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La soberanía de Dios
no debe ser una prisión

Los cristianos gozamos del derecho de poder llamar Padre a Dios y qué reconfortante es saber que Dios tiene el control de todas las cosas. No hay nada que se le escape. Sin embargo, a nosotros sí. Lo justo es que no vemos la realidad tal y como es; somos seres contingentes.

Las experiencias

Los cristianos hemos enfrentado los procesos de duelo, cambios y adversidades refugiándonos en este hecho: valemos más que mil pajarillos. Pero esto es una realidad que solemos ver fuera del proceso de duelo. En el momento de mayor dolor, nuestra experiencia humana es incapaz de relacionarse con nuestro conocimiento teológico. Y el problema de esto es que los creyentes seguimos cometiendo errores antropológicos en nuestra consejería. Es sabido que el versículo por excelencia para intentar alentar el corazón del débil es Romanos 8.28:

Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados[1].

No quiero minimizar la fuerza descomunal que este versículo irradia. Tampoco quiero dar a entender que la Biblia carece de poder para consolar el alma del débil. Lo que deseo enfatizar es la importancia de tener cuidado con la manera en que abordamos a aquellos con corazones contritos. Aunque es sabido de antemano que Dios tiene todas las cosas bajo control, afirmar esto ante una persona que está sufriendo puede a menudo causar más dolor que restauración. Ya sea una familia que está pasando por escasez, una persona que ha perdido a un ser querido o alguien que ha sufrido un trauma, nuestra respuesta debe estar impregnada de empatía en lugar de limitarse a una simple afirmación teológica.

La realidad es que cuando repetimos una y otra vez ciertos versículos para enfatizar la soberanía de Dios, muchas personas pueden sentirse aprisionadas por esta idea. Pueden sentir que lo que están experimentando es consecuencia de la voluntad de Dios y, dado que Él conoce todas las cosas, deben confiar en Él y dejarlo todo en sus manos. Si bien hay verdad en esto, las formulaciones simplistas se alejan tanto de la experiencia humana que pueden acabar siendo más perjudiciales que beneficiosas.

El conocimiento

Lo mismo ocurre en el ámbito de la apologética. A lo largo de los siglos, se han formulado innumerables argumentos que abordan intelectualmente el problema del dolor de manera brillante, pero que no logran satisfacer el alma. Alister McGrath comenta esto en su libro «Teología Práctica». Al analizar a C.S. Lewis, McGrath observa un cambio de paradigma en el autor británico cuando falleció su esposa Joy Gresham[2]. Poco después, cita a John Beversluis escribiendo sobre los cambios en Lewis:

Una pena en observación es un libro desgarrador no solo porque trata sobre el sufrimiento, la muerte y una fe que se tambalea, sino porque revela que Lewis redescubrió la fe pagando el alto precio de dejar sin respuesta (y asumir que no tenían respuesta) las mismas preguntas que él siempre había insistido que debían responderse, las mismas preguntas que habían tirado por tierra su fe anterior.[3]

La comunidad

Ante tal problema, uno puede hacerse la pregunta: «¿Y cómo puedo ayudar a las personas que están pasando por un momento de dolor?» Lo interesante es que la respuesta la proporciona el mismo Dios soberano. Si se hace una lectura simple de Juan 11, el capítulo en el que Jesús resucita a Lázaro, uno puede percatarse de que Jesús tenía todo bajo control. Jesús tenía las respuestas a las dudas de sus discípulos y al resentimiento de las hermanas de Lázaro. Sin embargo, Jesús lloró. Jesús no optó solo por una respuesta teológica, ni tampoco recurrió a su soberanía; se sumergió completamente en la experiencia humana. Dios también lloró.

Y eso es precisamente lo que la Biblia exhorta que hagamos.:

Gozaos con los que se gozan; llorad con los que lloran. Unánimes entre vosotros; no altivos, sino asociándoos con los humildes. No seáis sabios en vuestra propia opinión (Ro 12:15-16)

Jesús nos invita a llevar su liviana carga en lugar de sobrecargar a las personas cansadas con conceptos sin consuelo y empatía.

Conclusión

Sí, es cierto que Dios es soberano. Pero eso no significa que aplauda o apruebe todo. Él se duele con las situaciones injustas y llora profundamente con aquellos que no sienten su amor. La iglesia necesita encarnar el amor y consuelo de Jesús, en un mundo en el que todavía la gente sufre mucho. Como escribió el cantautor Santiago Benavides: Sin amor las manos, no ayudan a nadie.[4]

Por tanto, recordemos que nuestra misión como creyentes debe ir acompañada de amor y empatía; de lo contrario, solo seremos como un metal ruidoso o un címbalo que resuena en un mundo donde prevalece el ruido.


[1] Reina-Valera 1960 ® © Sociedades Bíblicas en América Latina, 1960. Renovado © Sociedades Bíblicas Unidas, 1988.

[2] Alister McGrath, Teología Práctica (Barcelona: Andamio, 2017), 81.

[3] Ibid, 82. John Beversluis, C.S. Lewis and the Search for Rational Religion (Grand Rapids, MI: Eerdmans, 1985), 150.

[4] Santiago Benavides, De nada me vale.

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