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Pensar (a) Dios desde la teología y la filosofía

Una entrevista con Alberto F. Roldán, PhD.

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Era el año 2012 cuando, en un aula de SETECA, tuve en mis manos el libro ¿Para qué sirve la teología? Este fue mi primer acercamiento literario-académico al tema. Sin saberlo, el Dr. Roldán se convertiría en uno de mis primeros guías por el mundo de la teología. Años más tarde, tuve una agradable conversación con él en las instalaciones de FIET (Argentina), y pude ver de primera mano su pasión, diligencia y carisma como maestro de teología.

El Dr. Roldán ha recorrido, durante varias décadas, temas como la teología contextual, la teología política, la misión y el Reino de Dios. Sin embargo, en los últimos años, el diálogo entre la filosofía y la teología ha estado muy presente en su pensamiento. En su libro Atenas y Jerusalén en diálogo (2015), menciona que estas disciplinas no están totalmente divorciadas, sino que han mantenido una relación permanente a lo largo de la historia cristiana. Ahora, en Pensar (a) Dios (CLIE, 2024), nos propone un viaje intelectual hacia lo divino.

En los últimos meses estuve en contacto con él por diversos asuntos; entre ellos, conversar sobre este, su más reciente libro. Esto fue lo que me dijo.


Profesor Roldán, su formación académica es amplia y diversa, abarcando teología, filosofía política y educación. ¿Cómo han influido estas disciplinas en su desarrollo como escritor y en su enfoque teológico?
Tuvieron una influencia decisiva. En realidad, me formé, siendo niño, en un kiosco de diarios y revistas, espacio físico que ahora está desapareciendo, dado que casi todo es en línea y se imprimen menos periódicos y revistas. Pero en aquella época todo era impreso, y, teniendo unos siete años, yo atendía el kiosco de mi abuelo y mi padre. Leía con mucho interés unos suplementos literarios que se publicaban los domingos en La Prensa y La Nación, dos periódicos de los más importantes en aquel entonces.

Por eso, mi afición fue la literatura, especialmente los cuentos, la crítica literaria y algo de poesía. Luego, en la secundaria, me apasionaban todo lo humanístico y lo social, especialmente la historia. Durante mis estudios de teología, tanto en SETECA como en el Seminario Internacional Teológico Bautista y después en el Instituto Universitario ISEDET, si bien comencé en el campo bíblico (Nuevo Testamento) y la teología paulina, luego tomé la decisión de dedicarme a la teología que, en términos generales, llamamos “sistemática”, porque veía que esa disciplina se relaciona decididamente con la filosofía y las ciencias sociales y esa perspectiva me daba una relación directa con la realidad humana, tanto social como política.

Mis dos maestrías realizadas después del doctorado —una en ciencias sociales (con mención en filosofía política) y otra en educación (con una tesis sobre la hermenéutica de Paul Ricoeur)— me otorgaron las herramientas para relacionar mejor la teología con esos campos del conocimiento humano.

¿Cuáles han sido las principales disciplinas que han influido en usted?
La filosofía política me ayudó mucho para vincularla con la teología política. De hecho, mi tesis fue sobre “Las relaciones entre Iglesia y Estado en la teoría de la justicia en Michael Walzer”, una investigación que surgió al haber leído algo de este filósofo de Harvard que, siendo judío, escribió su tesis doctoral titulada The Revolution of the Saints, en la que aborda la participación de los puritanos en la Revolución inglesa.

Ha publicado más de treinta obras y ha sido docente en diversas instituciones. ¿Qué experiencias personales o académicas han sido fundamentales en su trayectoria como teólogo y escritor?
Como estudiante, debo reconocer que tuve notables profesores en el campo de la Biblia y la teología. En mi primera etapa, en la Escuela Bíblica de Villa María, Córdoba (Argentina), influyeron mucho en mí profesores como Samuel Escobar (en teología), Raúl Caballero Yoccou (en Biblia) y Miguel Ángel Zandrino (en ciencias). Esa etapa me abrió la mente para investigar más profundamente la Biblia y la teología, lo cual pude desarrollar en SETECA, el SITB y el ISEDET.

En este último destaco haber tenido como director de tesis nada menos que al doctor José Míguez Bonino, a quien yo había “descubierto” en las clases de teología del Dr. Emilio Antonio Núñez en SETECA. Recuerdo un libro de ISAL (Iglesia y Sociedad en América Latina) que, casi por azar (o por providencia divina), me obsequió un tío mío que tenía una librería cristiana en Buenos Aires. Al leerlo, descubrí una nueva manera de hacer teología, no tan celestial o centrada en el más allá, sino una teología para el aquí y ahora del mundo. Una teología abierta a lo social y lo político, como espacios en los cuales también debe resonar el mensaje teológico en diálogo con la filosofía y las ciencias sociales.

