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En los días de la Reforma, cuando hablar de teología podía costar la vida, una mujer bávara decidió no callar. Se llamaba Argula von Grumbach, y su pluma se convirtió en espada. En una época en que las universidades y los púlpitos estaban cerrados para las mujeres, ella se atrevió a escribir, a citar la Biblia y a defender la verdad con valentía. Su historia recuerda que la Reforma no fue solo un debate de hombres teólogos, sino también una revolución del corazón y de la conciencia.
Argula nació en 1492, en Beratzhausen, cerca de Ratisbona, Alemania. Huérfana desde niña, creció en la corte de la duquesa Kunigunde de Baviera, hermana del emperador Maximiliano I. Allí aprendió a leer, escribir y pensar. La duquesa, mujer culta y piadosa, fomentaba el estudio de las Escrituras, algo inusual para las mujeres de su tiempo. Gracias a eso, Argula tuvo acceso a una Biblia en alemán, experiencia que marcaría toda su vida.[1]
Los años en que vivió fueron turbulentos. Las ideas de Martín Lutero se extendían por toda Europa, desafiando la autoridad de Roma. Argula leía sus escritos con pasión y comprendió que la fe no se sostiene en tradiciones humanas, sino en la palabra viva de Dios. Las convicciones de la Reforma, como la sola Scriptura y sola gratia, se grabaron en su corazón. En sus cartas, las Escrituras fluían con la naturalidad de quien las ha hecho parte de su vida. El hecho que la volvió conocida ocurrió en 1523. Ese año, un joven estudiante de la Universidad de Ingolstadt, Artemius Seehofer, fue arrestado y amenazado de muerte por leer los textos de Lutero. Argula, indignada, escribió una carta abierta a los profesores de la universidad. En ella citó más de treinta pasajes bíblicos y preguntó con firmeza: “¿Dónde está escrito en las Escrituras que debamos encarcelar o quemar a quien busca la verdad de Cristo?”.[2] La carta se imprimió y circuló rápidamente por todo el sur de Alemania. En pocas semanas se publicaron trece ediciones. El pueblo la admiraba; las autoridades le temían. Una mujer, sin títulos ni púlpito, estaba poniendo en evidencia la incoherencia de los sabios. Los teólogos se negaron a responderle, alegando que era “indecoroso” discutir con una mujer. Pero su silencio fue su derrota. La verdad de Argula era clara y bíblica, y su fe, más fuerte que su miedo.
Su audacia tuvo consecuencias. Su esposo, Friedrich von Grumbach, funcionario al servicio de los duques de Baviera, perdió su puesto a causa de la controversia suscitada por sus escritos; la familia sufrió presiones económicas y estigma social. Aun así, Argula no retrocedió: en su correspondencia y panfletos insistió en que hablaba por deber cristiano, citando Mateo 10 para afirmar que todo creyente debe confesar a Cristo públicamente y que “estas palabras… no excluyen ni a mujer ni a varón”. Siguió escribiendo a nobles, teólogos y autoridades, defendiendo la libertad de conciencia y el recurso a la Escritura. Las fuentes contemporáneas señalan su conexión con los reformadores, incluido Lutero, y documentan tanto el coste personal (pérdida del cargo de su marido y penurias económicas) como la perseverancia que le granjeó el respeto de muchos.[3]
La fuerza de Argula residía en su comprensión profunda de la Escritura. Para ella, la autoridad divina no estaba en el poder clerical ni en el rango social, sino en la palabra revelada. En su visión, toda mujer creyente tenía el deber de testificar la verdad, sin que el género fuera excusa para el silencio. Su teología no apelaba a la igualdad política moderna, sino al sacerdocio universal que Lutero proclamaba: todos los creyentes, hombres y mujeres, son sacerdotes ante Dios. Cuando fue atacada por quienes la llamaban imprudente o emocional, respondió con la Escritura. Citó 1 Co 3:16 para recordar que todo bautizado es templo del Espíritu Santo. Y en un poema escribió: “El Espíritu de Dios está en ti, ¡lee! ¿Está realmente excluida la mujer?.. No puedo ni quiero dejar de hablar en casa y en la calle”.[4]
En un tiempo en que obedecer a Dios podía significar persecución, Argula defendió la libertad de conciencia. Su fe era firme, razonada y apasionada. No escribía por rebeldía, sino por convicción. Como señala Peter Matheson, su fe no dependía del juicio de los hombres, sino únicamente de Dios.[5] También fue pionera en usar la imprenta para difundir sus ideas. Antes de 1525 era impensable que una mujer publicara textos religiosos. Sus escritos circularon por tabernas, universidades y templos. Algunos la consideran la primera escritora protestante de Alemania, y con razón: su voz rompió el molde de su tiempo.[6] Aunque su nombre cayó en el olvido durante siglos, hoy vuelve a brillar. Fue esposa, madre, creyente y escritora. No buscó protagonismo, sino fidelidad. Vivió su fe entre la obediencia y la resistencia, entre la piedad y la protesta.
El ejemplo de Argula von Grumbach sigue hablándonos hoy. En un mundo donde las verdades se desdibujan y el ruido intenta silenciar la fe, ella recuerda que callar también es una decisión. Su vida enseña que el pensamiento y la fe no son enemigos, sino aliados al servicio de la verdad. Para las mujeres de esta generación que leen, investigan y enseñan, Argula es espejo y desafío. Nos invita a amar la Escritura más que la aprobación, a hablar con convicción cuando otros callan y a creer que el Espíritu sigue levantando voces que no buscan fama, sino fidelidad. No fue reformadora por título, sino por amor a Cristo. Su fe le dio voz; su voz, propósito. En sus propias palabras: “Prefiero perder todo antes que negar la verdad que me ha hecho libre”.[7]
[1] Joshua J. Mark, “Argula von Grumbach”, World History Encyclopedia, 5 de abril del 2022, https://www.worldhistory.org/Argula_von_Grumbach.
[2] Early Modern Letters Online, Argula von Grumbach Correspondence Catalogue, https://emlo-portal.bodleian.ox.ac.uk/collections/?catalogue=argula-von-grumbach.
[3] Peter Matheson, “Our First Woman Reformer”, Christian History Institute, https://christianhistoryinstitute.org/magazine/article/our-first-woman-reformer.
[4] Ibíd.
[5] Ibíd.
[6] Mark, “Argula von Grumbach”.
[7] Ibíd.
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