad de Dios y agradarlo en todo lo que hacemos.
Este es un llamado, no a la culpabilidad, sino a la esperanza que encontramos en Dios. Seamos aquellos padres que hacemos la diferencia de manera simple, sencilla, pero activa. No tememos que saberlo todo, pero sí tenemos que poner en práctica lo que sabemos, y eso nos dará el deseo de seguir aprendiendo. Empecemos hoy, en este momento, tomando la decisión de comenzar una paternidad intencional con la ayuda de Dios y pidiéndole al Espíritu Santo la guianza para hacer aquello que debemos hacer, pero también para dejar de hacer aquellas cosas que no debemos hacer.
Maya Angelou dijo: “Haz lo mejor que puedas hasta que sepas hacerlo mejor. Cuando sepas hacerlo mejor, hazlo mejor”. Esto se trata de decisiones, no de deseos. Decidamos hoy juntos y digamos con todas nuestras fuerzas: “Yo no seré como Lot”.