Otra etapa muy importante fue la invitación a formar parte de la Fraternidad Teológica Latinoamericana, un espacio de reflexión teológica evangélica que tuvo como pioneros al propio Núñez, Samuel Escobar y René Padilla, entre otros. Curiosamente, de este último no fui alumno formal, pero es uno de los pensadores latinoamericanos que más ha influido en mi vida cristiana y en mi vocación teológica. Como profesor he sido muy bien recibido en las diversas instituciones teológicas a las cuales he sido invitado y cada experiencia docente me ha dejado un legado importante tanto en lo académico como en lo fraternal y humano que, al fin y al cabo, es lo más importante.

¿Qué le motivó a dedicarse al estudio de la teología y la filosofía, y cómo ha evolucionado su pensamiento a lo largo de los años?
Procedo de una familia evangélica, diríamos hoy, conservadora. Muy dedicada al estudio de la Biblia per se. Pero mis inquietudes intelectuales me llevaron a la sospecha de que, para conocer verdaderamente la Biblia, hay que saber muchas otras cosas: filosofía, lenguaje, historia, hermenéutica, etc.

Esto me llevó a dedicarme al estudio más profundo de esos campos tan relacionados. Creo que he evolucionado desde posiciones conservadoras —y, en algunos casos, fundamentalistas— hacia un pensamiento más abierto, hacia una teología que se deja interpelar por la filosofía y las ciencias sociales. Creo que solo así la teología puede hacer oír su voz en ámbitos académicos, universitarios y científicos.

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    Dr. Alberto F. Roldán con una copia del libro Pensar (a) Dios.

    En Pensar (a) Dios desde la teología y la filosofía, aborda temas como la naturaleza de la teología, la revelación divina y la encarnación. ¿Qué lo llevó a explorar estos temas y cuál es el objetivo principal de su obra?
    La idea de este libro surgió hace unos tres años, cuando estaba preparando un curso titulado “Dios y creación”. No encontraba mucha bibliografía latinoamericana evangélica sobre el tema. Obviamente, hay textos sobre Dios, pero en general son formulaciones doctrinales clásicas que no abordan el problema de Dios para la filosofía moderna. Menos aún trabajan el tema desde la fenomenología.

    Una vez más, el azar —o la providencia— me condujo a tomar un curso sobre fenomenología que incluía, sobre todo, textos de Michel Henry y Jean-Luc Marion, fenomenólogos franceses que abordan el tema de Dios, la revelación, la Trinidad y la encarnación. Esto me abrió un campo inexplorado hasta entonces y, en parte, el libro es fruto de estos últimos diez años de lecturas y reflexiones en torno a la fenomenología, inaugurada por el filósofo Edmund Husserl, quien fuera profesor del propio Martin Heidegger, a quien el pensador alemán dedicó la primera edición de Ser y tiempo. Digo “primera” porque en ediciones posteriores parece haber borrado esa dedicatoria.

    Usted dialoga con filósofos y teólogos contemporáneos como Karl Barth, Paul Tillich, etc. ¿Cómo enriquecen sus perspectivas la reflexión sobre la naturaleza de Dios en su libro?
    Efectivamente, dialogo con Barth, Tillich, pero también con Dietrich Bonhoeffer, Jürgen Moltmann, Wolfhart Pannenberg y Edward Schillebeeckx, entre muchos otros. A este último, teólogo católico belga, ya lo había leído antes, pero cuando percibí la profundidad de su pensamiento, adquirí todos los libros que estuvieron a mi alcance. Por eso, como digo coloquialmente, considero que mi obra es un libro ecuménico, y no exclusivamente evangélico o protestante.

    La considero ecuménica también porque ha sido comentada por teólogos y filósofos de distintas confesiones: Stéphane Vinolo y Andrés Torres Queiruga —ambos católicos—, Martín Hoffmann —luterano— y Alfonso Ropero, protestante.

    En un contexto de creciente secularismo y ateísmo, su obra invita a reflexionar sobre la relevancia de Dios en la sociedad actual. ¿Qué mensaje espera transmitir a los lectores jóvenes que puedan sentirse alejados de la preocupación por lo divino?
    Tanto el secularismo como el ateísmo, en cualquiera de sus variantes, deben ser estudiados por la teología cristiana. Pero una cosa es el secularismo, y otra, la secularización, que para teólogos como Metz es el destino al cual nos lleva el mensaje cristiano. Incluso un filósofo posmoderno como el italiano Gianni Vattimo sostiene que, cuando hablamos del Verbo hecho carne, nos referimos a la secularización del propio Dios: Dios se hace mundo (saeculum) en el Logos hecho carne.

    En cuanto al ateísmo, si bien todavía existe, en muchos casos adopta una forma menos agresiva, más cercana al agnosticismo. Filósofos como el ya citado Marion afirman que quizás estemos en una etapa de “posateísmo”, porque, dada la permanencia de la religión como fenómeno humano, incluso sus críticos más acérrimos deben dedicarse a estudiarla, aunque sea como “hecho religioso”, un fenómeno al que muchos sociólogos dedican su labor.

