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Navidad: Dios que viene al hombre

La venida de Dios en Cristo es celebrada por todo cristiano en el mundo. Si bien es cierto que no sabemos con seguridad la fecha de su nacimiento, así como sabemos la de su crucifixión, no obstante, se celebra. Y, aunque esto último es cierto, no todos hablan de la “Navidad”. Para muchos esto de la Navidad es algo pagano. Mi intención no es, en ningún momento, hacer una apología de esta fiesta. Solo deseo recordar desde un ángulo, quizá uno muy cerrado, este drama de la venida de Cristo.

El drama de amor como creación

Tras la creación, Dios encomienda al hombre llevar la obra para la cual fue creado. Vemos en Génesis, luego de ese maravilloso acto de amor expresado en creación, cómo Dios, relacionándose con el hombre, le comunica su voluntad. Parece algo muy sencillo en la narrativa, pero es un acto único: Dios dándose a entender con el hombre y el hombre recibiendo de Dios su voluntad y maravillándose ante su presencia. Lo infinito en contacto con lo finito, sin absorberlo y sin hacerle de menos, sino relacionándose. Hay que resaltar que este acto de amor implica también la participación del hombre, participación solo en hacer la voluntad divina y seguir maravillándose del Creador. La vida no podía resultar en un deleite mayor.

El hombre inicia así su jornada, pero no tardará en darse cuenta de que necesita compañía, no porque el Dios de amor no sea suficiente, sino porque requiere un igual para disfrutar, amar y llevar a cabo esta voluntad que se le ha encomendado. Juntos, hombre y mujer, se abrirán paso en el camino de la vida, amándose, adorando y viviendo en Dios hasta que…

El drama del pecado

Esta parte de la obra es muy conocida, y es interpretada de diferentes formas. Pero aquí sucede algo importante: el hombre piensa en sí mismo, duda de lo expresado por Dios y cae ante la tentación. Sea que veamos esta narrativa como real o solo como una expresión mitohistórica de lo que en realidad fue, lo cierto es que el pecado es real.

Esta obra de amor que se expresa en todo lo creado, y que ha sido puesta en manos de los hombres con la dirección de Dios, ahora queda en manos de los hombres, a quienes ya no les interesa la dirección que Dios pueda dar. Quieren ser su propio “dios” y quieren hacer su propio acto de “amor” envaneciéndose.

El drama de la Navidad

Dios por los siglos, por medio de su pueblo, anuncia una y otra vez, por diversas formas y personajes, la venida de un Salvador. Este Salvador prometido es esperado, necesitado y aclamado por este pueblo, quienes con ansias esperan su venida. Pero recordemos que el hombre solo quiere un salvador que quite las cadenas de la esclavitud para seguir realizando su propio acto de “amor” (vanidad). En la penumbra, la humanidad no conoce el poder de la sombra que lo asecha ni el destino que le espera.

Muchos se cuestionan sobre el autor de la obra. ¿Pudo Dios, como creador, crear un mundo mejor?

La humanidad necesita del misterio de la encarnación. Misterio que solo puede darse en Dios mismo, el autor de esta obra. La Biblia nos da testimonio del testimonio de Dios. Su testimonio es el de una entrega completa en Cristo, un testimonio de vida, un testimonio de amor. Su acto de amor se manifiesta cuando crea, se acentúa cuando se encarna, se concibe victoriosa cuando muere y resucita y se completa en una futura gloria eterna. La encarnación es el centro de amor, como bien lo expresa Balthasar, un amor se que muestra en “gloria y majestad”.

Dios no estaba como se presenta en el Calderón de la Barca, donde se le ve arriba, fuera y lejano.[1] Dios el autor se introduce en la obra, dentro de la propia historia hace posible el cumplimiento esperado. De Dios nos preguntamos, ¿cómo tiene que ser Dios para que su revelación pueda alcanzar al hombre? “Dios es amor”, dice Juan. Dios es “acto puro”, decía Aristóteles. ¿Y si reunimos los dos aspectos y decimos que él es “Acto de Amor”?[2]

Dios es amor encarnado, amor que se revela, pero más importante aún, Dios es amor que se entrega. Un amor revelado y entregado es amor de Dios en Cristo Jesús.

Cuando Jesús se presenta, “no ha dicho: ‘yo’; ha dicho: ‘aquí estoy’”.[3] En Navidad celebramos que él se presentó “no mediante la autodefinición metafísica de un yo solipsista, sino bajo la forma de la responsabilidad, como quien se siente requerido, requerido por Dios y por los hombres”.[4] Dios, quien posee un amor infinito, ha demostrado su amor a la humanidad, y se aseguró de dejarlo marcado en dos maderos, el del pesebre y el de la cruz. 

En ese pesebre duerme Jesús, el Salvador prometido, necesitado y aclamado. Aquel que reconcilia a Dios y a los hombres, a la eternidad con el tiempo, a lo infinito con lo finito. En sus manos y su voz trae esperanza y paz, y con ellas perdón y salvación.

Celebrar la Navidad es celebrar a ese “Dios que viene al hombre”,[5] es acercarnos a ese primer madero que le recibió, es celebrar con gozo y alegría porque “un niño nos ha nacido, un hijo nos ha sido dado, y la soberanía reposará sobre sus hombros; y se llamará su nombre Admirable Consejero, Dios Poderoso, Padre Eterno, Príncipe de Paz” (Is 9:6).


[1] Nurya Martínez-Gayol, Aula de Teología Santander, 17 de febrero de 2009.

[2] A. Geschén (2013). Jesucristo, Dios para pensar (Salamanca: Sigueme, 2013).

[3] Ibíd.

[4] Ibíd.

[5] Idea de los escritos de Joseph Moingt: Dios que viene al hombre, 3 tomos, editorial Sígueme.

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