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Al escuchar el fervoroso discurso del papa Urbano II, encomiando a las huestes cristianas a cumplir su sagrado deber de acudir en defensa de sus hermanos griegos ya que “Dios así lo quería”, los asistentes del Concilio de Clermont (1095) respondieron, primero tímidamente y luego al unísono, “Dios lo quiere” (Deus le veult, o Deus lo vult), “así lo quiere Dios”. El resto fue historia.
La primera cruzada dio paso a muchas más, en donde los cristianos se destacaron por grandes actos bélicos y de bravura, pero también por interminables saqueos, crueles matanzas e innumerables abusos. Las cruzadas son, hasta el día de hoy, utilizadas por muchos como ejemplos vivos de lo que el fanatismo religioso puede lograr, y de cómo aquellos que se declaran seguidores de Dios, pueden terminar actuando cuál legiones satánicas blandiendo la cruz. Esto, mientras regulan una cantidad ingente de estatutos que garantizan que efectivamente “están cumpliendo la voluntad de Dios”. Como muestra un botón: los cristianos en épocas de los cruzados fueron encomiados a únicamente batallar contra otros cristianos los lunes, martes y miércoles, ya que los demás días eran sagrados por ocurrir durante el período de la pasión de Cristo.[1] La ironía es evidente.
Hoy la iglesia se enfrenta a un problema similar. En cada esquina se levantan personas que proclaman “Deus Vult” y en el acto se constituyen como intérpretes de aquello que Dios desea y pide, especialmente en el ágora moderna. Desde antaño la fe cristiana ha tenido problemas con compaginar el llamado radical de Jesús y la manera en que dicho mensaje puede aplicarse o no en la res pública. De sobra es conocido que grandes abusos han sido cometidos en nombre de la fe, pero lo que no nos detenemos a analizar es que aquellos que realizaron esos abusos probablemente sentían ese celo ferviente y una firme convicción de estar haciendo lo correcto. Es decir, ellos no eran conscientes de las grandes contradicciones entre su actuar y el mensaje evangélico que proclamaban enarbolar. En su tiempo, masacraron aldeas mientras caminaban convencidos de su piedad y santidad.[2]
En la actualidad podemos caer en el mismo problema. Podemos interpretar los signos de los tiempos erróneamente, o reaccionar incorrectamente ante los mismos, y ante el grito de “Deus Vult” actuar en la dirección opuesta de aquello que hubiese hecho el nazareno. Cegados por el deseo del poder político, o deseosos de imponer el reino de Dios por la fuerza (y poniendo nuestra fe en el ahora y el presente, no en el dueño del futuro), nos volvemos enemigos del mensaje que predicamos.
El opuesto también es dañino e igualmente peligroso. Han existido comunidades de fe que, acomodadas a su realidad, no son capaces de plantarse firmemente por la verdad. Estas comunidades erróneamente malinterpretan su confianza y su fe en Dios y la usan como excusa para no inmiscuirse en la defensa del oprimido y la justicia que tanto pidieron los profetas veterotestamentarios. En este punto, observo dos posturas igualmente peligrosas y con mucho potencial destructivo. Usaré un par de ejemplos que ocurrieron durante la segunda guerra mundial para mostrar sus peligros y riesgos.
Primeramente, muchos cristianos en Alemania estaban consternados y preocupados por el movimiento comunista y muchas de las ideas que propugnaban. Ante ellos, el proyecto nacionalsocialista se levantaba como baluarte que defendería las libertades cristianas, y es más, se declaraba “nominalmente” como un proyecto con principios cristianos. En el Artículo 24 de la Plataforma del Partido Nazi de 1920, se leía: “El Partido como tal se atiene al punto de vista de un cristianismo positivo sin atarse confesionalmente a ningún credo en particular.”[3] Si bien las reacciones ante el ascenso del Nacionalsocialismo fueron variopintas, no es menos cierto que muchos alemanes, producto del miedo ante el comunismo y ateísmo que se avecinaba, vieron en Hitler la esperanza de un estado con principios cristianos.[4] Este grupo ejemplifica vivamente la iglesia atemorizada de perder el poder político. La iglesia que utiliza al estado para sentir seguridad. Ejemplos vivos del presente constituyen al Patriarca Kiril, en Rusia, quien identifica a Putin como el salvador de la Rusia moderna, y su régimen como un “milagro de Dios”.[5] Asustados por las ideas liberales de occidente, la iglesia rusa pone su esperanza en Putin, y asegura una alianza beneficiosa para ambos. En las paredes del Kremlin resuena todavía el “Deus Vult”. Como falsos profetas, se habla en nombre de Dios sin haber sido comisionados a ello por mandato divino (Dt 18:20).
Una iglesia agazapada, con miedo, tiende a votar y a apoyar a aquellos que la utilizan para su beneficio. Una iglesia asustada podrá terminar apoyando a aquellos que con sus hechos representan lo opuesto al proyecto salvador de Dios. Porque el reino de Dios, hay que recordar, “no es de este mundo”. Cada vez que la iglesia busca el apoyo político por “salvarse”, puede correr en un grave peligro. Ante la realidad cada vez más secular y anticristiana del mundo, la iglesia debe recordar que el reino de Dios no vendrá por espada o por legislación, sino por el mensaje revolucionario y transformador del que murió en la cruz.
