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505: El eterno retorno de la Reforma

Bajo el cielo alemán un joven monje tuvo el coraje de exponer libremente su interpretación contra la iglesia institucionalizada de la edad media. Esa fuerza supuso una actitud crítica desde y frente a la iglesia, a saber: la posibilidad de transgredir y crear. La reforma protestante es el eterno retorno de los espíritus libres, de los herejes por la causa de la verdad, de la fe ante la razón, de la Palabra contra las interpretaciones y del hombre ante Dios.

La paradoja

En la edad media las ideas se habían establecido bajo la sola razón de Aristóteles. Pero en medio de ese ambiente se recordaba, paradójicamente, la posibilidad de una “razón dada” que nace de la fe en Cristo. Esta razón dicta que es posible conocer a Dios, aunque no sea posible “comprenderlo”.

La iglesia, encargada de la transmisión del evangelio, descubrió que era posible “usar” las Sagradas Escrituras para fines propios. La proximidad de los sacerdotes al conocimiento bíblico les alejó, cada vez más, de la Verdad del evangelio. Sin darse cuenta los religiosos de la época se habían desecho de un saber, desinventando a Dios, creando respuestas falsamente tranquilizadoras, renunciando a la inteligencia de la fe.

El valor de la verdad, de las personas, de la fe y de Dios, se organizó y se construyó bajo la voluntad del poder. “Poseer la verdad es matar la verdad”, matar a un hombre no es defender una doctrina es matar a un hombre.[1] Imponer una fe sin inteligencia es perpetuar el idiotismo y hablar en nombre de Dios es estar cada vez más cerca de los ídolos. No será así entre ustedes (Mt 20:26).

Los herejes

Nicolás Copérnico, Erasmo de Roterdam, Martin Lutero; luego, Giordano Bruno, Galileo Galilei y Karl Barth, por ejemplo, son los herejes de la historia. No acceden a una idea sin violentar las actuales. La de los herejes es la obra de la libertad, un hereje es un hombre que decidió pensar libremente. El elogio de la locura es ya el elogio de la libertad, ellos recuerdan que “las teorías no se refutan únicamente en el plano teórico, sino, implican otras tantas prácticas que han de ser refutadas también de manera práctica”.[2]

El acto de Lutero, leído por sus contemporáneos, es una locura, una actitud contra Dios y la iglesia. Pero el loco, ciertamente, no pretende él mismo ser el representante de una nueva verdad, sino la de proponer contra la sabiduría otro paradigma a partir del cual pensar el presente: la fe, la gracia, las Escrituras, Cristo y la gloria de Dios.

La aventura del hereje es una convicción que se pone al servicio de la Verdad, visitado por un orden distinto que la razón. Cuando Lutero o cualquier libre pensador no sigue los pasos que marcan sus compañeros, ¿No será porque está escuchando los sonidos de otra marcha?[3] Cuando “Dios viene a la idea” (Kant), hablamos, incluso contra la idea que se tenga de Dios y presentar una que nos lleve a Él, siempre hacia Él.

La revolución

Siguiendo el ejemplo del mensaje dado a los atenienses, Lutero no solo expuso la necesidad de las reformas de la iglesia y su práctica: las indulgencias, la jerarquía, las penitencias, el papado, etc. La revolución incluye las propuestas vitales donde las Escrituras toman partida como criterio teológico; la salvación es solo por gracia a través de la fe y la libertad de conciencia como el eterno retorno ante cualquier autoridad eclesial. “La iglesia debe ser una comunidad de libertades, liberados para la vida plena, buena conciencia, confianza en Dios y la obediencia al amor y al servicio”.[4]

Las enseñanzas de Lutero fueron como presagio, supusieron muchas ideas revolucionarias a partir de las ideas teológicas:

Puesto que la salvación es el libre don de la gracia de Dios y no el resultado de    sacramentos, rezos y ascetismo… Todas las condiciones de la vida, todas las vocaciones, son iguales antes los ojos del Señor. La vida del hermano laico no es menos valiosa que la del sacerdote; de hecho, en cierto sentido es superior. El trabajo del artesano es más útil que la indolencia del monje que se lava las manos de toda responsabilidad mundana. Para averiguar si se pertenece al grupo de los   redimidos, se debe seguir la propia vocación con diligencia y esmero. La mejor forma en que uno puede demostrar su amor a Dios es servir a su propio vecino.[5]

El legado espiritual fue el acceso libre a las Escrituras y el sacerdocio de todo creyente: hombres, cuyos nombres resuenan en nuestra historia, y mujeres como Margarita de Angulema, Isabel de Albert, Carlota de Laval, Juana de Albert, Carlota Arbaleste, Catalina de Parthenay y Claudia de Chastel, que continuaron el espíritu de la reforma en múltiples campos del saber cristiano.[6] El legado también fue cultural, una visión bíblica sobre el trabajo, los bienes materiales, la educación, los servicios públicos, la ciencia, etc., todos presentes en las obras de Lutero.

Conclusión

La posibilidad de la transgresión, gracias a la libertad, implica también la posibilidad de la creación. El gesto de Lutero se presenta pues como la constante, a partir de las múltiples transgresiones en las múltiples áreas de este mundo. Con Lutero la fe cristiana plantea constantes dificultades a la inteligencia de los creyentes. Mientras muchos cristianos separan el plano de la salvación y el de la acción humana, viven en un mundo y piensan en otro. Otros como Lutero consideran que el conocimiento también es una revolución del amor donde el cristianismo contiene una fuerza creadora inagotable, sin realizar una revuelta contra Dios como pensaba el humanismo.

La pregunta es ¿tenemos el coraje de transgredir y de denunciar? ¿Tenemos también el coraje de crear? El eterno retorno es “¿más de lo mismo?” o ¿es creador como el gesto del joven monje? Tengamos, pues, la confianza y la audacia en nosotros y en nuestros propios recursos, permanezcamos críticos ante las ideas y estemos listos cuando Dios venga a nuestra idea, para su gloria.


[1] Nuccio Ordine, La utilidad de lo inútil, Manifiesto (Barcelona: Acantilado, 2013), 125, 128.

[2] Jean-Yves Lacoste, Experiencia y Absoluto (Salamanca: Sígueme, 2010), 234.

[3] Adolphe Gesché, La teología (Salamanca: Sígueme, 2017), 23.

[4] Guillermo W. Méndez, La reforma: 500 años después (Guatemala: Servi Prensa, 2017), 241-247

[5] Louis Rougier, El genio de occidente (Madrid: Unión, 2005), 139.

[6] Se menciona a las mujeres a propósito, por el sesgo en la historia. César Vidal, El legado de la reforma: Una herencia para el futuro (Tyler: Jucum, 2016), 334-336.

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