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Las emociones y la imagen de Dios en el ser humano, parte 1

    En esta nueva serie de artículos quisiera reflexionar sobre la relación que existe entre las emociones humanas y la imagen y semejanza de Dios. La comprensión de dicha relación nos ayudará a entender dos cosas: 1) la disfunción de las emociones como resultado de la caída del ser humano y 2) la unicidad que la imagen de Dios (imago Dei) proporciona al humano en el control de sus emociones.

    En este primer artículo veremos, a grandes rasgos, qué son, de dónde provienen y cuáles son las funciones de las emociones y cómo estas rigen al hombre.

    Las emociones en el ser humano

    «La palabra “emoción” proviene del verbo latino emovere, que significa “remover, revolver, conmover”. Nos ponen en movimiento interiormente y modelan no solo nuestra interioridad, sino también nuestra conducta y nuestra relación con el mundo y con otras personas».[1] La psicóloga Carmen Salvador dice sobre esto lo siguiente:

    La palabra emoción significa, desde el punto de vista etimológico, aquello que se pone en movimiento. En la palabra está incluido, también, el término “moción”, que tiene la misma raíz de la palabra “motor”. Puede decirse, con toda justicia, que las emociones nos ponen en movimiento, nos hacen actuar, en pocas palabras, que son las impulsoras de nuestros comportamientos.[2]

    Por otro lado, desde un acercamiento sociocultural podemos definir a las emociones como agitaciones o estados de ánimo producidos por ideas, recuerdos, apetitos, deseos, sentimientos, pasiones.[3]  También son:

    Impulsos irracionales, adaptaciones a los cambios externos o internos, consecuencias de ideas mantenidas, que se ejecutan en determinado momento, se representan en el teatro del cuerpo, mientras que los sentimientos lo hacen en el teatro de la mente, estados de ánimo que nos hacen reaccionar de manera pública y notoria, impresiones de los sentidos, ideas o recuerdos que preceden a los sentimientos y, por lo general, aunque no necesariamente, son la base de los mismos, reacciones diseñadas para ayudarnos a superar determinados cambios externos, pueden afectar a nuestra integridad.[4]

    Las emociones existen y residen dentro del ser humano, sean bien empleadas o no, y si ellas están presentes, deben desempeñarse con algún motivo o propósito. En este sentido, «las emociones son mecanismos que nos ayudan a reaccionar con rapidez ante acontecimientos inesperados; a tomar decisiones con prontitud y seguridad, y a comunicarnos de forma no verbal con otras personas».[5] Primordialmente, manifiestan los cambios que se originan, dan contestaciones a través de una lectura de primera impresión.[6] A través de estas «el cerebro emocional está en posición de hacer una rápida valoración de las situaciones inesperadas a partir de pocas y fragmentarias percepciones sensoriales».[7] «Las emociones y los sentimientos buscan superar los cambios detectados, e intentan  preservar nuestra integridad y facilitar nuestra adaptación al medio que nos rodea o que ha producido estos cambios».[8]  Según Grün, las funciones de estas son las siguientes:

    En la emoción nos percibimos a nosotros mismos: nos sentimos a nosotros y eso nos hace bien. Las emociones son siempre ambivalentes. Pueden avasallarnos y paralizarnos, o pueden estimularnos a emprender algo. Muchas veces no somos capaces de entenderlas rectamente. Tampoco son siempre claras e inequívocas.  La emoción tiende siempre a desinstalarme de lo que en ese momento ya existe. Tiende, bien a proporcionarme una nueva visión para que contemple la realidad con otros ojos, o bien a ponerme en movimiento para cambiar la situación, para crear condiciones distintas para mi vida o para la vida de mi prójimo.[9]

    Sin embargo, es importante entender esto otro:

    En pacientes cuyas zonas emocionales del cerebro han sido dañadas por accidentes o enfermedades han demostrado que la falta de la participación emocional en el enjuiciamiento de las situaciones lleva a decisiones incorrectas, y que la carencia de emociones puede socavar el sentido común de las personas.[10]

    Es imposible que el cerebro lleve a cabo muchas tareas emocionales cuando ha sido afectado por malformaciones, accidentes o enfermedades. Por lo tanto, es necesario realizar un acercamiento muy breve al lugar de origen de las emociones: el cerebro.