    El subtítulo del libro menciona tres conceptos clave: “Problema, misterio, encarnación”. ¿Podría explicarnos la importancia de cada uno de ellos en su obra y cómo se relacionan entre sí?
    Son tres palabras clave que definen la orientación de la obra. Dios es problema para la filosofía que, pese al epitafio de Nietzsche (“Dios ha muerto”), sigue siendo un misterio o una problemática a resolver. Para los creyentes, como afirmo en el libro, es un “misterio revelado”. Y la tercera palabra es como la síntesis de las otras dos: del problema, avanzamos hacia el misterio (revelado) en la encarnación del Logos, Jesucristo.

    ¿Cuáles son los principales desafíos de este diálogo entre la teología y la filosofía en la actualidad? ¿Cómo aborda esta tensión?
    Creo que los principales desafíos son: cómo responder a las filosofías decididamente ateas y agnósticas, que consideran que la religión o la creencia en Dios es una etapa ya superada en la evolución humana. Por otro lado, es menester mostrar cómo es posible una teología que, sin ser racionalista, pueda criticar al naturalismo, el cual rechaza toda posibilidad de la existencia de Dios y de su intervención en el mundo. Otro desafío es cómo relacionar la fe con una cultura plural, que quizás sea la característica más importante del mundo actual. Y, finalmente, el diálogo interreligioso, que ya ha superado lo que antes fue el ecumenismo cristiano.

    En su obra, hay un capítulo que me llamó la atención: ¿Dónde está Dios en lo humano? ¿Cómo articula su respuesta a una pregunta tan compleja?
    Ese título procede de una conferencia que dio Karl Barth en Alemania en 1919, el mismo año en que publicó su obra magna: Church Dogmatics. La idea, si la entiendo bien, es que descubrimos qué está haciendo Dios en el mundo tomando a Jesucristo y el Reino de Dios como pautas orientadoras.

    Todo lo que promueva el Reino de Dios —aunque sea de forma parcial en nuestra realidad espacio-temporal— nos permite intuir que allí está Dios actuando. Todo lo que se oponga a esa acción del Reino, con seguridad, no refleja la acción divina. La virtud principal del Reino de Dios es la justicia, y allí encontramos una clara línea divisoria entre la acción de Dios y la acción del maligno.

    ¿Qué consejos ofrecería a los jóvenes que sienten inquietud por estudiar la relación entre la teología y la filosofía en el mundo contemporáneo?
    Me resulta difícil dar consejos, porque cada día yo mismo estoy aprendiendo. Pero diría que tanto la teología como la filosofía deben estudiarse con mentes abiertas, receptivas y críticas, pero nunca de modo reaccionario, como si nosotros, los evangélicos, tuviéramos todas las respuestas a todas las preguntas que se nos hacen.

    Para aquellos que desean iniciarse en la escritura teológica, ¿qué recomendaciones les daría para desarrollar una voz propia y rigurosa?
    Lo primero y principal es leer mucho. Recordar lo que dijo el maestro argentino Jorge Luis Borges: “Muchos se enorgullecen de los libros que han escrito. Yo me enorgullezco de los libros que he leído”. Y quizás, después de mucha lectura y muchos borradores, se llegue a tener una voz teológica propia, clara y comunicativa.

    ¿Cómo pueden los jóvenes teólogos y filósofos contribuir al diálogo entre fe y razón en nuestra sociedad actual?
    Partiendo de la premisa de que la fe cristiana no es un mero salto en el vacío (más allá de lo que dijo Kierkegaard), ni mucho menos una fe ciega. Debe ser una fe inteligente —la “inteligencia de la fe”, como dicen los católicos interpretando a san Anselmo—, una fe que dialoga con las diversas filosofías y ciencias humanas, las cuales son siempre una búsqueda de la verdad.

    Si tuviera que recomendar tres libros fundamentales para alguien que inicia su camino en la teología y la filosofía, ¿cuáles serían?
    Recomendaría los siguientes:

    • Una historia de la filosofía desde la idea de Dios, de Wolfhart Pannenberg.
    • Historia de la filosofía y su relación con la teología, de Alfonso Ropero.
    • Teología sistemática, volumen I, de Paul Tillich.

    Finalmente, ¿qué le gustaría que sus lectores se llevaran después de leer su libro? ¿Cuál es la reflexión o pregunta que espera que permanezca con ellos?
    Que internalicen que el tema de Dios, su existencia y su revelación, son decisivos para sus vidas, así como para el presente y el futuro de la humanidad.


    Pensar (a) Dios desde la teología y la filosofía (CLIE, 2024) es una obra que invita a un diálogo profundo sobre Dios en el contexto contemporáneo. El autor aborda temas esenciales como la revelación, la encarnación y la Trinidad, integrando la experiencia y la sabiduría en el pensamiento teológico. A través del diálogo con filósofos y teólogos de los siglos XX y XXI, se exploran preguntas fundamentales del ser humano, sin reducir a Dios a una idea abstracta. En un mundo marcado por el ateísmo y el secularismo, el libro ofrece una reflexión actual, crítica y esperanzadora sobre la presencia divina en lo humano.

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