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En la primera parte de esta serie exploramos el contexto histórico y político que dio lugar al Concilio de Nicea, marcado por la figura de Constantino y el paso de la Iglesia de la persecución a la aceptación imperial. Ahora, en esta segunda parte, nos adentramos en una de las herejías que motivaron dicho concilio: el pensamiento de Arrio.
En el año 324 d. C. Constantino se coronó como emperador único restableciendo en su favor el Imperio Romano unificado. Más allá de las reformas se encuentra el apoyo que le brindó a la iglesia. Ésta vivió la transición de una época de persecución a una época de libertad. Tanto que se le consideró como un tipo de Cristo encarnado, pues fue el primer emperador romano en convertirse al movimiento cristiano.
Alfonso Ropero menciona: “Cuando se dice que Constantino otorgó a la iglesia un privilegio tras otro, hay que tener en cuenta que se partía de una situación en la que no se tenía nada. Por no tener, no se tenía ni derecho a la existencia”.[1]
A pesar de esto, las persecuciones iniciaban un nuevo episodio de confrontación para la iglesia, de manera interna. Pues, estas, dieron mayor fuerza a las herejías y entre las más fuertes se encuentra la de Arrio.
El arrianismo
Arrio fue sacerdote y escritor del siglo IV. Se cree que estudió en “La escuela exegética de Antioquía”. La influencia histórica que la escuela mantenía era similar a la que mantenía la escuela de Alejandría. Pero si hablamos a nivel de pensamiento cristiano; la escuela de Antioquía se enfocó más en la literatura Bíblica y en desmontar el pensamiento de los autores; no tanto en lo espiritual como la escuela de Alejandría.
Justo en esa escuela se cree que Arrio se convirtió en discípulo de Luciano de Antioquía. Epifanio de Salamina un gran defensor de la ortodoxia cristiana le colocó a Luciano el título de “El padre del Arrianismo”. A pesar de esto Cabañero menciona que “Atanasio, que tanto combatió a los arrianos, no le atribuye error alguno”.[2]
No se tiene más información de Luciano ni de su movimiento. Pero se entiende que Arrio aprendió mucho de Luciano; y le dio las bases para desarrollar sus pensamientos doctrinales. Entre sus escritos se encuentran cartas, fragmentos y algunos testimonios. De esa forma Fernández invita a los lectores a examinar los escritos de Arrio en tres perspectivas: “El Arrio de las cartas, El Arrio de los fragmentos y El Arrio de Alejandro”.[3]
El Arrio de las cartas
Las cartas de Arrio nos permiten entender su teología desde tres perspectivas, entorno a sus destinatarios. Buscando ayuda con un aliado (Carta a Eusebio de Nicomedia), la lucha contra un adversario (Carta a Alejandro de Alejandría) y su mensaje a la autoridad (Carta a Constantino).
En su carta a Eusebio, logramos ver cómo Arrio se opone ante lo que su obispo (Alejandro de Alejandrina) cree en cuanto a la trinidad. Alejandro fomentaba estrictamente la coexistencia entre el Padre y el Hijo; hizo énfasis en que ni el Padre, engendró al Hijo; ni el Hijo al Padre. Y también hace énfasis en que ninguno era anterior al otro, porque ambos existían desde el inicio. Alejandro mantuvo su postura en que “Siempre Dios, siempre Hijo”.[4]
Aunque Arrio se negaba a aceptar esa coexistencia entre Padre e Hijo, afirmó que “Dios existe, sin principio, antes que el Hijo”.[5] Para Arrio el Hijo no es inengendrado, ni tampoco forma parte del Padre y tampoco proviene del sustrato del Padre. En forma de resumen, Arrio sostenía que el Padre no tenía un inicio, pero el hijo sí. Para él, el Hijo era creación de Dios y no parte de la coexistencia del Padre.
En su carta a Alejandro de Alejandría nos explica un poco más detallada su teología. Arrio tenía más que claro el concepto de Dios, de esa forma decía: “Conocemos un único Dios, único inengendrado, único eterno, único sin principio, único verdadero”.[6] Pero al hablar del Hijo, Arrio tenía un concepto equivocado, pues, afirmaba de Dios “el cual ha engendrado al Hijo unigénito antes de los tiempos eternos”.[7]
Si bien es cierto que Arrio no negaba la figura del Hijo, como el Salvador del mundo. Sí alteraba la fe tradicional de aquel tiempo, o su lex orandi, que era trinitaria. De esta forma, Arrio buscaba mostrar que el Hijo proviene del Padre, que es su creación, pero no como el ser humano u otras especies formadas, sino que de una forma única. Con el tiempo ese pensamiento en el movimiento arriano se deformaría y se opondrían como movimiento en lucha hacía con el Hijo.