El segundo ejemplo hunde sus raíces también en la segunda guerra mundial. Muchas personas dentro de la iglesia cristiana tuvieron muchísimo miedo de enfrentar al estado totalitario alemán cuando este había mostrado a todas luces su verdadera naturaleza. El problema era saber cómo por “vivir su fe” y “salvar el pellejo” a la vez. Ante el miedo a ser encarcelados o asesinados, primaba el deseo de supervivencia. No obstante, muchos decidieron que su fe los movía a actuar. No podían ser espectadores pasivos de lo que observaban. Entre ellos conocemos los casos famosos de Dietrich Bonhoeffer y Martin Niemöller. Bonhoeffer, por un lado, decidió apoyar y participar en un movimiento que buscó deshacerse de Hitler, con apoyo de varios líderes dentro de la Wermacht. Su decisión le costó la vida. Niemöller, por otro lado, pasó ocho años en varias prisiones alemanas pagando el precio de oponerse al régimen. Varios predicadores dentro de la Iglesia Confesante Alemana decidieron hacer más que solo apoyar limitadamente la causa. De sobra es conocida su cita, muchas veces citado como un poema: Primero vinieron por los socialistas, y guardé silencio porque no era socialista. Luego vinieron por los sindicalistas, y no hablé porque no era sindicalista. Luego vinieron por los judíos, y no dije nada porque no era judío. Luego vinieron por mí, y para entonces ya no quedaba nadie que hablara en mi nombre.[6]
Niemöller y los suyos tenían una fe anclada en el Dios del ayer, hoy y mañana, y no pudieron quedarse simplemente a ser espectadores de lo que ocurría. Su fe en el Dios vivo los impulsó a arriesgar su propia integridad con tal de encarnar el Evangelio. Sus acciones sí encarnaron el “Dios así lo quiere” de manera real, auténtica y visible, que palidece en comparación a la de los cruzados de antaño. Una iglesia enfocada en el presente, con metas y enfoques materialistas, no podrá ser un testimonio visible de Jesús, ya que estará asustada y agazapada. Pero también es importante resaltar el compromiso político de los seguidores de Jesús. Hemos sido llamados a ser sal y luz. Y eso siempre será contracultural. Siempre habrá conflictos que nos sitúen frente al kyrios o “señor” de este mundo. Y la iglesia debe estar dispuesto a sufrir dichos sacrificios y consecuencias; no porque esos actos son un fin en sí mismos, sino porque esos actos son el testimonio visible del Reino de Dios en el aquí y ahora.
Ante las disyuntivas complejas del presente, la iglesia está llamada a confiar únicamente en Dios, el dueño del futuro. La iglesia está llamada a no confiar en el poder político actual, ni en desear imponer el Reino por la fuerza y desde arriba: creo que Dios así lo quiere (Mt. 13:31-32). La iglesia también está llamada a actuar valientemente y oponerse a todas las fuerzas destructoras y demoníacas del presente: su verdadero Señor ya venció y vencerá. Esto requiere valor, compromiso y fe. Creo que Dios así lo quiere (Marcos 13:9-13). Si así lo hace, es posible que los fieles que vengan en el futuro puedan ver en nosotros, no un ejemplo de los cruzados que mataron diciendo “Deus Vult”, sino aquellos que vivieron fielmente, predicaron valientemente y sufrieron pacientemente diciendo “Dios así lo quiere”.
[1] Richard Landes, “Peace of God: Pax Dei”, Center of MIllenial Studies at Boston, citado por Trey Witworth, “The Peace of God and Truce of God”, 21 de septiembre, 2016. StMU Research Scholars, https://stmuscholars.org/the-peace-of-god-and-truce-of-god/ (18 de agosto de 2023).
[2] Obviamente es de sobra conocido que en la empresa cruzada iban muchas personas de mala calaña que eran mucho más propensas a los abusos.
[3] “Las Iglesias Alemanas y el Estado Nazi” Enciclopedia del Holocausto. https://encyclopedia.ushmm.org/content/es/article/the-german-churches-and-the-nazi-state
[4] Para leer más al respecto, recomiendo el texto de Ian Kershaw, Hitler, the Germans and the Final Solution.
[5] Borys Gudziak, “Russian Orthodox leader Patriarch Kirill’s unholy war against Ukraine”, 03 de agosto, 2023, en Atlantic Council. https://www.atlanticcouncil.org/blogs/ukrainealert/russian-orthodox-leader-patriarch-kirills-unholy-war-against-ukraine/ (18 de agosto de 2023).
[6] Martin Niemöller, citado en “MARTIN NIEMÖLLER: ´PRIMERO VINIERON POR…’ ”. Enciclopedia del Holocausto. https://encyclopedia.ushmm.org/content/es/article/martin-niemoeller-first-they-came-for-the-socialists
La espiritualidad cristiana, definitivamente, tiene que ver con la totalidad de la vida, es decir, se lleva a cabo y se ejercita en lo individual y en lo comunitario, en la soledad y en lo social. También es cierto que esta tiene un fin: acercarnos más a Dios y a nuestro prójimo. ¿Cuáles son aquellas prácticas que nos ayudan a ser mejores discípulos del Señor? ¿Qué es, realmente, la “espiritualidad cristiana”? ¿Hemos olvidado ejercicios espirituales valiosos? Te invitamos a unirte a esta nueva conversación.
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