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Bienaventuradas las pobres en espíritu: las bienaventuranzas desde una perspectiva femenina,
parte 2

Bienaventurados los pobres en espíritu”. La frase “pobres en espíritu” es un poco ambigua y ha dado lugar a múltiples interpretaciones. Hay quienes la entienden como una pobreza meramente material, mientras que otros le dan un significado exclusivamente espiritual. Acá nos inclinamos hacia la postura que contempla ambos acercamientos, sosteniendo que la pobreza en espíritu de Mateo se debe entender como pobreza que ha puesto toda su confianza en Dios. Es decir, una persona que para su provisión depende totalmente de Dios y no se deja atraer por la fortuna, aún si pudiera acceder a ella. Además, en el AT el pobre no solo es el que reconoce su necesidad de Dios, sino el justo, el recto, el íntegro y el fiel[1] (en contraposición al injusto, al avaro, al corrupto). Si integramos este significado, podemos completar la definición de “pobreza en espíritu” como una profunda convicción de dependencia de la provisión de Dios, obediencia a su palabra, integridad y justicia. Como una persona que ya no deposita su confianza en fortunas materiales ni en los privilegios (estudios, títulos académicos, posición, herencias, contactos, clase socio-económica, etc.) que estas dan, sino que primeramente en Dios. 

¿Qué les dice la primera bienaventuranza a las mujeres del tiempo de Jesús y qué nos dice a nosotras hoy? 

Se presume que Jesús pronunció el Sermón del Monte en las cercanías del mar de Galilea. La mayoría de las personas que allí vivían se dedicaban a la agricultura y, sometidas al Imperio Romano, vivían en pobreza generalizada. Las mujeres en esta sociedad se veían doblemente afectadas; por la escasez de recursos y por ser mujeres. Mientras eran jóvenes las mujeres eran propiedad de sus padres y dependían de ellos. En la medida en que tuvieran hermanos varones no tenían derecho a una herencia. En su temprana adolescencia las chicas eran casadas y pasaban a depender de sus esposos, debiendo servirles y darles hijos (en lo posible varones). Finalmente, cuando enviudaban, dependían de sus hijos para subsistir.  

En la medida en que una mujer era parte de un núcleo familiar, su condición de pobreza no era particularmente diferente a la de los hombres. Sin embargo, las mujeres que quedaban excluidas de sus hogares y familias (por ejemplo, mujeres divorciadas, prostitutas, mujeres con enfermedades consideradas impuras, etc.) se veían doblemente afectadas. Ellas perdían su hogar y el apoyo de su familia (que ya de por sí era pobre) y casi no tenían alternativa para sobrevivir, más que prostituirse, ofrecerse como esclavas o mendigar.  

Es interesante notar que existen dos palabras en griego para el español “pobres”: πτωχός y πένης. La palabra πένης alude a la situación de una familia campesina que vive toda su vida en la línea de la pura subsistencia. Está obligada a trabajar, pero en la medida que lo pueda hacer, siempre tiene lo suficiente para sobrevivir. El término πτωχός indica la situación de una familia que, víctima de enfermedad, deudas u otras adversidades, es expulsada de sus tierras y se ve reducida a la miseria y obligada a vivir de la mendicidad. Πτωχός es la palabra que se usa en Mt 5:4. En este sentido Jesús no declara bienaventurados a los πένης [pobres], clase en la que se incluiría prácticamente a todo el campesinado, sino a los miserables y mendigos, a los que no tienen nada.[2] Este sería el grupo al que pertenecían muchas de las mujeres que escuchaban a Jesús. Para ellas, las palabras de Jesús significaban esperanza y dignidad. La comunidad de Jesús, la nueva comunidad del reino se había convertido en su hogar, su familia y su provisión.[3] 

¿Qué nos dice a nosotras hoy? 

Bienaventurada tú, que ganas menos que un hombre por el mismo trabajo, porque tuyo es el reino de los cielos. Bienaventurada tú, madre soltera, que debes hacerte cargo de tus hijos sola, porque su padre te ha abandonado, pues tuyo es el reino de Dios. Bienaventurada tú, viuda, que has quedado a la merced de familiares que te descuidan, pues tuyo es el reino de Dios. Bienaventurada tú, embarazada, que fuiste despedida de tu trabajo, por querer ser madre, tuyo es el reino de Dios. Bienaventurada tú, que por ser mujer no tuviste la posibilidad de estudiar y te cuesta encontrar trabajo, pues tuyo es el reino de Dios. Bienaventurada tú, que abandonaste tus sueños profesionales para dedicarte a tus hijos, pues tuyo es el reino de Dios 

Estas afirmaciones son absolutamente paradójicas a nuestros oídos. A muchas nos provocan y encienden todas nuestras alarmas. ¿Bienaventuradas? La respuesta de Jesús a los asuntos de injusticia es diferente a todo lo que conocemos. Él no minimiza ni ignora los abusos, las desigualdades y las exclusiones, como muchas veces los cristianos hacemos, pero tampoco responde a ellas de forma reaccionaria y violenta, como el feminismo/progresismo de hoy lo hace. Jesús reconoce la injusticia, se identifica con ella y, aun así, responde de forma mansa y humilde, demostrando profunda confianza en el Dios de la justicia.

