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A la sombra del Galileo

La novedosa novela de Gerd Theissen llamada “La sombra del Galileo”, narra la misión de un joven llamado Andrés, quien, encomendado por Pilato, debe reunir información sobre los movimientos religiosos en Palestina. En el camino se encuentra con un tal Jesús de Nazareth. Andrés, impactado por lo que ve y escucha, le sigue a cierta distancia con el fin de investigar esto que parece un nuevo movimiento.

El joven Andrés seguía a Jesús, pero, a medida que se acercaba a este prodigioso predicador, no podía evitar el sentirse atraído por su mensaje y sus actos, englobados en un carisma de amor y misericordia. ¿Qué implicaciones tendrá esto en la vida de Andrés?

La gracia barata

Dietrich Bonhoeffer, teólogo alemán escribió varias obras hermosas, al tiempo que retadoras. En su libro, El precio de la Gracia (1937), él distingue entre “gracia barata y gracia cara”, comparación que nos resultará útil.  

La idea de fe, gracia y de seguimiento, se han corrompido y diluido. Vemos el mercado cristiano de la predicación, la oración, la música y la literatura, impulsada e inclinada hacia un progresismo que, muchas veces, pasa desapercibido. La música ha olvidado su espiritualidad y el arte ha dejado la representación de la belleza.

Nuestro discipulado no está lejos de esto. Hemos convertido nuestras reuniones en club social, en bufé espiritual y en discriminación del mensaje que deseamos recibir. Nuestro contenido influenciado por la psicología, de inclinación superficial y progre (la filosofía también bebe de ideologías), donde el tema que interesa son las emociones, dejando a un lado la visión holística del ser humano, y creyendo que, por decir que debemos orientar las emociones a Dios y controlarlas con la razón, entonces todo estará bien. O donde solo interesa si el evangelio habla a condición situacional, económica o cultura; o si habla a mi condición de hombre y mujer a costa de Gálatas 3:28.

Lo anterior y mucho más es lo que Bonhoeffer llamaría gracia barata. Esta es una gracia que no requiere seguimiento, que no requiere la cruz, la que es gracia como presupuesto, que se libra del seguimiento porque se presupone simplemente la voluntad salvífica de Dios, gracia sin precio, que no cuesta nada. Será esa gracia como doctrina, como principio, como sistema, que verá el perdón de los pecados considerado como una verdad universal, es el amor de Dios interpretado como idea cristiana de Dios. De forma irónica, Bonhoeffer dijo que el que posee la gracia barata, sólo con afirmar poseerá ya el perdón de los pecados y que, la gracia barata, es la justificación del pecado y no del pecador.

La gracia cara

Esta gracia es la que configura el seguimiento. La gracia cara es como el tesoro oculto en el campo, por la cual, el hombre que la encuentra vende todo cuanto tiene, es la perla preciosa por la que el mercader entrega sus bienes.[1] Con estas palabras, citando la parábola de Jesús, se nos dice que la gracia cara es la llamada de Jesucristo que hace que, el discípulo, abandone sus redes y le siga (Mr 2:14).

Esta gracia es cara porque llama al seguimiento, es gracia porque llama al seguimiento de Jesucristo; es cara porque le cuesta al hombre la vida, es gracia porque le regala la vida; es cara porque condena el pecado, es gracia porque justifica al pecador.[2]

El que su yugo sea fácil y ligera su carga (Mt 11:30), no implica que no llevemos nuestra cruz y le sigamos (Mt 16:24). La cruz, tanto para Jesús como para nosotros, implica sacrificio. Su sacrificio es nuestro perdón y salvación, nuestro sacrificio es seguimiento.

Bonhoeffer es tajante al pronunciar que, solo quien renuncia a todo lo que tiene, siguiendo a Jesucristo, puede decir que es “justificado por la fe sola”. Que terrible es ver que nuestro pueblo cristiano, se hizo cristiano, pero a costa del seguimiento y a un precio demasiado bajo. Resulta claro, entonces, que la gracia barata haya hundido más vidas cristianas que cualquier fe basada en las obras.

