Por milenios la humanidad se ha aventurado a grandes travesías, búsquedas incansables para tratar de entender el mundo que le rodea, y así encontrar una señal, un signo, un propósito o sentido último a esta vida. Parece ser que la gran búsqueda de la humanidad es la humanidad misma.
El siglo XXI se ha caracterizado por ser el siglo humanista, donde la filantropía se ha vuelto la práctica de todo hombre o mujer. Sin embargo, aquí está la ironía, la contradicción humana: a pesar de vivir centrados en el hombre, no hemos llegado a comprender aún qué significa ser humano. Las múltiples definiciones que se han dado dentro del humanismo revelan esta verdad.
La intención de este artículo es expresar una vez más, bajo los lentes del cristianismo, lo que significa e implica ser persona, específicamente hombres y mujeres. No deseo ahondar en la problemática psicológica del «yo», ni deseo, en la medida de lo posible, sonar como un fundamentalista o dogmático. De igual manera, no busco dar un recorrido histórico de las diversas interpretaciones, porque la búsqueda del significado y el propósito es algo que ha estado de los orígenes de la humanidad.
En las escrituras hebreas, base de la religión y reflexión cristiana, vemos que el salmista se pregunta: «¿Qué es el hombre (ser humano en la NVI), para que tengas de él memoria, y el hijo del hombre, para que lo cuides?» (Salmo 8:4). Se trata de una interrogante del hombre ante Dios: «¿Qué es el hombre, Señor?».
Esto nos revela algo importante: cada cosmovisión o religión trata de responder esta pregunta mirando a su deidad o a su grupo de creencias. El cientificismo tratará de responder esta pregunta investigando la naturaleza y al ser humano mismo; la anatomía y la biología podrían indagar en el humano presente; y la historia, la arqueología y la genética harán sus esfuerzos por indagar en los orígenes humanos.
El ateísmo, por otro lado, echará mano del materialismo/naturalismo. Buscará en la materia y el azar, dentro de un marco de tiempo de millones de años, para dar con nuestros orígenes. Somos hijos del big bang, por lo que no sería extraño que nuestras sociedades se encuentren en caos.
Si en verdad creemos que el ser humano es más y mejor de lo que es, entonces, ¿por qué seguimos buscando dentro de él la proyección de lo que puede llegar a ser o quisiéramos que fuera? ¿Por qué no mejor buscar más allá de él, más arriba de él? Este es el propósito del cristianismo: encontrar en el Dios revelado no solo a Dios mismo, sino a la humanidad también.
Interesantemente, si creemos en la evolución, deberíamos proponer los mecanismos por los que esta se ha llevado a cabo. Mucho de la selección natural impera en cualquiera de las posturas antes mencionadas. Si la selección natural está presente en un contexto evolutivo, ¿por qué nuestra genética aún sigue estableciendo dos sexos? Este proceso de selección hubiese implementado un mecanismo que resguardara nuestra psicología, la cual, siendo esencial en el ser humano, nos diferencia de los animales. Y si nosotros hacemos nuestro género según nuestra condición psicológica, llegando así a modificar nuestro “sexo”, ¿no habría sido más fácil que el proceso evolutivo y selectivo nos hubiese dotado a nivel genético de todos esos géneros que se plantean hoy? Pero vemos todo lo contrario. Solo hay dos sexos, hombre y mujer, y con ellos la condición psicológica adecuada para entendernos y expresarnos como tales. Más allá de eso solo es trastorno y confusión.
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