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Pedagogía eucarística: del texto a la comunión con Cristo

El relato de los discípulos camino a Emaús (Lc 24:13-35) considera la educación bíblica como una pedagogía eucarística, es decir, el maestro y estudiante son llamados a participar de la responsabilidad del estudio bíblico a la necesaria comunión con Cristo para la comprensión de la Palabra.

El relato tiene muchos componentes para analizar, pero, siguiendo los intereses de Lucas, podemos señalar el camino como un componente vital del evangelio. No solo en este relato donde sucede esta enseñanza (24:13, 28 y 35), sino en otros, como las parábolas del camino (10:30-33; 11:5-8; 12:58-59; 15:3-7; 15:11-32 y 19:22-27). Esta idea donde el resucitado se manifiesta en el camino a los discípulos recuerda la manifestación de Dios a su pueblo que nace en el camino.

El encuentro

Los discípulos que recorren el camino hacia Emaús lo hacen abstraídos por los últimos sucesos de Jerusalén que abandonan en cada paso. En esa discusión acalorada Jesús se acercó y caminó con ellos como poniéndose a su altura. Por la aclaración del v. 16 sabemos que el relato tiene una finalidad pedagógica, pues están incapacitados para reconocer a Jesús. Este encubrimiento puede interpretarse como una invitación hermenéutica para des-cubrir aquello que está oculto. Según Agustín: Dios oscurecía intencionalmente las Sagradas Escrituras con metáforas, con una capa de figuras,[1] para convertirlas en objeto de deseo.

En ese camino de propósitos pedagógicos Jesús pregunta a propósito, dos veces, sobre lo sucedido en Jerusalén (v. 17 y 19). No es que él no esté enterado del suceso, sino que quiere descubrir lo que estos saben al respecto, aunque desconozcan su significado. Ante las preguntas de Jesús los discípulos emprenden el camino de la explicación cargada de contenido teológico: la persona de Jesús (v. 19), la esperanza mesiánica (v. 21), la muerte (v. 20) y la resurrección (v. 22-24). Este contenido bien actualizado por los discípulos no resulta encarable por lo que Jesús empieza a explicar. 

El hermeneuta

Ante la explicación de los discípulos Jesús responde con un tono de reprensión al llamarlos “insensatos y tardos de corazón” por no creer “en todo lo que los profetas han dicho” (v. 25). Esto puede ser una crítica a la falta de inteligencia, no solo por el adjetivo insensatos (lit. sin inteligencia), sino también por el vocablo “corazón-mente”. La inteligencia y la afectividad conjugan la fe cristiana.

La reprensión de Jesús puede entenderse como la falta de responsabilidad de parte de los discípulos al no leer “correctamente” los textos, pues habiendo visto el acontecimiento de la cruz se alejan de Jerusalén. Luego de lanzar una pregunta retórica sobre los padecimientos de Cristo (v. 26), Jesús empieza desde Moisés hasta los profetas traduciendo las Escrituras sobre lo que dicen de él. Esto revela que el suceso de la muerte y resurrección se lee en un texto, ahora interpretado adecuadamente por Jesús que se explica así mismo en él (J-L. Marion).

No es que la sola lectura de los textos no dé cabida a la fe de los discípulos, sino que deben rectificar el camino de la interpretación a partir del resucitado, la nueva visión para leer la Palabra. Es decir, el oficio cristiano exige, más que la lectura del texto, tan informada como se requiera, el acceso a Cristo a través del texto. “Leer el texto desde el punto de vista del Verbo”.[2]

La revelación

Si estamos de camino a Emaús o buscando algún otro destino para huir de la falta de comprensión, el relato nos presenta el propósito pedagógico del v. 16. Cuando Jesús, de nuevo, finge como continuar con su camino (v. 28), los discípulos se sienten comprometidos a insistir en que Jesús se quede con ellos (v. 29).

Según el v. 30, sentados a la mesa, Jesús “tomó el pan y lo bendijo, lo partió, y les dio”. Inmediatamente, como resultado del partimiento del pan, a los discípulos se les abrieron los ojos, y le reconocieron, más Jesús desaparece ante sus ojos (v. 31). El acontecimiento de la invisibilidad del resucitado ha conferido a los discípulos muchas posibilidades, incluso de interpretación, indisociables de la experiencia hacia una nueva orientación para comprender mejor lo sucedido.

Por eso, a partir de la comunión con Cristo los discípulos pueden “recordar” que su corazón tardo devenía en transformación cuando Jesús les hablaba en el camino y les abría las Escrituras. La hermenéutica del texto culmina en la comunión con Cristo; la comunión con Cristo reaviva la lectura del texto. Trastocados ahora por el acontecimiento de la comunión con el resucitado, los discípulos retornan a Jerusalén y cuentan, es decir, hacen exégesis de ambos sucesos: lo que les había acontecido en el camino (v. 35a): lectura y explicación del texto; y el reconocimiento al partir el pan (v. 35b): comunión.

Conclusión

La pedagogía eucarística no solo acentúa la necesaria comunión con Cristo, sino la necesaria responsabilidad del creyente con la lectura del texto bíblico. Aunque es en la comunión con Cristo que los discípulos se descubren cegados, la comunión los ha posibilitado para trazar un camino donde el texto es conmemorado en ellos.

El maestro, pastor o teólogo que comienza su labor explicando el texto encuentra su lugar cuando él mismo se da como testimonio de la comunión a sus oyentes. El maestro es aquel que se comparte en la verdad enseñada para sus oyentes. La comunidad que escucha, interpreta y asimila las Escrituras solo podrá participar de ella si se deja interpretar por la Palabra.

La única condición para que esto ocurra, como en el caso de Cristo con los caminantes, tiene que ver con la guía de un profesor que entra él mismo en relación con lo que enseña. Gracias al servicio del maestro a través de su logos en el Logos (Jn 1:12), de su exégesis con el Exégeta del Padre (Jn 1:18), las palabras se hacen vivas, entran en el cuerpo, no solo como un medio para comunicar algo (“Moisés y los profetas”) ni un vehículo de información (“¿eres tú el único que no se ha enterado?” v. 18), sino como cuerpo, carne y vida compartida (“este es mi cuerpo”) sobre la mesa común: la verdad del resucitado que hospedamos en nosotros, como en Emaús.


[1] San Agustín, Las confesiones (Madrid: Gredos, 2010), III: 5,9; VI: 6,8.

[2] J-L. Marion, Dios sin el ser (Vilaboa: Ellago, 2010).

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