El Arrio de los fragmentos
Los fragmentos que se usan de base para estudiar la doctrina de Arrio son parte de la obra “Thalia” o también conocida como “El banquete”, pertenecientes a Arrio. Estos fragmentos fueron seleccionaos y extraídos por Atanasio años después del concilio de Nicea. Atanasio creó una crítica en contra del arrianismo llamada “Contra Arrianos”, tomando en cuenta estos fragmentos. Atanasio mismo menciona en su obra que “estas son partes de las fábulas que hay en el ridículo tratado de Arrio”.[8]
Arrio hacía mucho énfasis en el tiempo. Dios como creador existen desde siempre en la línea temporal; pero el Hijo es concebido en esa línea; o sea no existe desde siempre. Fernández cita a Atanasio diciendo “Pues –dice [Arrio]–, Dios estaba solo y todavía no existía el Logos y la Sabiduría”.[9]
Otro de los errores en el que Arrio se encuentra es en la negación de la eternidad de Dios como Padre. Recordando líneas arriba, Alejandro Mantuvo su postura en que siempre Dios, siempre Padre, pero era algo que Arrio debatía constantemente. En el pensamiento de Arrio Dios fue Padre hasta la existencia de un hijo. Dios no fue Padre desde el inicio, sino solo hasta la creación de un Hijo.
El Arrio de Alejandro
Alejandro de Bizancio nos ofrece una síntesis muy importante del pensamiento arriano. Este fragmento es muy importante ya que fue pre-Niceno. Esto abre una puerta grande para entender el pensamiento de Arrio y del grupo ya formado por él antes de dicho concilio.
Alejandro ofrece una síntesis y aborda un punto principal en la herejía de Arrio. Para Arrio la creación de Cristo se da en una línea temporal, la existencia de Dios es eterna, pero la del hijo no. Dios no tiene un inicio, y, por lo tanto, tampoco un final; pero en el caso del Hijo, si tiene un inicio.
Alejandro no aceptaba la enseñanza de Arrio pues esta se oponía a la verdad de las escrituras. El valor de la interpretación de las Escrituras fue un elemento fundamental para los debates del siglo III. Alejandro nos dice que “Por medio de la hipótesis de que es “de la nada”, anulan las divinas escrituras que afirman su ser eterno, las cuales señalan la inmutabilidad del Logos y la divinidad de la Sabiduría del Logos, la que es Cristo”.[10]
Para Alejandro el Arrianismo llegó a ser ofensivo y preocupante. Criticó las enseñanzas arrianistas diciendo: “Como respaldo de esta estúpida enseñanza, insultando incluso las escrituras, proponen la palabra, que se refiere a Cristo en el Salmo, que dice así: “Has amado la justicia y odiado la injusticia. Por eso te ungió Dios, tu Dios, con óleo de alegría a preferencia de tus compañeros”.[11]
Este recorrido sobre el Concilio de Nicea es solo el inicio de una serie de publicaciones que explorarán en profundidad los eventos previos, las luchas internas y las decisiones clave que definieron la fe cristiana en su relación con el Imperio Romano. ¡No te pierdas las próximas publicaciones!
[1] Alfonso Ropero, Mártires y Perseguidores (Barcelona: Clie, 2019), 374.
[2] J. Guillén Cabañero, Gran Enciclopedia Rialp Tomo XIV. (Madrid: Rialp,2009), 559.
[3] Samuel Fernández, “Arrio y la configuración inicial de la controversia arriana”, Scripta Theologica (): 11.
[4] Arrio, Carta a Eusebio de Nicomedia, Studi sull’arianesimo (Roma: Studium,1965), Urkunde 1,2.
[5] Ibíd.
[6] Arrio, Carta a Alejandro de Alejandría, Urkunde 6,2
[7] Ibíd.
[8] Fernández, “Arrio y la configuración inicial de la controversia arriana”: 11.
[9] Ibíd., 21.
[10] Carta trasmitida por TEODORETO Urkunde 14,10-14
[11] Ibíd.
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