    Las respuestas que se dan precipitada e impulsivamanete es debido a las conexiones y sinapsis entre el cerebro emocional y el cortical. En este caso, el tálamo y la amígdala toman gran parte de este proceso. El tálamo es un filtro que actúa como integración de todos los estímulos sensoriales que se reciben por medio de los cinco sentidos, los cuales envía a la amígdala y al lóbulo frontal. La amígdala presenta conexiones con el hipocampo, lo cual da una unión entre la amígdala con el tálamo y la corteza frontal:[11]

    Los lóbulos prefrontales y frontales juegan un especial papel en la asimilación neocortical de las emociones. Como ejecutivo de nuestras emociones, asumen dos importantes tareas: en primer lugar, desarrollan planes de actuación concretos para situaciones emocionales. Mientras que la amígdala del sistema límbico, proporciona los primeros auxilios en situaciones emocionales extremas, el lóbulo prefrontal se ocupa de la delicada coordinación de nuestras emociones.[12]

    «La amígdala contacta también el hipotálamo y el septum. Estas conexiones permiten el llamado «atajo emocional», por el que es posible dar una respuesta emocional más rápida antes de que la información llegue al cerebro».[13] Es decir, «la amígdala es la especialista para los aspectos emocionales».[14] Si esta es dañada, sea por enfermedades, malformación cerebral o accidentes, evidentemente las emociones serán afectadas y, por ende, el resultado de su ejecución perjudicará el entorno social de esta persona.

    Si alguien no tiene este diagnóstico, es decir, si su cerebro no ha sufrido ninguno de los daños antes mencionados, entonces, es importante que comprenda que estas partes del cerebro son un fragmento esencial, porque es el lugar de donde provienen las emociones, componentes importantes en el ser humano. Dicho esto, es oportuno concluir con un elocuente pensamiento del filósofo Juan Loaiza:

    No son pocas las veces en las que nos topamos con ese aparentemente extraño fenómeno que son nuestras emociones. A menudo usamos expresiones como “las emociones no son racionales” o “esta persona es muy emocional, pero debería ser más racional”. Esto sugiere que las emociones, por un lado, están íntimamente ligadas a nuestras vidas y que hacen parte de nuestra cotidianidad, pero además, que ellas nos evocan preguntas que no parecen fáciles de responder y que incluso a veces pensaríamos que están por fuera del alcance de la razón.[15]


    [1] A. Grün, La escuela de las emociones (España: Sal Terrae, 2014), 9.

    [2] C. Salvador Ferrer, Análisis transcultural de la inteligencia emocional (Almería: Universidad de Almería, 2010), 13.

    [3] M. Pallarés, Emociones y sentimientos: Dónde se forman y cómo se transforman (Barcelona: Marge Books, 2010), 71.

    [4] Ibíd., 71-72.

    [5] D. Märtin y K. Boeck, Qué es inteligencia emocional: Cómo lograr que las emociones determinen nuestro triunfo en todos los ámbitos de la vida (Madrid: Edaf, 2001), 36.

    [6] Pallarés, Emociones y sentimientos, 77.

    [7] Märtin y Boeck, Qué es inteligencia emocional, 37.

    [8] Pallarés, Emociones y sentimientos, 77.

    [9] Grün, La escuela de las emociones, 12-13.

    [10] Märtin y Boeck, Qué es inteligencia emocional, 36.

    [11] Pallarés, Emociones y sentimientos, 78.

    [12] Märtin y Boeck, Qué es inteligencia emocional, 44.

    [13] Pallarés, Emociones y sentimientos, 78.

    [14] Märtin y Boeck, Qué es inteligencia emocional, 42.

    [15] J. Loaiza Arias, La naturalización de las emociones: Anotaciones a partir de Wittgenstein (Bogotá: Universidad del Rosario, 2016).

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