Nuevo ser y seguimiento

La tesis central de la gracia es que esta requiere el seguimiento, ya que solo quien cree obedece; y sólo quien obedece cree. Al decir, “sólo quien cree obedece”, expone la fe que exige, como consecuencia, la obediencia a la palabra de Dios. Al decir, “sólo quien cree obedece”, se refiere a la fe que existe sólo en la obediencia y se materializa en obediencia a la palabra de Dios, ya que, Jesús llama al seguimiento, y este seguimiento no es sólo fe, sino fe y obediencia, obediencia y fe. Entonces, donde no hay seguimiento no hay fe.

Pero ¿es posible el seguimiento sin ser librado del poder opresor y desnaturalizante del pecado, sin una adecuación o reconfiguración del ser? No lo es. Por eso, en cuanto a que el cristiano es un nuevo ser, Paul Tillich dijo: “Ese ser nuevo es el poder de la redención entendida como participación en él (renacimiento), integración a él (justificación) y transformación por él (santificación)”.[3]

Discípulo es aquel que “vive en la imitación del amor universal del Padre. Al Padre, hay que buscarle y conseguirle en Jesús. Todo hombre es a la vez relación y coordinación, existe en reto y respuesta”.[4] El reto estuvo delante de Jesús y su respuesta fue entregarse y seguir al Padre. Así, Jesús es testigo fiel del hombre, ya que caminó como verdadero hombre hacia el Padre, y testigo fiel de Dios, ya que entregó el amor universal del Padre al mundo (Jn 3:16).

El seguimiento se presenta ante un hombre libre, y la respuesta de seguimiento se entrega en libertad. Andrés, en la novela de Theissen, sigue a Jesús, pero al inicio le sigue de lejos, oye sus palabras, ve sus obras con asombro y cree lo que ve, pero no sigue las consecuencias del llamado que implican estas palabras y estas obras.

Nuevas sombras

El secularismo ha trastocado nuestra fe y nuestro seguimiento, y nos hemos rendido ante el cristianismo liquido de la gracia barata. Si secularizando la fe y el seguimiento es como estos se pierden, es cristianizándolos como estos logran ser salvos.[5]

La ortodoxia ha reemplazado el lugar del seguimiento y la creencia el lugar de la santidad. Por medio de la renovación del Espíritu Santo en nuestra vida, nuestro seguimiento no será a la distancia, en su lugar, nuestro seguimiento será como el de André, quien, a medida que investigaba, seguía, veía y oía a Jesús de Nazaret, algo dentro de él cambiaba, iba conformándose a la imagen de aquel a quién investigaba. Pero el costo de su seguimiento no fue barato.

Si no hay una cruz en nuestras vidas, entonces, jamás habrá resurrección. En nuestra imitación de Cristo, primero debemos morir para después vivir. Claro, no es una muerte física, sino una espiritual, es la mortificación, negarme a mí mismo (gracia cara). Si no morimos no podremos vivir, con él, por él y para él.

El hombre se esfuerza por su perfección, pero es Dios quien lo consuma. Por eso es importante comprender y vivir en consecuencia con el Dios-encarnado, ya que un Dios-encarnado, no corre el peligro de ser una formula (gracia barata). Este Dios encarnado es nuestro eje, los pasos tras los que caminamos, las manos que imitamos, las palabras que reproducimos, el amor que entregamos. No sigamos a Jesús como quien desea realizar un reporte o informe religioso, sigámoslo bajo las implicaciones de la cruz: “Dejadlo todo y seguidme”.


[1] Dietrich Bonhoeffer, El precio de la gracia (Salamanca: Sígueme, 2022), 15-25.

[2] Ibid., 16.

[3] Paul Tillich, Teología sistemática II: La existencia y Cristo (Salamanca: Sígueme, 2012).

[4] Olegario González en su maravillosa obra: “Jesús de Nazareth. Aproximación a la cristología”, nos brinda una cristología no desde arriba, ni desde abajo, sino desde adentro.

[5] He creado esta frase modificando las palabras de Gilson, «Si secularizando a la naturaleza es como esta se pierde, es cristianizándola como se salva», Gilson, E. Christianisme et philosophie, 117.

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