Es comprensible que los adultos no logren entender a ciencia cierta qué sienten los niños cuando se ven enfrentados a una situación tan dolorosa. Es probable que no se sepa qué hacer o cómo continuar con la vida. Por tal razón, es importante comprender qué se debe de hacer como adulto. Para comenzar, es necesario saber que el niño no necesita ser protegido de esta situación. Aunque es un deseo muy válido, no aportará ningún beneficio, por la simple razón de que hay un trabajo de duelo que se debe de vivir. Es natural el querer preservar a los más pequeños de toda desgracia, pero lamentablemente esto no es posible. Así que, al adulto le corresponde acompañar y apoyar al pequeño en esta prueba tan dura.[1] Es interesante lo que el Dr. Gómez expresa acerca de esto:
Para superar el dolor de la muerte y el de su proceso, se le debe encarar. No evitar. Enfrentarse al dolor es sufrirlo, cierto, pero sólo así podremos dominarlo y derrotarlo. Quienes tratan de huir ante los problemas de la vida no se capacitan para vivir. Y esto es válido para los niños, ya que ellos son simplemente personas y nada más. No podemos, ni debemos ahorrarles ni, menos aún, bloquearles el dolor de la muerte.[2]
Es válido querer que los pequeños no sufran, sin embargo, es importante el acompañamiento de un adulto en esta travesía, porque el niño tendrá dificultades para poder expresar sus sentimientos debido a que siempre esperará que los adultos le expliquen la verdad de lo que ha ocurrido. Si el adulto no expresa la verdad de lo ocurrido, agrega confusión y dolor con permanente frustración hacia la persona que ha fallecido.[3] Por lo que es importante comprender lo siguiente: «A veces, el amor y la ternura naturales que despiertan los niños en los adultos nos lleva a cometer errores. Callar y ocultar la muerte a los niños es hoy uno de los errores más graves y frecuentes».[4]
Por tal razón, como otra recomendación, es importante que como familia se permita el duelo y se elabore en unidad. Es muy probable que el niño no pueda expresar lo que siente porque generalmente el duelo en la familia ha sido mal elaborado. La mayoría de niños reprimen lo que sienten porque los que conforman su núcleo familiar no permiten que lo expresen o, en la mayoría de los casos, no saben cómo enfrentar el dolor de los niños, por lo que prefieren evitarlo. Es muy importante que se esté atento a los comportamientos o reacciones que los pequeños puedan estar teniendo para evitar que surjan conductas desadaptativas en consecuencia de un duelo reprimido o mal elaborado.[5]
Pasando a otro punto, los niños necesitan de una persona adulta para comprender y hablar abiertamente acerca del significado de la muerte y lo que a ella compete, lo cual supera su comprensión como niño. Entonces, como otra recomendación, es importante que el adulto esté atento para poder identificar las necesidades del niño, necesidades que probablemente ni el mismo niño esté consciente.[6] Acerca de esto, el Dr. Gómez indica que «cuando el adulto se niega a esclarecer verbalmente la muerte, traba el primer momento de la elaboración del duelo, que es la aceptación de que alguien ha desaparecido para siempre».[7] A esta recomendación se le añade la premura de que los niños necesitan «la presencia de adultos estables y seguros que atiendan las necesidades del niño y permitan hablar de la pérdida es muy importante para ayudar a que sobrelleve su pena».[8]
Con relación a esto, hay que tomar en cuenta que la fe tendrá un papel importante en dicho proceso. Cada persona puede tener un tipo de fe y actuar de acuerdo a ella, sin embargo, aquí se habla de una fe que connota esperanza por la resurrección de Jesús, lo cual es una parte central en la fe cristiana. El mensaje central en el cristianismo es que la resurrección de Cristo venció el poder de la muerte. El poder desgarrador y definitivo de la muerte fue transformado por la resurrección del Crucificado. Sin embargo, esta esperanza no implica que no exista un fuerte dolor cada vez que alguien fallece, más bien, el cristiano encuentra en la resurrección de Jesús la promesa de que su ser querido no ha dejado de existir definitivamente.
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