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¿Jerusalén o Atenas? La tarea de pensar a Dios

La pregunta relacional entre Jerusalén y Atenas es un tema histórico. Lo realizó originalmente Tertuliano: “¿Qué tiene que ver Jerusalén con Atenas, la academia con la iglesia?” Antes de él, y de manera provocativa, Pablo había anunciado a los atenienses acerca de la resurrección de la carne y la revelación del Dios desconocido (Hechos 17). A partir de ahí la constante resulta ser la frontera entre la filosofía y la teología, como dos modos de conocimiento.

La filosofía, por así decirlo, es la actitud con que una persona se enfrenta a la vida. Esta no ha de confundirse fácilmente con corrientes filosóficas que existieron desde la antigüedad griega. Las escuelas filosóficas son propuestas que nacen de la observación y la reflexión para ser consideradas racionalmente y aplicadas a la economía, política, antropología, religión, etc.

Por eso, hablar de filosofía como “amor a la sabiduría”, significa hablar del “amante del saber”, aquel individuo que decide observar la realidad y a partir de la admiración se inquieta a conocer el cómo, el qué y para qué de las cosas. La filosofía es pues consustancial al hombre que piensa y actúa ante los sucesos del mundo, incluyendo los saberes religiosos, bíblicos y teológicos.

Provocación cristiana

La provocación cristiana desde Pablo supone de alguna manera que el saber filosófico ha de escuchar también la “locura divina”. Puesto que Pablo mismo sí sabía acerca de los poetas y pensadores griegos (Hech 17:28), corresponde a la filosofía prestar atención a este otro saber.

El Logos propio del cristianismo aparece, pues, de entrada, como contradictorio ante todo dispositivo de la racionalidad “pagana”. Las palabras de Cristo, dichas en las aldeas de Galilea, no solo suponen unas palabras pronunciadas en el dialecto judío sino unas introducidas para trastocar la racionalidad universal. Esto lo sabían los filósofos como Nietzsche, Hegel, Schelling y Kierkegaard; al igual que los teólogos como: Pannenberg, Bultmann y Moltmann.

El escándalo y la locura de la cruz (1 Cor 1:23) propone a todo saber que el acontecimiento de Cristo está expuesto para todos: “Cristo fue crucificado fuera de los muros de Jerusalén y ofrecido como espectáculo a todos, de modo que todos pueden hablar de él, incluidos los filósofos” (J-Y. Lacoste). Pero lo es también a la inversa, a saber, que el acontecimiento de Cristo puede, de alguna manera, redefinir el proyecto filosófico.

¿Qué Sabiduría?

No hay duda de que en la filosofía se conjuga el amor y la búsqueda inquietante de la verdad en un mundo que da por sentado algunas doctrinas funcionales. Desde la filosofía clásica hasta la actual, la constante filosófica es la puesta en cuestión de las ideas, de las doctrinas, de los dogmas y las ideologías. Sócrates es un individuo que pone “patas arriba” el saber del pueblo e invita a considerar otras posibilidades de pensamiento.

Al igual que la tarea fundamental de esta tradición griega, los hebreos sin ser “racionales”, se enfrentaron con la realidad de Dios en su itinerario por el desierto. A esto, en filosofía, se le llama “experiencia fenoménica” y en teología “Revelación”. Es la realidad de Dios vivida en la experiencia de un pueblo desde donde se construye su sentido y destino.

Esta sabiduría se manifiesta con el Logos que desciende de lo alto y viene al mundo de las ideas para ser pensado y considerado, pues da vida y vida eterna. Nicodemo no logra, él mismo, comprender en primera instancia dicha sentencia, puesto que solo conoce el nacimiento natural (filosofía/Atenas) y desconoce todavía el nacimiento del Espíritu (teología/Jerusalén). Sin embargo, en el mismo acontecimiento cristológico el conocimiento “natural” posibilita el acceso a ese otro tipo de nacimiento. El cristianismo no elimina el ejercicio filosófico, sino que lo intensifica a la luz de la Revelación, pues, “mientras más se teologiza, más se filosofa” (Emmanuel Falque).

Pensar a Dios

Más allá del proyecto de la Ilustración, que hacía imposible la consideración del Dios bíblico en la especulación filosófica, la filosofía y la teología como obra humana consideran a Dios dentro del análisis de sus partes. Los teólogos no pueden pasar la vida pensando al Dios bíblico sin considerarlo especulativamente y los filósofos no pueden pasar desapercibida la revelación de Dios en Cristo y habitar solos en el olimpo del racionalismo.

A Dios se le piensa desde la apertura del hombre al mundo y luego a la recepción, al estilo de los discípulos de Emaús, de una fe que los vincula con lo divino. Es decir, todos tenemos entrada al conocimiento filosófico con la apertura al conocimiento teológico. Un cristiano puede poner todo su amor en un trabajo filosófico, pero no puede poner en ello ni su fe ni su esperanza: “la filosofía no es un camino de salvación” (J-Y Lacoste), ésta solo viene de Dios.

Conclusión

Resulta inevitable no considerar el pensamiento crítico que propone la filosofía para la fe cristiana, como inevitable para la filosofía considerar la verdad y el amor que propone la revelación bíblica.  Mientras la filosofía saca al individuo de la caverna y lo lleva al mundo de la verdad como búsqueda amorosa del saber. La teología, en tanto bíblica, posibilita la apertura humana (filosófica) hacia el Absoluto, al Dios encarnado. Ambos saberes son fórmulas universalmente válidas y legítimas, quien considere lo contrario quizás no ha llegado a la consideración humilde de la filosofía: ama el saber y busca siempre la verdad; y tampoco a la consideración teológica: Dios es amor y su Luz ilumina a todo hombre que cree en Él.

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