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El pesebre como lugar divino

Para comprender el mensaje y misión de Jesús cabe pensar en el misterio de sus márgenes, el nacimiento, la muerte y resurrección. Para Lucas y Mateo, la concepción de Jesús y su nacimiento muestran que él es el Hijo de Dios desde el principio de su existencia humana. Dicha existencia no enfatiza sobre el ser de Jesús, sino del lugar que posibilita la revelación de Dios. A Dios se le conoce, ya no a partir de qué o quién es, sino por su manifestación.

La filosofía del siglo pasado había considerado la ausencia de Dios como un hecho innegable, daba por sentado también la ausencia de los lugares divinos. No solo dio pie a considerar que esos lugares ahora eran profanos, sino a separar los espacios: de lo profano y lo sagrado.

El relato bíblico de Belén y los lugares que conforman el nacimiento de Jesús no solo nos plantean la disposición de Dios al nacer en el mundo, la ruptura de la sacralidad de los espacios del palacio y el templo, sino, también, afirman la radicalidad de que Dios no se sustrae del mundo en su ausencia, sino lo llena al nacer.

En la ciudad de David

Según Lucas 2, José y María subieron a Belén a empadronarse (vv. 4-5) y estando allí se cumplieron los días del alumbramiento (v.6). La particularidad del relato es que no encontraron un sitio adecuado en la ciudad de David. De la misma manera que Jesús fue crucificado fuera de la ciudad (Heb 13:12) vino al mundo también fuera de la ciudad.[1]

A partir de la mención del pesebre, donde María acostó al niño (v.7) la tradición infiere que fue en un establo. Por lo menos en el evangelio de Lucas no se menciona la presencia de los animales. Las tradiciones clásicas consideran el imaginario en Isaías 1:3 y Habacuc 3:2 (de la LXX) para mantener hoy en el arte la presencia del niño en compañía de los animales.

Es el pesebre el que se convierte en el lugar de la presencia de Dios. El mundo habitado, fuera de los muros y del gran templo aducen que la natividad es siempre la espera de la manifestación de Dios en el mundo. Los lugares divinos están en la intemperie. A la manera filosófica, Dios no se sustrae del mundo dejando una huella en el lugar ahora profanado por “la muerte de Dios”, sino posibilita un lugar donde es posible encontrar a Dios.

Un poder mayor

Ante el mundo habitado de César Augusto (Lc 2:1) el pesebre donde yace Jesús no se alza con un signo de poder mundano, sino en pobreza y debilidad.[2] No solo como la realidad de la familia, que, según Lucas, están entre los pobres de Israel. La ofrenda de la gente sin recursos, tal como la que ofreció María consistía en un par de pichones o de tórtolas (Lc 2:24). El pesebre se alza también ante la realidad de los poderes mundanos y políticos.

La señal dada a los pastores en el campo es acerca del niño en el pesebre: el salvador, el Cristo, el Señor yace como recién nacido en el comedero (2:12). A partir de esta mención no hay contraste más agudo e imaginable entre la fortaleza divina y la debilidad humanan ante los poderes de este mundo. En este sentido, la disposición de lo divino en el pesebre presenta una mirada diferente para los lugares divinos.

La paz anunciada por los ángeles ilumina ahora el mundo habitado. La gloria de Dios en las alturas (lit. cielos) no se sustrae del mundo, sino abre una analogía en la tierra. Con el nacimiento del Mesías llega al mundo una paz mayor que la del mundo, una paz mayor al que Augusto trajo al imperio Romano. Por esa razón, la paz del niño desde el pesebre no se contrapone a la paz terrena, pero es siempre mayor que ella. La paz que es iluminada desde el pesebre y anunciada desde el cielo es la paz del Reino de Dios, diferente a todo poder terrenal.[3]

Oración y adoración

En la errancia nocturna de los pastores que fueron sorprendidos y envueltos en la luz (2:9) en las afueras. El anuncio de la alegría por el ángel, como señal de la apertura de los cielos en la tierra, marca ahora el paso de los hombres hacia Belén, el sitio del lugar divino. El pesebre no es ya el lugar del abandono ni de la exclusión sino de la presencia.

El lugar del nacimiento, a diferencia de los espacios profanados por “la muerte de Dios” no suspende la oración y la adoración. Gracias a la ruptura de la inmanencia posibilitado por el nacimiento y con el anuncio de los ángeles desde los cielos, la tierra habitada es ya un lugar abierto hacia Dios y para todo el pueblo.

La ciudad de David ilumina ahora el mundo entero, no desde el templo o el palacio, sino desde el pesebre como lugar de Dios. Solo es posible glorificar y alabar a Dios en esta navidad si oímos y vemos cómo los lugares desfavorecidos anuncian el nacimiento del Mesías e iluminan una vez más nuestro mundo, como la noche del nacimiento.


[1] Joseph Ratzinger, La infancia de Jesús (Barcelona: Planeta, 2012), 33.

[2] Cf. Helmut Hoping, Jesús de Galilea (Salamanca: Sígueme, 2022), 61.

[3] Ibíd., 62.

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