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¿Felicidad o sufrimiento?
Mis diálogos internos

El ser humano en su naturaleza necesita satisfacer ciertas necesidades inherentes a su condición. En primer lugar, sobrevivir y cumplir su función adaptativa. En segunda instancia, establecer conexiones significativas y, no menos importante, sentirse autorrealizado, pleno y feliz.

Sin embargo, ante esa realidad, ¿qué significa la felicidad, la plenitud o la autorrealización personal? Y, ¿cómo el pensamiento u razonamiento están vinculados a esos estados afectivos?

Interesantemente, un concepto desarrollado por la psicóloga Karen Horney que versa sobre “la tiranía de los deberías”, explica cómo la sociedad impulsa al individuo a ser competitivo consigo mismo y con los demás. Y, de esa manera, el Ser adopta como parte de su identidad un “yo” ideal basado en las imposiciones que la comunidad demanda y que resuena como diálogos internos a través de expresiones tales como: “tendría que”, “tengo que” o “debería…”. Estas frases en muchos casos llegan a vincularse con estados afectivos de angustia, ansiedad e insatisfacción.[1]

Concrétamente, se puede afirmar que tales diálogos internos se encaminan a satisfacer las necesidades del entorno para agradar a los que nos rodean con la finalidad de obtener reconocimiento u aprobación. Dichos parlamentos con frecuencia van cargados de culpa cuando sentimos que nuestra vida no es como “debería” de ser.

Con eso en mente, es importante mencionar que los pensamientos son activadores de las emociones y estas, junto con el sistema de creencias, definen inevitablemente nuestras conductas. Por otro lado, si estas conversaciones internas conllevan una carga de pensamientos irracionales, de igual manera tendrán consecuencias emocionales y conductuales. Por ello, “Los antiguos racionalistas griegos pensaban que las emociones, si no se controlaban, podían causar estragos en las capacidades mentales superiores, como el pensamiento racional y la toma de decisiones”.[2]

En tales sentidos, la falta de bienestar está ligada de igual forma a la falta de dominio sobre nuestros pensamientos y a esos escenarios, a veces hipotéticos, o también a narrativas que tenemos sobre nuestras propias experiencias. Empero, ¿cuántos minutos al día callamos esos diálogos internos y nos centramos en conocer un poco más sobre nosotros mismos?

La consciencia reflexiva nos invita a situarnos objetivamente en el entorno y entrar en contacto con nosotros mismos y la realidad. Es un proceso de atención y vigilancia de conocimiento inmediato que nos sitúa en el “aquí y ahora” y de conocimiento implícito, por medio del cual verbalizamos la identificación de emociones, acciones y la comprensión que tengamos de estas.

Fritz Pearls en “Yo, Hambre y Agresión” desarrolla tres formas en las cuales podemos identificar estos fueros internos y darles sentido, iniciando con la instrospección y todas aquellas sensaciones, emociones y sentimientos que suceden dentro de nosotros mismos. El darnos cuenta del mundo al ponernos en contacto de lo que acontece y, por último, el percibir la fantasía, en la cual esta inmersa toda actividad mental que no se está desarrollando en el presente sino que esta vinculada a los recuerdos, pensamientos y quimeras.[3]

El aprender a ser racional en un mundo altamente irracional nos permite llegar a ser tan felices como nos sea posible. De hecho, el bienestar hace algún tiempo se tomaba como un sinónimo de felicidad. Sin embargo, hoy en día nos damos cuenta de que es más certero hablar de la alegría como una emoción básica innata en el individuo y que la felicidad se constituye en esa necesidad de prolongar la alegría en el tiempo a fin, reitero, de sentir placidez.

El bienestar, por otra parte, conlleva una relación con nosotros mismos y la capacidad de gestionar nuestras emociones, pero básicamente es el equilibrio entre mirarnos a nosotros mismos y el mirar a los otros. Todo ello debido a que a menudo reflejamos en otros nuestras propias molestias, inquietudes o anhelos.

Por lo tanto, esta consciencia reflexiva nos lleva a una mayor conexión interpersonal, en la cual podemos ser parte de una relación armónica entre unos y otros, promoviendo el potencial y bienestar de los demás.

Y así, nuestros diálogos internos pueden vincularnos con ese “yo” ideal o un “yo” real y, a su vez, con estados afectivos que se pueden traducir como tensión, conflictos internos, bienestar o plenitud.

Para llegar a dominar nuestros pensamientos es necesario cultivar el aquí y el ahora viviendo experiencias positivas, realizando actividades como pasatiempos, conversaciones, lectura, música u oración. Reconociendo que el silencio es un camino espiritual por el cual reconectamos con el “yo” real, nuestros valores, deseos, voluntades y la unidad con Dios.

Tener un propósito, darle un sentido a las actividades que realizamos, proyectarnos con valor en todos los roles que desempeñemos. Liberándonos de las cargas de ese “yo” ideal, iniciando un camino de autoaceptación, experimentando el ser aceptados y acogidos en amor y misericordia por ser hijos de Dios. Cultivar el autoconocimiento teniendo espacios formales de reflexión como lo son los grupos de apoyo, consejería o psicoterapia, o lugares informales donde se pueda tomar conciencia de nuestras emociones, pensamientos, acciones y la coherencia entre ellas. Logrando así la integralidad de nuestra vida y el bienestar de nuestra mente, cuerpo y espíritu.

Por lo que les invito, estimado lector, a replantearse el significado de felicidad, teniendo espacios de oración y consciencia reflexiva a fin de llevar cautivo todo pensamiento para que se someta a Cristo (2 Corintios 10:5). Además, les animo a dedicar un tiempo a escudriñar las Escrituras que son una fuente de esperanza y ánimo para vivir en armonía unos con otros como corresponde a los seguidores de Cristo Jesús (Romanos 15:4-5). Y, finalmente, dar gracias a Dios por todo y así experimentar la paz que supera todo lo que podemos entender. La paz de Dios cuidará su corazón y su mente mientras vivan en Cristo Jesús (Filipenses 4:7)


[1] Roberto V. Hernández, La teoría de Karen Horney (2006). Psicología.com, 26.

[2] C. G. Morris, Psicología (México: Person, 2014).

[3] E. R. Vásquez-Dextre, «Mindfulness: Conceptos generales, psicoterapia y apliaciones clínicas», Revista de Neuro-Psiquiatría (2016).

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