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María: La apertura al nuevo nacimiento

La historia de la navidad es el nacimiento de Dios en este mundo. Esta imposibilidad posible acontece bajo la revelación divina del ángel Gabriel, enviado por Dios, y en la apertura que nace de la condición humana de la joven María. El nacimiento del Emmanuel sucede en la doble vertiente, la revelación de Dios y la condición humana de una joven. María es un ejemplo de que, para esta navidad, la apertura humana es una respuesta a la llamada divina de Dios. A saber, que todo hombre tiene la condición de escuchar y corresponder a Dios y nacer de nuevo.

Las buenas nuevas

El relato de Lucas presenta el anuncio de dos nacimientos, el primero es el de Juan. Lucas menciona que a Zacarías se le apareció el ángel Gabriel (1:19) con un mensaje específico: les nacerá un hijo (1:13a); le pondrán de nombre Juan (1:13b); será grande delante de Dios (1:15a); será lleno del Espíritu Santo (1:15b); hará que muchos se conviertan a Dios (1:16), e irá delante del pueblo con el poder de Elías para prepararlos para la venida del Señor (1:17).

En el caso del segundo anuncio, el ángel Gabriel le dice a María que es favorecida por Dios y bendita entre las mujeres (1:28). Lucas recoge también las palabras referidas al niño que nacerá de la virgen: Dará a la luz un hijo que llamará por nombre Jesús (1:31); será grande y será llamado Hijo del Altísimo (1:32a); Dios le dará el trono de David (1:32b); reinará sobre la casa de Jacob y su reino no tendrá fin (1:33).

Ambos anuncios se sitúan en la imposibilidad para los hombres. Por un lado, Elisabeth era estéril y junto con Zacarías eran de edad avanzada (1:7). María, por su parte, no conocía varón para concebir al hijo que se le anunciaba. La posibilidad para Zacarías es la referencia del ángel, “yo soy Gabriel…y he sido enviado a hablarte, y darte las buenas nuevas” (1:19). Para María la referencia es doble: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra” (1:35) y el testimonio mismo de su pariente Elisabeth que era estéril (1:36).

Estos dos casos se sitúan en la aseveración final del ángel: “porque no hay nada imposible para Dios” (1:37). La im-posiblidad del nacimiento es un signo divino. Nadie puede darse vida así mismo, fenomenológica y teológicamente solo es posible nacer de otro modo, más allá de nosotros mismos.

La apertura

La respuesta de Zacarías queda al descubierto cuando no le cree al anuncio angelical. Según el relato, esa es la respuesta de Gabriel: “por cuanto no creíste mis palabras, quedarás mudo y no podrás hablar” (1:20). Zacarías ciertamente estuvo abierto al diálogo con el ángel, pero sin creer la promesa referida.

La apertura de la joven María es totalmente contraria, ella no es un servidor del templo como Zacarías que es sacerdote. Tampoco hay mayor descripción sobre ella, como con Zacarías y su esposa: “ambos eran justos delante de Dios, y andaban irreprensibles en todos los mandamientos y ordenanzas del Señor” (1:6). María es una virgen a punto de empezar una vida adulta junto a José (1:27) y “ha hallado gracia delante de Dios” para concebir a Jesús.

A María le acontece, por así decirlo, una experiencia de lo divino en lo cotidiano. Bajo esta cotidianeidad, fuera del templo al estilo de Zacarías, María le cree a Gabriel y se pone a la disposición de lo divino. Entonces: “he aquí la sierva” del Señor, “hágase conmigo” conforme su palabra (1:38). El Dios del nacimiento se revela en las múltiples áreas del mundo, pero ha sido en las afueras del templo, en el mundo abierto donde ha llamado a María por su Palabra para la Palabra encarnada. La condición humana de María, la de abrirse a la llamada y a la correspondencia a Dios, representa la valentía humana de permitir “nacer a Dios” en la vida. A los seres humanos que habitan este mundo del lenguaje se les ha presentado, inevitablemente, la dependencia estructural de un lenguaje divino, el Otro venido al mundo de los hombres.

El mundo que gira

El suceso del nacimiento, anunciado en la cotidianeidad a María, se presenta luego para los pastores que velaban bajo el cielo estrellado (2:8-9). Ante el temor que representa la irrupción del ángel, él les da las nuevas de gran gozo que: “ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es Cristo el Señor” (2:11). Para ello el ángel les refiere una señal: “Hallaréis al niño envuelto en pañales, acostado en un pesebre” (2:12).

El canto celestial de la multitud de las huestes refleja la nueva manera de pensar este mundo: “Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz, buena voluntad para los hombres” (2:14). El Dios de las alturas se revela en la cotidianeidad de los hombres, ahí afuera, en el mundo de los pastores que ven la noche estrellada ha aparecido una nueva manera de ver el cielo y la tierra: Dios es parte de este mundo más de lo que ellos se imaginaban; la eternidad es vista en el cielo al estilo de Van Gog. Mientras el mundo gira, Dios habla, mientras los hombres caminan bajo el manto de la noche existe la posibilidad del nacimiento y de la paz en la tierra.

Conclusión

En la historia de la vida de María, Zacarías y los pastores, el mundo no es ya un mundo vacío y silencioso, sino un mundo que comunica y habla en las alturas: en la tierra paz y buena voluntad para los hombres. La apertura de María revela la aceptación del nacimiento del Salvador, la condición humana, existencialmente, está abierta a lo divino. De la misma manera, todo hombre que se abre a Dios en Cristo, éste les da potestad de ser hijos de Dios (Jn 1:12). Que en esta navidad podamos considerar la revelación de Dios en este mundo, que nos abramos a su llamada desde el pesebre y correspondamos a su llamada al estilo de María: He aquí tus siervos, haz con nosotros conforme tu Palabra.

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