En un mundo mercantilizado, que se mueve y gira con pasos vertiginosos, nos hemos acostumbrado a una sociedad que no conoce la quietud pues todo se ha convertido en ajetreo y carreras. Por eso es importante reflexionar en medio de la pandemia y hacer un autoexamen de cómo nos hemos desenvuelto como creyentes y si realmente estamos descansando en Dios.
Un recorrido histórico
Un vistazo histórico a las pandemias revela que la situación actual no es algo nuevo. John Lennox recoge algunos sucesos: la pandemia Antonia o plaga de Galeno del año 165-180 d.C., cobró 5 millones de fallecidos. La plaga de Justiniano (541-542 d. C.), enfermedad bubónica, donde murieron 25 millones de personas, también la conocida peste negra (1346-1353 d. C.), cobró entre 70 y 100 millones de vidas.1 Incluso en los últimos trescientos años podemos mencionar la gran plaga de Marsella (1720 d.C.); la pandemia de cólera (1820 d.C.), la gripe española (1920 d.C.) y ahora en el 2020 el coronavirus que ha alarmado a todos. Este recorrido muestra que nuestro mundo no ha estado alejado del azote de la enfermedad.
El propósito del dolor
Que nuestro mundo sea azotado por la enfermedad nos puede llevar a seguir una interrogante hecha por J. C. Ryle: “¿Usa Dios la enfermedad para llamar nuestra atención?” El autor da cinco aseveraciones pertinentes: 1) La enfermedad ayuda a que los hombres recuerden la muerte. 2) La enfermedad ayuda a que los hombres piensen en serio en Dios. 3) La enfermedad ayuda a suavizar los corazones de los hombres y a enseñarles sabiduría. 4) La enfermedad sirve para derribarnos y humillarnos. 5) La enfermedad sirve para probar la profesión de fe de los hombres para ver si es verdadera o falsa.
S. Lewis, por otro lado, es más contundente: “el dolor, en cambio, reclama insistentemente nuestra atención. Dios susurra y habla a la conciencia a través del placer, pero le grita mediante el dolor: es su megáfono para despertar a un mundo sordo”.2 No cabe duda de que Dios nos quiere decir algo, por lo cual, debemos estar quietos para oír su voz.
El miedo que paraliza
Se cuenta que un viajero se encontró con la fiebre amarilla cuando esta iba de camino a Bagdad. El viajero se sorprende y la saluda, luego le pregunta ¿hacia dónde te diriges? la fiebre amarilla responde: a Bagdad, a matar a cinco mil personas. El viajero quedó estupefacto. A la semana siguiente el viajero encontró de nuevo a la fiebre amarilla y le dice: fiebre amarilla, tú me has engañado, eres una mentirosa, me dijiste que ibas a Bagdad a matar a cinco mil personas, y no mataste cinco mil, sino que fueron cincuenta mil personas las que mataste, a lo que respondió la fiebre amarilla: yo en realidad maté solo a cinco mil personas, las otras cuarenta y cinco mil murieron de miedo… ¡vaya lección! ¿Cuál es nuestra actitud ante esta situación? ¿Dejaremos que el miedo nos paralice o pondremos nuestra confianza en Dios?
El miedo es uno de los sentimientos que se puede apoderar de nuestras vidas en esta situación. Por lo que hay que ser valientes aún en medio de la zozobra y la aflicción. No nos dejemos atemorizar, tengamos puesta nuestra mirada en Cristo, y no nos aislemos de una forma egoísta, sino estemos dispuestos a ayudar.
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