La primera bienaventuranza nos dice “dichosas ustedes, que dependen de Dios” porque Dios sabe lo que necesitan y se va a hacer cargo de cubrir sus necesidades básicas. No se preocupen, confíen en él (Mt 6). La pobreza por sí sola no salva a nadie, eso sería “canonizar una clase social”.[4] Pero el pobre por su condición psicológicamente está más dispuesto a aceptar la ayuda de Dios,[5] pues ésta es su única opción. Todos, hombres y mujeres, pobres y ricos, debemos depender de Dios para nuestra provisión. Cuánto más recursos tengamos, más difícil se hace esto. Ser dependiente es ser pobre, porque ya no cuento con mis bienes materiales ni con los privilegios que los mismos me dan, sino que dependo totalmente de Dios. La pobreza en este sentido genera equidad; la renuncia a la autosuficiencia y a la independencia. Si dependo de Dios no necesito las riquezas.

Aun si yo tengo la bendición de tener más que suficiente para vivir, dichosa soy, si mi estilo de vida refleja dependencia de Dios por encima de los bienes materiales. Dichosa soy si elijo compartir lo que he recibido con otros, especialmente con aquellos que no tienen lo suficiente. Dichosa soy, si renuncio a privilegios con el objetivo de ayudarle a alguien más. El amor fraternal y generoso entre las personas es una característica del reino de Dios y parte del cuidado y la provisión de Dios para con sus hijos. Creo que la comunidad de fe es el comienzo del cumplimiento de las promesas de Dios, la venida de su reino. Los que eligen voluntariamente ser pobres, o, compartir de sus bienes con los demás, hacen desaparecer las diferencias. En ese sentido, la nueva comunidad mesiánica, pone a hombres y mujeres, ricos y pobres en un mismo nivel. 

Vivir en absoluta dependencia de Dios es saber dar y también saber recibir. Somos parte de una sociedad dominada por el deseo de libertad, independencia, autosuficiencia y realización personal. Las mujeres aprendemos a creer en nosotras mismas, a ser empoderadas y emancipadas; a no tener que depender de nadie para vivir. Como mujer que hace tiempo camina con destino “autosuficiencia, empoderamiento y emancipación”, me desafía y me incomoda la idea de tener que ser dependiente, “débil”, de no necesariamente tener el control. Pero debo recordarme, que, mientras nosotras buscamos empoderarnos, Cristo vino a humillarse. Mientras considero de vital importancia que la mujer reciba validación y valoración como creación de Dios (igual en valor, capacidad y dignidad que el hombre), el esfuerzo por reivindicarnos no debe llevarnos a renunciar a nuestra dependencia de Dios.  

¿Significa esto que debo dejarme oprimir y aceptar la injusticia propia y ajena sin resistencia? ¿Debo soportar todo con pasividad estoica?… No lo creo. Seguiremos reflexionando sobre este tema en las próximas bienaventuranzas. Cada bienaventuranza agrega significado y detalle sobre las características del reino de Dios y sus ciudadanos.


[1] David Suazo Jiménez, La Justicia del Reino: Un Comentario al Sermón del Monte (Guatemala: Instituto Crux, 2020), 38.

[2] Alfonso Ropero, “Pobre/Pobreza”, Gran Diccionario Enciclopédico de la Biblia (Barcelona: CLIE, 2013), 1987.

[3] Con relación a la razón “por la cual se les llama bienaventurados es porque de ellos es el reino de los cielos. El verbo presente ἐστιν [es] denota el cumplimiento de esta promesa aquí y ahora. Grant Osborne refiere que en el evangelista presenta una tensión (escatología inaugurada) entre el ya y todavía no (Grant R. Osborne, Matthew en ZECNT, 166). Entonces, aquella persona que reconoce su condición de pobre, sabiendo que no tiene nada por sí mismo y, que está consciente que su dependencia, su socorro proviene de Dios, es la que tiene ya su herencia, es decir, el reino de los cielos. Y que esta pertenencia tendrá su totalidad en la instauración final del reino, es decir, la segunda venida de Jesús”. https://institutocrux.org /blogs/buen-arbol/pensamiento-cristiano/2022/ 07/los-pobres-la-gran-paradoja-del-reino/

[4] Gustavo Gutiérrez, Teología de la Liberación: Perspectivas (Salamanca: Ediciones Sígueme,1994): 333.

[5] Ropero, “Pobre/Pobreza”, Gran Diccionario, 1990.

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