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Las disciplinas espirituales, parte 3

En entregas anteriores hemos estudiado a grandes razgos el significado de las disciplinas espirituales para la vida de los hombres y de las mujeres que constantemente buscan cultivar su piedad, culpir su contemplación y, por supuesto, alimentar su devoción. 

Además, hemos dicho que las disciplinas espirituales se definen como aquellos espacios que permiten al ser humano desarrollar plena comunión con su Creador y formar el carácter que lo distingue como un auténtico discípulo del Señor Jesucristo.

Y así, hasta ahora hemos reflexionado en la importancia del estudio serio y concienzudo de las Sagradas Escrituras como el no menos relevante diálogo sincero con el Padre Celestial, es decir, la oración.

En el presente artículo estaremos repensando el significado bíblico y teológico del ayuno como una práctica elemental para la vida del creyente. 

Para algunos estudiosos, el ayuno es un ritual de abstención de alimentos con fines espirituales y morales. Existen muchos ejemplos de ayunos tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento. De hecho, “Los israelitas ayunaron cuando los filisteos devolvieron el arca (1 S. 7:6). Nehemías ayunó cuando oyó del lamentable estado de Jerusalén (Neh. 1:4). Joel exhortó al pueblo a volverse al Señor con ayuno (Jl. 2:12). Cornelio guardaba un ayuno cuando se le dijo que buscara a Pedro (Hch. 10:30). Hubo un ayuno cuando Pablo y Bernabé fueron comisionados para su primer viaje misionero (Hch. 13:3), y Pablo habla de sus propios y frecuentes ayunos (2 Co. 6:5; 11:27)»[1]

Por todo ello, «parte del propósito del ayuno es apartarse para tener comunión con Dios, buscar su guía y fortalecer el deseo de practicar una auténtica intercesión como también acrecentar la fe.” Por otro lado:

El ayuno escritural incluye: (1) La humillación de sí mismo, aflicción por el pecado, arrepentimiento y la búsqueda del perdón de Dios (Samuel e Israel: 1 S. 7:5–6; Acab: 1 R. 21:27); (2) el arrepentimiento vicario por la nación o el pueblo (Moisés: Dt. 9:9); (3) buscar humildemente la misericordia, ayuda y dirección de Dios (Josué: Jos. 7:6–7; Israel: Jue. 20:26; David: 2 S. 12:16; Sal. 35:13; Josafat: 2 Cr. 20:3; Ester: Est. 4:16; Nínive: Jon. 3:5; Esdras: Esd. 8:21); (4) suplicar la bendición y ayuda de Dios para una nueva aventura espiritual (Hch. 13:3) o consagrar nuevos líderes eclesiásticos (14:23); (5) la comunión prolongada y/o secreta con Dios (Moisés: Éx. 34:28; Jesús: Mt. 4:2); (6) el hábito devocional disciplinado (Cornelio: Hch. 10:30); (7) como parte de una profunda vida y ministerio intercesores (Ana: Lc. 2:37); y (8) como una manifestación de tristeza (1 S. 31:13; 2 S. 1:12).[2]

Vale la pena recordar que tanto las Sagradas Escrituras como en la historia del cristianismo se dan a conocer los peligros y posibles abusos de esta disciplina espiritual, es decir, el ayuno. En especial porque puede: “ (1) llegar a ser un fin en sí mismo (Zac. 7:5); (2) confiar que por medio del ayuno se puede ganar el favor de Dios (Is. 58:3; Lc. 18:12); (3) llegar a considerarse un sustituto del arrepentimiento y del cumplimiento de la voluntad de Dios (Jer. 14:11–12); (4) ser una ostentación de religiosidad (Mt. 6:16).[3]

Por todo ello, muchas confesiones de fe han suprimido la práctica del ayuno para evitar el uso inadecuado de esta disciplina. Sin embargo, creo que es necesario darle el correcto sentido y propósito que las Escrituras le dan a esta práctica en el espíritu de la enseñanza de Jesús:

Cuando ayunéis, no seáis austeros, como los hipócritas; porque ellos demudan sus rostros para mostrar a los hombres que ayunan; de cierto os digo que ya tienen su recompensa. Pero tú, cuando ayunes, unge tu cabeza y lava tu rostro, para no mostrar a los hombres que ayunas, sino a tu Padre que está en secreto; y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en público. Mateo 6:16-18

Y de esa manera, estimado lector, no olvidemos que Jesús nos animó a la práctica del ayuno con una postura de humildad y dependencia consciente de Dios.


[1] William Kelly, “Ayuno”, en Diccionario de Teología (Grand Rapids: Libros Desafío, 2006), 71–72.

[2] Wesley L. Duewel, “Ayuno”, en Diccionario Teológico Beacon (Lenexa: Casa Nazarena de Publicaciones, 2009), 81.

[3] Wesley L. Duewel, “Ayuno”, 81.

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