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El valor moral de la amistad

En muchos lugares del planeta el 14 de febrero se celebra el Día de la Amistad, el Amor o el Cariño. Esta tradicional práctica nos recuerda un evento histórico que se sitúa en épocas del emperador romano Marco Aurelio Claudio II quien por el año 270 d.C. decidió prohibir a los soldados que se casaran para que no desarrollaran lazos afectivos o familiares y, de esa manera, tuvieran menos temor de arriesgar sus vidas en el campo de batalla.

En ese preciso momento un supuesto personaje de nombre Valentín, que creía en el amor y la amistad, siguió celebrando esos lazos matrimoniales de los soldados, irrespetando así el decreto imperial.

No sabemos a ciencia cierta si Valentín era un médico romano que se hizo sacerdote y fue decapitado por el emperador (es la tesis más aceptada en la tradición histórica), o era un obispo de la ciudad Interamna (actual Terni, Italia), o simplemente una invención popular de los piadosos de la época.

Lo que sí podemos afirmar es que el Papa Gelasio I en el año 495 d.C. instauró en el calendario litúrgico la celebración, en remembranza de Valentín o en un posible intento por cristianizar la celebración pagana de las Lupercales (fiesta relacionada a la fertilidad), el “Día del Amor o la Amistad”.

Vale la pena mencionar que después de quince siglos y, terminando el Concilio Vaticano II, el Papa Pablo VI, en 1969 abolió la celebración quitándola del calendario litúrgico por no encontrar mayor evidencia de la existencia de Valentín en los anales de la historia del cristianismo.

Por supuesto, con el devenir del tiempo esta actividad que otrora fuera de carácter religiosa continuó una ruta mucho más comercial que espiritual. Empero, y considerando la fecha que nos convoca, en esta oportunidad creo que merece la pena reflexionar en torno al valor moral, cultural y espiritual de la amistad.

La amistad en la filosofía

En la Antigüedad Clásica o mejor dicho en el mundo grecorromano la amistad jugaba un papel muy importante en las relaciones e interacciones sociales. Es más, tenía un espacio considerable en el quehacer filosófico de autores como Cicerón, Plutarco o Séneca. Por ejemplo, según Aristóteles, en su “Ética a Nicómaco”, existían tres tipos de amistad entre iguales:

(1) La verdadera amistad entre personas virtuosas, cuya relación se basa en la bondad y la lealtad (incluyendo la confianza): (2) La amistad basada en el placer, es decir, en el disfrute de una misma cosa, de modo que las personas disfrutan una sociedad de los que «tienen los mismos gustos, fines y opiniones»; (3) La amistad basada en la necesidad, un acuerdo puramente utilitario, que Aristóteles desprecia, como hace la mayoría de sus sucesores. Con cierta condescendencia, Aristóteles también acepta que la palabra amistad puede usarse para relaciones entre «no iguales»: padres e hijos, un anciano y un joven, marido y mujer, y entre gobernante y las personas gobernadas.[1] 

Y así, el debate filosófico sobre la amistad trató principalmente del primer tipo, del cual se extraía un núcleo de ideales que se podían aplicar a todas las amistades genuinas.

La amistad en el cristianismo

En el caso de la tradición cristiana la amistad es una relación recíproca de agrado y amor entre dos personas basada en la unidad o en el amor fileo, es decir, en el gozo de estar juntos por medio de un tierno afecto. No menos, una amistad madura también, incluye el amor agape cuya palabra significa en el contexto de la amistad: el compromiso de procurar lo mejor para la otra persona.[2]

De hecho, podemos observar que el propio Jesús dijo a sus discípulos: “Os he llamado amigos” (Jn 15:15); y Santiago nos recuerda que a Abraham se lo llamó “amigo de Dios” (Stg 2:23). Sin embargo, vale la pena recordar que:

El mismo Santiago también nos advierte que la amistad del mundo es enemistad contra Dios (4:4). Esta advertencia no solo describe el peligro de la amistad con el objeto equivocado, sino que cuando se toma con la declaración de Juan, que “si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él” (1 Jn. 2:15), muestra la relación íntima que hay entre la amistad y el amor.[3]

Finalmente, no quiero dejar de lado uno de los textos más aleccionadores de la literatura sapiencial sobre la amistad. Me refiero a Proverbios 18:24 en el cual se sostiene que: El hombre que tiene amigos ha de mostrarse amigo; Y amigo hay más unido que un hermano.

Para Roland Cap, “un amigo verdadero y piadoso, es de más valor que muchos que lo son sólo superficialmente. Este amigo de verdad es incluso más cercano que un hermano. La palabra que se traduce como ‘un amigo’ es literalmente ‘uno que ama’ y la podríamos traducir como “un amigo que ama”.[4]

Por supuesto, este Proverbio nos recuerda las palabras de Jesús que dijo: Este es mi mandamiento: que os améis los unos a los otros, como yo os he amado. Nadie tiene mayor amor que éste, que uno ponga su vida por sus amigos (Juan 15:12, 13).

Conclusión

Podemos concluir que la amistad requiere unidad, afecto y compromiso de las partes. Por ello, se nos invita a no solo ser de bendición con el otro o, específicamente con el amigo, sino también en el mismo Proverbios 18 a cultivar una amistad genuina por medio de la sabiduría (v. 4), dejando el chisme (v. 8), buscando el conocimiento (v. 15), poniendo fin a los pleitos (v. 18) y hablando siempre lo correcto (v. 20).

Estos principios nos ayudarán a cimentar auténticas relaciones fraternales. Les dejo con este otro sabio proverbio:

“El ungüento y el perfume alegran el corazón, y el cordial consejo del amigo, al hombre” (Proverbios 27:9)


[1] Gordon D. Fee, Comentario de la Epístola a los Filipenses (Barcelona: CLIE, 2006), 37.

[2] June Hunt, 100 Claves bíblicas para consejería (Dallas: Editorial Esperanza para el Corazón, 1990–2011) 12:2.

[3] Glenn R. Boring, “Amistad”, Diccionario Teológico Beacon, ed. Richard S. Taylor (Lenexa: Casa Nazarena de Publicaciones, 2009), 43.

[4] Roland Cap Ehlke, Proverbios, La Biblia Popular, John C. Jeske y Gary P. Baumler eds. (Milwaukee: Editorial Northwestern, 2001), 190.

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